Desde que era un
crío me gustó aquel laberinto, a pesar de que el guardés de la finca se
inventase cuentos de terror y extrañas leyendas para apartar a todo el
muchacherío de allí.
¡Cuentos de miedo a
mí! Jamás me impresionaron.
Puse la radio, me
gustaba escuchar las primeras noticias de la mañana: “Esta madrugada ha sido hallado en el laberinto de la Mansión Shefield
el cadáver de otra muchacha salvajemente mutilado. Siguen sin encontrarse
pistas del asesino en serie que
mantiene aterrorizada a la
población…”
“¡Bah!, más de lo
mismo. La policía es cada vez más inepta, a ver si alguna vez me dan una
alegría y dejan de hacer el bobo” —pensé
mientras ponía a hervir el agua para el primer té de la mañana.
Me aseé
concienzudamente como cada día y me dispuse a llevar el desayuno a mi padre: “Papá,
ahora sí te sentirás orgulloso de mí. Al fin he conseguido que tu amado
laberinto sea el lugar que siempre soñaste”. No espero su respuesta. Al
abandonar la habitación miro sus cuencas blancas y por primera vez observo en
su mirada, vacía de ojos, algo parecido al cariño que nunca me dio.
FIN
Muy bien! El asesino así sin mucho alarde y sin pretensión.
ResponderEliminarBueno, ¿ Qué decirte ? Sigo sin saber, ¿ quien era el asesino, si el padre o el hijo ? Supongo qué, ¿ de eso se trata no, el no saber realmente qué sucedió en ese laberinto ?¡Eso sí, me hiciste mirar hacia atrás!
ResponderEliminarGenial relato Miren. Enhorabuena.
ResponderEliminarBueno, pues yo tengo mi propia teoría: una historia de maltrato infantil, hijo que mata al padre y lo "conserva", hijo que sigue las huellas del padre pero más... evolucionado.
ResponderEliminarMuy buenooooo....
Muchas gracias a los cuatro por dedicarme un ratito de vuestro valioso tiempo y por vuestros comentarios.
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