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jueves, 14 de febrero de 2013

BURBUJAS PARA SAN VALENTÍN


El escenario era perfecto, las llamas de la chimenea crepitando alegremente iluminaban sutilmente, con su luz rojiza-anaranjada el salón revestido de troncos de madera de la cabaña junto al lago. Las llamas aportaban un calor natural y confortable en aquella noche de un febrero, aún muy invernal. Una piel de oso pardo les servía de asiento junto al fuego. El lugar que, con tanto amor, habían alquilado un mes antes era ideal.

Los exteriores de aquel nidito de amor eran también inmejorables, el bosquecillo que rodeaba el lago y aquella casa pintoresca, no demasiado lejos de un pequeño pueblo civilizado, pero lo suficientemente apartado como para darles la intimidad necesaria durante sus vacaciones; era el sueño perfecto de Daniela. La oscuridad que reinaba en el exterior le impedía contemplar el espectáculo que, sabía, le emocionaría al día siguiente; las cimas de las montañas lejanas cubiertas de blanca nieve les sonreirían y al amanecer les darían los buenos días mostrándolos uno de los más maravillosos cuadros naturales que, pocas veces, habían contemplado.

Daniela, acurrucada en los brazos de Brian, se desperezó. Tras haber hecho el amor durante mucho tiempo se había quedado ligeramente dormida en esa especie de sopor que cabalga entre la fina línea que divide la realidad del mundo de los sueños.

—Siempre había soñado con una luna de miel así. ¡A la mierda las playas caribeñas o cualquiera de las ciudades europeas, rancias y cargadas de romanticismo que tanto pretenden vendernos en las agencias de viajes! —murmuró la muchacha con voz ronca.

—Tienes razón cielito, ya sé que no es el momento más adecuado para hablar estos temas y me vas a tachar de oportunista y pesetero, pero nos hemos ahorrado una pasta que nos vendrá muy bien para terminar de decorar nuestra casa.

Daniela hizo un gracioso mohín poniendo morritos de niña mimada enfurruñada.

—En la vida pensé en el dinero ni en el ahorro, cariño. Es lo último en lo que habría pensado. Los urbanitas como nosotros rara vez podemos disfrutar de esta maravilla. Todo esto me hace soñar, recordar mi infancia; si cierro los ojos hasta me puedo imaginar que en cualquier momento por esa puerta puede entrar Daniel Boom.

— Daniela mi amor, tienes una imaginación portentosa, pero te adoro. Mientras lo que no aparezca por ahí sea un oso, te lo consiento todo amor mío.

Daniela y Brian se habían conocido un año antes. Ella trabajaba de recepcionista en una empresa de telecomunicación. Él era comerciante de materiales de fabricación de móviles. El primer día Brian acudió a hacer su trabajo, en días posteriores iba simplemente para ver a aquella morenaza de ojos negros, grandes y rasgados, que le atendía siempre de forma simpática. Los dos eran jóvenes y guapos, con ilusiones y proyectos que podrían compartir. Entre dos las cosas son más fáciles. Si nadie lo impedía se podrían comer el mundo. Ambos, convencidos de lo que hacían, no tardaron nada en formalizar su relación y por ende comenzar con los preparativos de su enlace.

—Cariño, tengo la boca un poco seca, ¿abrimos la botella de champagne? Creo que ya se habrá enfriado lo suficiente.

—Tus deseos son órdenes para mí —dijo Brian levantándose de un salto.

Al poco volvió a aparecer en el salón con dos copas de cristal fino y una cubitera con una botella de uno de los mejores espumosos franceses.

—Para que veas que no soy ningún tacaño mi vida, un Dom Perignon White Gold Jeroboam. Para mi princesa.

Daniela rompió en carcajadas a la vez que el estallido del corcho liberaba el brillante líquido.

—¡Que pasada, no sabía que fueras millonario! Por nuestro amor, que sea siempre eterno. Daniela, prometo amarte siempre.

—No lo soy pero tú te mereces todo, mi amor. Por el mejor San Valentín de mi vida y por ti cariño —contestó Brian en un susurro, mientras Daniela miraba como hechizada las burbujas que subían desde el fondo de las copas.

En ese momento, una bola de pelo blanco saltó desde el otro rincón de la estancia. Diablesa, la caniche de Daniela, saltó sobre su ama haciendo que la copa escapara de sus manos.

—¡Pobrecita! ¿Te has asustado vidita? No te preocupes que mami está aquí.

—No fue buena idea traer a la perra cielo, te lo dije.

—No me seas gruñón cariño, no pasa nada, por lo menos hemos podido brindar.

—No tenía que haber sido tan impaciente, tenía tanta sed que no he podido evitar no esperarte y beber. La verdad es que no esperaba esa reacción de Diablesa. Voy a por otra copa y ahora mismo te sirvo, está delicioso.

A los pocos minutos un sonido procedente de la cocina alarmó a Daniela, algo se había caído con un golpe estrepitoso.

—¡Brian!, ¡cariño! ¿Estás bien? ¿Qué te has cargado esta vez? Eres un manazas, que lo sepas. ¡Brian! —La mujer se puso en pie y se encaminó a la cocina; el hombre no contestaba.

Daniela salió de la cocina; como una sonámbula se dirigió al teléfono. Tragó de forma repetida, respiró fuertemente llenando sus pulmones y marcó un número de emergencias. La voz le salió atropellada y titubeante, pero totalmente clara.

—¡Por favor, ayúdenme! Estoy en la cabaña del lago, creo que mi ma-marido acaba de sufrir un ataque al corazón ¡Vengan lo antes posible! —La muchacha colgó el auricular casi a ciegas y se desplomó en el suelo.

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—Ben, ¿recuerdas el caso aquel de la cabaña del lago? El de aquella pareja de recién casados.

—Sí, hombre, claro que lo recuerdo, pobre mujer, vaya viaje de novios, poco le duró el marido.

—Pues no sé si al final aquello no fue su suerte.

—¿Qué me dices, Larry? —preguntó Ben dirigiéndose a la mesa de su compañero.

—Lo que oyes, el fax que he recibido hace unos minutos es ni más ni menos que el análisis que hicieron en el laboratorio del poco líquido que quedó de la copa de la mujer, esa que nos encontramos rota junto a la chimenea.

—¿Y?

—Los del laboratorio han encontrado restos de cianuro. Además, los de la Interpol me han enviado un mensaje; este tipo tenía preparado un viaje en solitario a un paraíso fiscal y sin tratado de extradición con nuestro país. El individuo en cuestión tenía nacionalidad norteamericana, pero llevaba muchos años fuera del país, sus padres se fueron a vivir siendo niño a Sidney, había vuelto aquí hacía poco más de dos años. ¡Ah! Y por cierto, era viudo, se había casado hace cinco años con una chica australiana de buena familia, la pobre se ahogó durante la luna de miel, iban en un yate y perdió el equilibro cayendo por la borda; según la familia de la fallecida la chica no sabía nadar. Una tragedia, iban solos, Brian no pudo hacer nada, pero heredó una considerable fortuna.

—¿Estás sugiriendo que ese individuo pretendía asesinar a su esposa?

—Ben, ambos somos perros viejos y esto tiene tufillo a podrido.

—Pues esa pobre mujer puede agradecer estar con vida a un cúmulo de circunstancias fortuitas, la aparición del perro y sobre todo el ataque de su marido en el momento oportuno. A pesar de la poca cantidad de champagne que quedó, los niveles del veneno encontrados sin duda le hubiese matado, y el veneno no iría sólo a la copa.

—Tú lo has dicho Larry, y tan oportuno. Yo acabo de recibir la llamada de la compañía  de seguros del par de tortolitos y si al principio no sospeché nada, ahora con lo que me acabas de contar ya dudo de todo. Pero darle más vueltas al asunto es absurdo, no se puede juzgar a un muerto, aunque este caso es extraño hay algo que se nos escapa —Ben siguió relatando a su compañero lo que le había dicho el agente de la compañía de seguros—. La pareja, meses antes de la boda, firmó un seguro de vida millonario, nombrándose mutuamente beneficiarios de sus pólizas. Ambos pasaron las pruebas médicas sin ningún problema, gozaban de una salud envidiable. Pero en fin, estas cosas pasan, un día estás bien y al otro… ¿no? —Ben paró en seco su discurso como si una voz interior le estuviese diciendo algo. Acababa de caer en la cuenta que esa pobrecita tenía que ser ahora la dueña de una considerable fortuna.

—Larry, la autopsia de este tipo no reveló nada raro ¿verdad, Larry?

—Efectivamente, nada de nada.

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En esos momentos, a muchos miles de kilómetros, una mujer rubia paseaba por una playa paradisíaca de las Bahamas. Un simpático perrito de lanas corría tras ella. Un hombre maduro recostado en una de las tumbonas, de porte aún espectacular, no le quitaba los ojos de encima.

La mujer se acercó a él.

—Perdone, su cara me resulta conocida.

—Puedo asegurar que yo no recuerdo haberla visto nunca, no podría olvidar nunca una belleza así. Y dudo mucho que me conozca jamás he salido en el celuloide, no soy conocido ni famoso —contestó el hombre galantemente y con una sonrisa en sus labios.

—Disculpe el error, es la primera vez que viajo sola y aunque viajar siempre es estimulante, al final la soledad siempre es aburrida se esté donde se esté.

— Me llamo Peter, ¿puedo invitarla a algo?

—Sí por supuesto, con mucho gusto le aceptaría un bloodymary, mi nombre es Da… Susan, Susan Hardface.

Peter se levantó y se dirigió al bar de la playa. Susan se sentó en la tumbona de al lado y acarició a la pequeña caniche que se sentó a sus pies; mientras, el iris de sus ojos cambió de color, convirtiendo su pupila azul en amarillo brillante. Debería darse prisa, ya sólo faltaban diez meses para el próximo San Valentín.

FIN

martes, 12 de febrero de 2013

CUESTIÓN DE FE

Me mira, si, no deja de mirarme… ¿porqué me mira?, ¿porqué no deja de mirarme?

Teresa era una visitante asidua del museo, le gustaba pasearse por aquellas estancias repletas de Historia, en concreto aquella sala era su favorita. Pero aquella escultura felina le inquietaba, Teresa tenía la sensación que le miraba, esos ojos inertes, aquella materia inanimada parecía espiarla.

Jamás había visto esa talla, debía ser una nueva adquisición, a la mujer le hubiese gustado salir corriendo, pero algo la mantenía quieta, plantada frente aquella figura, esos ojos parecían hipnotizarla.
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Neferet regresaba de lavar la ropa, prefería salir muy temprano cuando tenía que realizar esta tarea, luego al regreso le gustaba caminar despacio por el puerto, ver el trasiego en los muelles, el ir y venir de los marineros y de los comerciantes que recibían y enviaban sus preciadas mercancías. Además aquellos días la ciudad de Tebas, la protegida del Dios Amón, había desplegado gran actividad.

Como cada año su amado Faraón, el Divino Ramsés, el Señor de las Dos Tierras, había demostrado de nuevo que era el hijo predilecto de los Dioses, como cada año las aguas del Nilo habían obedecido al sagrado cetro del Faraón y la crecida había sido un éxito. Aquel año sería beneficioso para su pueblo, las ricas y benefactoras aguas del río volverían a regar sus campos y tendrían buena cosecha.

Las fiestas habían estado a la altura de las circunstancias y, al ajetreo normal del Puerto, se había añadido la llegada de barcos procedentes de países vecinos, portando embajadas y credenciales para el Faraón más grande y poderoso que conocieran los tiempos.

Poco a poco la ciudad volvía a la normalidad, pero algunas naves extranjeras aún permanecían ancladas en el muelle.

La muchacha sintió unas voces y unas risotadas; estas procedían de uno de los barcos griegos. Dos hombres estaban maltratando a un desvalido y asustado gato negro. Neferet soltó la cesta de la ropa y corrió ágilmente hacía ellos, con habilidad gatuna trepó al barco y se plantó entre los dos hombres y el desvalido animal.

— ¡Dejad a ese pobre animal!, los gatos son animales sagrados. Bastet, una de nuestras diosas protectoras toma su forma, lo que estáis haciendo es una aberración, Ella os castigará.

— ¡Maldita muchacha entrometida! —dijo uno de los hombres arrastrando las palabras, su aliento desprendía un fuerte hedor a alcohol que hizo que en el rostro de Neferet apareciera un gesto de asco. — ¡Dioses con forma de animales!, menuda desfachatez. Y con esas viene la mocosa a molestarnos.

El hombre hizo ademán de atrapar al gato, pero la joven fue más rápida y tomó al asustado felino en su regazo, pero en su afán por salvar al pobre animal tropezó y calló a las tumultuosas aguas.


Los contactos de Neferet con el río se producían solo en la orilla cuando lavaba la ropa o iba a asearse, jamás disfrutó de aquellas aguas beneficiosas como el resto de sus amigos que nadaban y jugaban en la orilla. Y no era sólo la abundancia de animales peligrosos como los enormes cocodrilos, que durante el día permanecían alejados del agua dormitando al sol. Estos salían de noche a atrapar a sus presas aprovechando la tranquilidad, o se alejaban de las ciudades donde había mucha presencia humana.

Lo que realmente espantaba a Neferet, eran aquellas aguas frías y profundas. La muchacha irremediablemente se hundía, las aguas le arrastraban hacia el fondo, se ahogaría allí y aquel pobre gato al que pretendía salvar moriría con ella. La chica cerró los ojos con fuerza intentando prepararse para aquel final, su último pensamiento fue para aquella Diosa benefactora que tomaba forma de gata.

Pero de pronto cuando ya lo creía todo perdido, notó que el tacto suave del pelo del animal se volvió duro y áspero,  una fuerza inexplicable tiraba de ella hacia la superficie. Neferet abrió los ojos, el gato se había convertido en una talla de madera negra, los ojos de aquel animal inerte le miraban fijamente. Neferet se aferró con todas sus fuerzas a la figura, se sintió flotar en el agua,  el sentido de la corriente le aproximaba a la orilla donde ya varias personas se preparaban para acudir en su ayuda. Bastet, la Diosa gata, le había salvado. Los ojos de la muchacha se anegaron en lágrimas
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— Señorita, disculpe ya es hora de cerrar.

Uno de los vigilantes del museo se había acercado a ella. Teresa había perdido la noción del tiempo, no sabía cuanto había estado allí plantada delante de aquella figura, sus ojos estaban húmedos.

Teresa giró y se encaminó hacía la salida, pese a estar de espaldas a la talla de madera aún notaba la mirada fija de aquellos ojos felinos posada en ella.

FIN

sábado, 9 de febrero de 2013

MASCARADA


Carnaval, esos pocos días al año donde los humanos nos permitimos la licencia de fingir, abiertamente sin ningún tipo de disimulo lo que no somos. Como yo había comprobado en mi vida, todos fingimos de alguna manera; pero sin lugar a dudas, esa semana, lo hacemos sin ningún tipo de vergüenza ni de disimulo.

Un ligero temblor de emoción me recorrió la espalda, tras una ausencia de diecinueve años, allí estaba, viviendo los carnavales de mi querida y hermosa ciudad natal. Venecia es quizá el único rincón del mundo que conservaba fielmente sus orígenes. Dicen y con razón que los venecianos somos gente tranquila y misteriosa, así es sin duda. La propia morfología de esta ciudad-barco levantada sobre el agua, su clima húmedo envuelto en un halo de bruma grisácea que cubre sus estrechos y sinuosos callejones nos hace ser así.

Estas fiestas que en cualquier ciudad del orbe se transforma en alegría, juerga, bailes y cánticos callejeros aquí es todo lo contrarío. En Venecia los carnavales son como la propia ciudad, serenos, tranquilos, intimistas. La fiesta se vive en los salones de sus hermosos palacios. Ver pasar las góndolas con gente ataviada con sus lujosos y elegantes trajes, cubriendo sus rostros con esas máscaras artísticas es toda una satisfacción y un derroche visual. Aquí la alegría se suple con esa aureola de misterio envuelto en elegante lujo.

Entre vapores de excelentes vinos, y el ronroneo de las conversaciones me dejaba mecer en una satisfacción que pocas veces lograba alcanzar. De uno de los grupos más cercanos me llegó con total claridad una carcajada que heló mi sangre.

Lentamente giré sobre mi misma y mis ojos siguieron aquel sonido que me llevó directamente a un hombre alto y espigado que lucía un impecable disfraz de Otelo, el moro veneciano inmortalizado por Shakespeare. Me fui acercando a aquel grupo, donde todas las mujeres sin excepción miraban arrobadas a aquel ser que parecía hipnotizarlas a través de las hendiduras de su antifaz.

Por unos instantes nuestras miradas se cruzaron, y yo, levantando mi copa, le dirigí una de mis sonrisas más cautivadoras. Ese brillo peculiar que aparece en los ojos de los hombres cuando se encuentran ante una nueva presa me convenció de que no me sería difícil hacerle caer en mis redes. No en vano durante aquellos años me había convertido en una maestra del arte de la seducción. Durante aproximadamente dos horas le hice jugar a mi juego, lo más parecido al ratón y al gato, por momentos le atraía, luego me alejaba, el me perseguía. El baile fue mi aliado y disfruté aquellos instantes, sabía que poco a poco estaba ganando terreno, no hay nada que seduzca más a un hombre que una mujer misteriosa y más si esta se oculta tras una máscara. Era la noche perfecta.

Cuando ya le tuve completamente atrapado me acerqué a él, mis labios tropezaron con su oreja y le susurré tan sólo una palabra: “sígueme”.

En pocos minutos nos encontramos en la calle solitaria, agarrados del brazo cruzamos la Piazza San Marcos y nos perdimos por entre sus múltiples callejones plagados de puentes, las sombras y una pesada niebla debido a la humedad de los canales nos envolvían.

En uno de los solitarios puentes aquel hombre me tomó en sus brazos y tras besarme apasionadamente volvió a brotar de su garganta aquella peculiar risotada, que me dejaba paralizada. Sin dudarlo un instante saqué de entre los pliegues de mi capa un cuchillo de punta afilada que había robado del salón y se lo clavé con toda la fuerza de que fui capaz ahondándolo en su pecho.

El fuerte impulso de mi brazo, junto con el desmadejamiento que sufrieron sus miembros tras la agresión hicieron el resto, su cuerpo laxo cayó hacía las frías y oscuras aguas del canal. En la caída su antifaz se desprendió de su rostro y por unos minutos contemplé unos hermosos rasgos viriles a pesar de que aquel sujeto ya sobrepasaba con creces el medio siglo.

Mientras contemplaba su cuerpo hundiéndose en las negras aguas volví a recordar aquella funesta noche en que una niña asustada de apenas cinco años fue testigo tras una puerta cerrada del asesinato de sus padres. Después todo fue una nebulosa, orfanato, hogares de acogida -donde nunca fue bien recibida- La huida de su querida ciudad con apenas doce años, sus primeros años de miseria donde acabó vendiendo lo único que le quedaba, su cuerpo, por un plato de comida. El tiempo pasó y aquella niña se convirtió  en una de las prostitutas mejor pagada de París. Pero jamás olvidó aquella risa maligna que escuchó tras los disparos, siempre la acompañó en sus más crueles pesadillas.

Arranqué mi antifaz y lo arrojé por el puente. Aquella noche Marlene Dubois abandonaba su existencia de eterno carnaval, una vez despojada de la peor de las caretas —la que cubría mi alma— para volver a convertirme en Carlota Luppi, la niña veneciana cuya vida me había arrebatado hace tantos años aquel desgraciado que ahora se hundía en la tenebrosidad de aquel canal veneciano.

FIN

domingo, 3 de febrero de 2013

ESPEJO, ESPEJITO MÁGICO

Heme aquí ante el espejo: chica bien parecida, treinta y cinco años, posición acomodada, buena familia, culta, buen trabajo… pero soltera y entera. Bueno no tan entera que mis vergüenzas eran verdes y se las comió un pollino. Y pensar que desperdicie siete maravillosos años de mi vida con semejante ejemplar. La verdad es que se me han quitado las ganas de comenzar una nueva relación formal… no voy a engañarme ni informal tampoco. Y no es que los que me rodean no me machaquen siempre con lo mismo.

Mi abueli sin ir más lejos no hay vez que vaya a visitarla que no me atormente con su cantinela: “Carmina, nena te tienes que dar prisa que se te va a pasar el arroz, y no quiero morirme sin conocer al menos a un par de biznietos. Mira niña que dejar a Jonatan con lo buen muchacho y el buen partido que era”.

Y yo a callar, ¿niños? ¿Quién quiere niños? Esas cositas blandas y babeantes. En cuanto a lo segundo de dejar al buen partido está claro dejé al Jonatan porque me la pegó con la vecina del 3º A, afamada pilingui reconocida en todo el barrio, y no es que yo no sea una mujer comprensiva y moderna, lo soy, que mi Jonatan era muy fogoso y no pudo soportar mi ausencia durante los quince días de vacaciones en Niza, que tan gentilmente pagó mi papi. Es comprensible, o sea, que yo puedo perdonar un desliz, y de hecho le hubiese perdonado si la susodicha no hubiese aporreado mi puerta a las tantas de la madrugada reclamándome su sueldo, que mi querido Jonatan no le pagó haciéndose el gallito. Eso no es ni medianamente tolerable, vamos una cosa es que te pongan los cuernos y otra que la mitad del vecindario nos tachen de morosos. Total que esa misma noche mi amado novio y más amado porvenir se vio de patitas en la calle maletas en mano. Pero esta historia no se la puedo contar a mi yaya que la pobre se me infarta del disgusto y no es plan, ¡con lo que quiero yo a mi abueli!

Tampoco se lo he contado a mamuchi, total la pobre bastante tiene con su dieta vegetariana recomendada por su corte de amigas menopáusicas, que como tienen mucha experiencia en estos temas le dicen que la menopausia engorda, pero si mis cuentas no me fallan, creo que todas estas señoras ya pasaron por eso hace más de una década. ¡Pobre mamuchi se me puede ahogar con un trozo de lechuga!

Ni siquiera lo sabe mi amiga Marga, que para todos los efectos me sirve de paño de lágrimas. La pobre no entiende mi apatía y mis pocas ganas de salir y de arreglarme: “Carmina, nena, te tienes que espabilar que así no puedes estar… o sea mona ya me dirás como puedes pasarte los días del trabajo a casa y de casa al trabajo. Entiendo por lo que estás pasando una ruptura es lo que tiene, y más una relación tan larga que te dejó tanto tiempo fuera de circulación, pero nena, la vida sigue. Mírame a mi primero rompí con Chemari, luego con Borja, después fue con... ¿Chechu o con Juanfran? ¡Bah! no me acuerdo, da igual. Bonita si yo me tomase las cosas como tú ya estaría como poco de priora en un monasterio o convento, o como quieran llamarse esos sitios donde no lo “catan“. Y no puede ser hay que dar una alegría al cuerpo y hombres hay a montones nena, como los moscones hay cantidad y variedad. Así que arriba las faldas y abajo la depre. Nena que tú aún puedes, aunque no te lo pienses mucho que ya estamos en esa edad en la que dentro de nada ya se empieza a caer todo, la gravedad es lo que tiene. “Hijamujer“, que por que él único hombre de tu vida haya salido defectuoso de fábrica no se acaba el mundo ¿te vas a conformar con el primer caramelo que has probado en la vida?

Ainss no sé si Marga me comprendería mejor si supiese toda verdad, pero ¡que coño! Es verdad, no me voy a pasar llorando lo que me queda de juventud. Lo mismo tiene razón y hay un montón de hombres esperándome.

Minifalda de cuero Armani al poder, creo que de colorete y rimel voy bien servida, espero que el maquillaje no haya caducado. Se me olvidó preguntar a mamuchi si eso también tiene fecha de caducidad como los yogures, ella es tan dada a leer todas las etiquetas de los envases, creo que eso y una novela de Corin Tellado es a lo que alcanza su curriculum lector. Pero pobrecita mía que la voy a reprochar yo si ni siquiera llego a eso desde que dejé la facultad.

Ahora a llamar a Marga que me lleve a ese bar de copas que está tan de moda: “¡¡Carmina, esta noche triunfas, estas divina de la muerte y te van a llover hombres!!”.

FIN