“Enga”, que alguien
proponga una frase de inicio”. Ese era el último tema que se había propuesto en
el grupo literario al que pertenezco desde hace unos años. ¡Hale, como si
fuera tan fácil! Y tan anchos que nos quedamos, ¡oye! Y yo en vez de escribir,
aquí estoy con un frio de narices y esperando en la cola de la gasolinera,
mientras soporto estoicamente la mirada del idiota de al lado que me mira
insistentemente, y no porque esté buena, si no por que había tenido la genial
idea de colarme.
— ¡Oye, tú! ¡Qué te
has colado!
— ¿Yo colarme? ¡Ni
hablar hermoso!, yo no me cuelo nunca, soy una señora. Simplemente he utilizado
una de las leyes primordiales de la seguridad en la navegación marítima, que
puede ser llevada perfectamente a la práctica en la navegación terrestre, en
caso de peligro extremo las mujeres y los niños primero. Y esta es una ocasión
de peligro, que cuando me pongo nerviosa me vuelvo muy loca.
— ¡Esta tía está
como una chota!
— Perdona querido, como
una, no; estoy como un rebaño de chotas. ¡Quejica!
Por lo menos el
pesado se calló y, por fin había llegado al deseado surtidor. Ahora a pelearme
con el empleado de turno: «Que no, que no
llevo suelto, ¡coño! Y no, no me hace falta llenar el depósito, con veinte
euros llego sobrada a casa. Pasa la tarjetita ya “porfa”, que tengo mucha
prisa, tengo que escribir un relato y no sé por donde empezar».
Que nervios se me
han puesto con estos dos memos. ¡Ah, mira! Una expendedora de tabaco, voy a
comprar una cajetilla para templar los instintos agresivos, así me gasto los cinco euros
que me quedan, que me están quemando en el bolsillo.
De repente una voz
metálica y con tono de pocos amigos me dice: «Su cambio y su cajetilla, pero recuerde que ¡AQUÍ NO SE FUMA!» ¡Caray
con la maquinita! un poco más y me pega! Bueno, ahora a cargar el depósito y a
casita que hace frío.
«Ha elegido “diesel e plus”, ¡Buen viaje! Y salga ECHANDO
HOSTIAS de aquí que se me acumula el trabajo». ¿Era
la misma voz de la máquina del tabaco, o estaba soñando? Desde luego el tono
era igual de desagradable.
De repente empecé a
ver como esa manguera crecía y crecía, y se enredaba en el coche. Es más, lo
zarandeaba. ¿Era mi castigo por haberme colado? El sudor empezó a caerme por la
frente. El miedo se agolpaba en mi garganta. Esa manguera seguía aumentando. El
coche atrapado en aquel terrorífico surtidor. Yo gritando como una posesa. Y el
relato sin escribir.
— ¡Mari! ¡Mari! ¿Se
puede saber con qué sueñas? No sé que dices de una manguera, un surtidor y una
cajetilla de tabaco. Pero, ¡si tú no fumas!
¡Dios!, estaba en
plena pesadilla. ¿O comenzaba ahora? Porque el verdadero problema seguía ahí,
¿qué escribir? Tiene que ser el colmo de la originalidad.
FIN
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