Me mira, si, no
deja de mirarme… ¿porqué me mira?, ¿porqué no deja de mirarme?
Teresa era una visitante asidua del museo, le gustaba pasearse por aquellas estancias repletas de Historia, en concreto aquella sala era su favorita. Pero aquella escultura felina le inquietaba, Teresa tenía la sensación que le miraba, esos ojos inertes, aquella materia inanimada parecía espiarla.
Jamás había visto esa talla, debía ser una nueva adquisición, a la mujer le hubiese gustado salir corriendo, pero algo la mantenía quieta, plantada frente aquella figura, esos ojos parecían hipnotizarla.
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Neferet regresaba de lavar la ropa, prefería salir muy temprano cuando tenía que realizar esta tarea, luego al regreso le gustaba caminar despacio por el puerto, ver el trasiego en los muelles, el ir y venir de los marineros y de los comerciantes que recibían y enviaban sus preciadas mercancías. Además aquellos días la ciudad de Tebas, la protegida del Dios Amón, había desplegado gran actividad.
Como cada año su amado Faraón, el Divino Ramsés, el Señor de las Dos Tierras, había demostrado de nuevo que era el hijo predilecto de los Dioses, como cada año las aguas del Nilo habían obedecido al sagrado cetro del Faraón y la crecida había sido un éxito. Aquel año sería beneficioso para su pueblo, las ricas y benefactoras aguas del río volverían a regar sus campos y tendrían buena cosecha.
Las fiestas habían estado a la altura de las circunstancias y, al ajetreo normal del Puerto, se había añadido la llegada de barcos procedentes de países vecinos, portando embajadas y credenciales para el Faraón más grande y poderoso que conocieran los tiempos.
Poco a poco la ciudad volvía a la normalidad, pero algunas naves extranjeras aún permanecían ancladas en el muelle.
La muchacha sintió unas voces y unas risotadas; estas procedían de uno de los barcos griegos. Dos hombres estaban maltratando a un desvalido y asustado gato negro. Neferet soltó la cesta de la ropa y corrió ágilmente hacía ellos, con habilidad gatuna trepó al barco y se plantó entre los dos hombres y el desvalido animal.
— ¡Dejad a ese pobre animal!, los gatos son animales sagrados. Bastet, una de nuestras diosas protectoras toma su forma, lo que estáis haciendo es una aberración, Ella os castigará.
— ¡Maldita muchacha entrometida! —dijo uno de los hombres arrastrando las palabras, su aliento desprendía un fuerte hedor a alcohol que hizo que en el rostro de Neferet apareciera un gesto de asco. — ¡Dioses con forma de animales!, menuda desfachatez. Y con esas viene la mocosa a molestarnos.
El hombre hizo ademán de atrapar al gato, pero la joven fue más rápida y tomó al asustado felino en su regazo, pero en su afán por salvar al pobre animal tropezó y calló a las tumultuosas aguas.
Los contactos de Neferet con el río se producían solo en la orilla cuando lavaba la ropa o iba a asearse, jamás disfrutó de aquellas aguas beneficiosas como el resto de sus amigos que nadaban y jugaban en la orilla. Y no era sólo la abundancia de animales peligrosos como los enormes cocodrilos, que durante el día permanecían alejados del agua dormitando al sol. Estos salían de noche a atrapar a sus presas aprovechando la tranquilidad, o se alejaban de las ciudades donde había mucha presencia humana.
Lo que realmente espantaba a Neferet, eran aquellas aguas frías y profundas. La muchacha irremediablemente se hundía, las aguas le arrastraban hacia el fondo, se ahogaría allí y aquel pobre gato al que pretendía salvar moriría con ella. La chica cerró los ojos con fuerza intentando prepararse para aquel final, su último pensamiento fue para aquella Diosa benefactora que tomaba forma de gata.
Pero de pronto cuando ya lo creía todo perdido, notó que el tacto suave del pelo del animal se volvió duro y áspero, una fuerza inexplicable tiraba de ella hacia la superficie. Neferet abrió los ojos, el gato se había convertido en una talla de madera negra, los ojos de aquel animal inerte le miraban fijamente. Neferet se aferró con todas sus fuerzas a la figura, se sintió flotar en el agua, el sentido de la corriente le aproximaba a la orilla donde ya varias personas se preparaban para acudir en su ayuda. Bastet, la Diosa gata, le había salvado. Los ojos de la muchacha se anegaron en lágrimas
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— Señorita, disculpe ya es hora de cerrar.
Uno de los vigilantes del museo se había acercado a ella. Teresa había perdido la noción del tiempo, no sabía cuanto había estado allí plantada delante de aquella figura, sus ojos estaban húmedos.
Teresa giró y se encaminó hacía la salida, pese a estar de espaldas a la talla de madera aún notaba la mirada fija de aquellos ojos felinos posada en ella.
FIN
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