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viernes, 25 de febrero de 2011

LA VIEJA TIENDA

Si hay algo que me gusta en este mundo es patearme las zonas más viejas de las ciudades. Curiosear todos y cada uno de sus rincones, respirar esos aromas del pasado y disfrutar de esa patina que envuelve los viejos edificios.

Hace unos días paseando por algunos de los viejos callejones de mi ciudad, a la vuelta de una esquina y sin esperarlo, me encontré con una vieja tienda.

Su puerta de madera verde con su tirador dorado me llamó la atención y sin pensarlo dos veces, la empujé y accedí a uno de los lugares más interesantes que he visitado últimamente.

El aspecto del interior no desmerecía al exterior en absoluto. Lo primero que captaron mis sentidos fue una tenue música de fondo de estilo oriental. Tras el impacto auditivo, me llegó la sensación del olor, un olor agradable de vainilla, jazmín, rosa, canela, caramelo, manzana, melocotón, cereza…

En estanterías de madera antigua, reposaban apiladas numerosas latas que contenían la mayor variedad de tés que he visto en mi vida, todas rotuladas con nombres de lo más variopintos: desayuno con diamantes, delicias turcas, las mil y una noches, Pipi Langstrum…. Este último nombre me hizo reír.

Lo único que parecía desentonar era la dependienta, una chica muy joven -las ideas que se nos meten en nuestras estrechas mentes modernas- ¿Dónde está escrito que lo viejo y lo nuevo tenga que estar en discordancia?

Salí de aquella tienda con un espíritu nuevo y renovado. Parece mentira que en un espacio tan pequeño, poco más de veinte metros cuadrados, pudiesen concentrarse tantas sensaciones repartidas entre latas de té, teteras, tazas e infusores.

Me di cuenta que la vida es mucho más que esos espacios grandes, uniformes y amorfos donde pretenden que nos perdamos. Que mientras se mantengan estos pequeños lugares con personalidad propia nosotros no perderemos la nuestra.

FIN

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