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sábado, 1 de noviembre de 2014

LA CASA DE LA BRUJA

La actividad era frenética, los aldeanos no paraban un segundo. El verano tocaba a su fin. Durante estos días finalizaba la cosecha y se recolectaban los últimos frutos. GLa aldea de Lugnasad se preparaba para su fiesta grande, para ellos se acaba el año y celebraban la llegada del nuevo. En estas fechas terminaba el buen tiempo, la temperatura comenzaba a bajar y la oscuridad de la noche ganaba terreno a la luminosidad del día.

Era época de prepararse para el invierno, hacer recuento de todo lo cosechado, almacenar los alimentos y encerrar al ganado en los rediles. El mal tiempo traía el descanso y la tranquilidad en contraposición con la gran laboriosidad del estío. Pero a pesar del ambiente festivo, los aldeanos sabían que se tenían que enfrentar a una noche especial, una noche mágica.

Se acercaba el Samhain, la noche donde aprovechando el inicio de la estación oscura se estrechaba la línea que separaba el mundo de los vivos y de los muertos. Al juntarse los dos mundos, los espíritus podían vagar libremente por la tierra, esos espíritus amables de los ancestros que podían contactar con sus descendientes, almas benévolas que les llenaban de bendiciones y siempre eran bienvenido, lamentablemente no eran los únicos visitantes esa noche.

Esa línea invisible también la podían traspasar los seres malignos, los malhechores, los crueles, los malvados. Ese tipo de individuos a los que si ya se temieron en vida, tras la muerte eran mucho más peligrosos y siempre era conveniente eludirlos..

Mientras los hombres de Lugnasad remataban las tareas agrícolas y ganaderas, las mujeres y los niños se ocupaban de confeccionar los trajes y las máscaras que les haría pasar desapercibidos ante estos espíritus indeseables.

De todos estos espíritus temidos, el peor era un personaje siniestro, al fantasma más malévolo y terrible de todos: Jack-O'-Lantern, el único hombre que había conseguido engañar y hacer un trato con el mismísimo diablo.

En las noches previas al Samhain, los más ancianos contaban la historia de este ser perverso a los más pequeños, como anteriormente habían hecho sus abuelos con ellos. Los niños escuchaban, con ojos agrandados por el miedo y las bocas abiertas, mientras comían castañas y manzanas asadas al calor del hogar.

Jack-O'-Lantern fue un granjero avaro, vil y cruel. Sus hazañas fueron tan maléficas que su fama llegó hasta los oídos del diablo que, muerto de curiosidad, se le presentó para llevarle al infierno. Como última voluntad, Jack pidió tomar unas copas, y le llevó a la taberna invitando al señor de las tinieblas a unas cervezas. A la hora de pagar ninguno llevaba dinero y el granjero retó al diablo para que, usando sus poderes, se convirtiese en moneda y así abonar la consumición. Satan, presumido como nadie, no pudo evitar alardear e inmediatamente se convirtió en una brillante monea, pero el ladino granjero,  en lugar de pagar se la guardó en el bolsillo donde tenía un crucifijo. El diablo, atrapado por el poder de la cruz, pidió a Jack que le liberara. El hombre le hizo prometer que le dejaría en paz durante un año y el diablo se lo prometió. Jack retiró el crucifijo y el demonio cumplió su palabra.

Pasado el año el diablo volvió a visitar al granjero. Lucifer encontraba tanta maldad en ese alma que no quería renunciar a ella bajo ningún concepto, Satanás la quería para el inframundo. Esta vez, Jack volvió a pedir un último deseo, antes de iniciar su nuevo periplo por el lugar de los horrores y tormentos, pidió al diablo que subiese a un manzano y le bajase una hermosa manzana para tomar su última comida en la Tierra. Una vez que Lucifer inició el ascenso al árbol, Jack talló en el tronco una cruz. Otra vez el señor del averno fue engañado por la astucia del granjero que, esta vez, le hizo jurar que le dejaría en paz durante diez años y, por supuesto, que a su muerte no reclamaría su alma para el inframundo.

Antes de cumplirse el plazo, Jack murió, su alma inició el viaje hacia el cielo, pero en las mismas puertas dominadas por San Pedro, el mezquino granjero fue expulsado por su mala vida y su maldad. Ante ese panorama se dirigió a las puertas del infierno y allí, en las puertas, le esperaba Lucifer para arrojarle de sus dominios y le recordó el pacto que hicieron hacía años por el cual su alma jamás entraría en el mundo de las llamas. Satán, muy enfadado, arrojó sobre Jack unas cuantas llamas del averno, que este consiguió atrapar y esquivar utilizando un nabo hueco. Desde entonces el suplicio del malvado granjero fue mucho peor, ya que se vio obligado a vagar como alma en pena entre el mundo del bien y el del mal sin poder quedarse en ninguno de ellos llevando como única compañía el nabo iluminado con las llamas infernales, que le servía como linterna.

Este espíritu era el más temido en la aldea de Lugnasad, ya que era sabido por todos que si Jack tenía el capricho de aparecer en algún lugar determinado, al grito de "trick or treat", truco o trato podía pedir cualquier cosa a los moradores, hasta lo más penoso y estos obedecían bajo amenazas, ya que sabían que quien no hiciera tratos con el malvado quedaría expuesto a multitud de maldiciones, enfermedades, pérdida de cosecha o de ganado, etc. Hasta el momento los habitantes de Lugnasa se habían librado de su visita, pero cada año el temor era más grande.

Desde hacía aproximadamente un año, la aldea contaba con una vecina nueva, su nombre
era Briana. Esta mujer, muy joven todavía, era viuda y vivía en compañía de sus cuatro hijos pequeños. Su enorme conocimiento en hierbas curativas, ungüentos y pociones para sanar miembros heridos, la dio cierta popularidad, y de esos conocimientos precisamente era de los que vivían ella y sus hijos, ya que por un módico precio o, incluso comida, vendía sus productos.

A pesar de todo Briana no gozaba de muchas simpatías entre sus vecinos, era una mujer taciturna, poco habladora y a quien no le gustaba mezclarse en corrillos con el resto de las mujeres, incluso cuando iban a lavar al río, ella mantenía siempre las distancias. Su estancia en el pueblo era discreta, apenas hablaba salvo algunas palabras sueltas y solo cuando era estrictamente necesario, miraba sin ver con ojos inexpresivos y apagados como si estuvieran ciegos y caminaba apenas sin hacer ruido, como si sus pies no rozasen el suelo. Sus vecinos la tenían casi por una muerta en vida, y eso es lo que realmente era desde que había enviudado, lo único que mantenía el deseo de vivir eran sus hijos, esos cuatro niños a los que amaba más que a su vida, por ellos no había cometido la locura de arrojarse al pozo cuando una maldita enfermedad se llevo a Maddox de su lado. Desde entonces todo fue mal, sus antiguos vecinos, pese a todo lo que les debían —ya que habían ayudado y salvado a muchos de sus vecinos de la cruel epidemía de peste, gracias a sus remedios— la trataron como si fuese una bruja, simplemente por utilizar su don para salvar a un niño de unas heridas mortales solo con sus manos. Sí, ella tenía ese don desde muy pequeña, sus manos desprendían una gran energía, si las concentraba junto a una herida profunda esta sanaba y cicatrizaba de inmediato evitando que la persona se desangrara.

Esto unido a que se enteraron que había apartado a un monje de sus hábitos alejándole del servicio a Dios, la granjeó el odio inmisericorde de toda la población. Era una bruja, una sierva de Satanás y además era una puta que vivía con un hombre infringiendo todas las leyes humanas y divinas. No se podía esperar nada bueno de ella. Mientras Maddox vivió la respetaron, pero al quedarse sola con los pequeños todo cambió, la escupían por la calle, la tiraban piedras, los niños la rodeaban llamándola bruja e hija del demonio, y lo peor ya fue cuando vio que incluso peligraba la vida de sus pequeños. Entonces decidió buscar un nuevo hogar, pero sería más cuidadosa, solo hablaría lo justo para realizar su trabajo, no mantendría una relación estrecha con nadie salvo, solo sus hijos conocerían su verdadera naturaleza bondadosa y amable, sobre todo, no volvería a utilizar su don, vagaría entre la gente de forma cautelosa, sin hacer ruido tratando de volverse tan éterea como el mismo aire. ¿No era eso lo que se esperaba de las brujas y las barraganas de los hombres de Dios?

Pero ella no era nada de eso, y las cosas no habían sido tal y como sus vecinos pensaban. Ella había sido una niña normal, una niña que un día se dio cuenta que tenía un poder cuando vio que su madre atacada por un animal salvaje pudo morir desangrada en sus brazos, cuando llorando imploró que un milagro divino la salvase y en efecto el milagro se hizo realidad a través de sus manos.

Un par de años más tarde su madre murió de una enfermedad y se quedó sola con su padre. Una noche un rayo atravesó su cabaña prendiendo fuego al tejado, afortunadamente salieron ilesos, pero con el incendio, que no pudieron sofocar, perdieron lo poco que tenían.

Emprendieron una marcha agotadora hasta que llegaron a un monasterio donde los monjes se apiadaron de ellos y dieron trabajo a su padre como jardinero. Allí conoció a Maddox.

Briana siempre había sido una niña despierta e inteligente que además desde el principió mostró grandes dotes para el conocimiento de las plantas y su preparación para elaborar todo tipo de remedios contra distintos males. Esto hizo que fray Godino, el monje encargado del herbolario la enseñase todos sus secretos a la vez que a Maddox, el novicio, que le ayudaba.

Briana y Maddox crecieron juntos ya que eran de la misma edad, y lo que en un principio fue solo camaradería, compañerismo y amistad, en el umbral de la adolescencia se convirtió en amor.

Fray Godino se dio cuenta y se convirtió en su cómplice. La orden era muy severa y no consentiría que un novicio dejase los hábitos, así que una noche el monje, sin decir nada al prior, ofició una sencilla ceremonia donde escuchó la renuncia de los votos del muchacho y, con la sola asistencia del padre de Briana, les casó y posteriormente les ayudó a escapar dándoles algún dinero y dos mulos para emprender el viaje.

No había sido una ceremonia al uso, pero ante Dios estaban casados. No, no era ninguna furcia, ni había hecho ninguna brujería para apartar a un hombre de su camino religioso. Habían sido muy felices y la prueba de que no habían cometido ningún delito era el haber sido bendecidos con sus cuatro hijos a los que sacaban adelante gracias a los conocimientos recibidos del bueno de fray Godino.

Ahora en Lugnasad vivía tranquila, sus hijos crecían con cierta normalidad aunque sabía que los habíantes la miraban con cierto recelo. Pero con un poco de suerte esperaba que no tuviera que salir huyendo como de su anterior hogar.

Era consciente que la gente no la quería, la miraban con una mezcla de sorpresa y desconfianza, pero no la despreciaban y sabía que sus conocimientos medicinales les venían muy bien a sus vecinos.

Faltaban solo dos días para Samhain y todos en la aldea ultimaban los preparativos para la festividad. Briana se levantó muy temprano, las lluvias que arreciaron los días previos habían desaparecido y el cielo se mostraba de un azul limpio impresionante. Era el día perfecto para salir al bosque a recoger algunas hierbas que necesitaba para algunos remedios, especialmente para los catarros y reumas que se acrecentaban en la época invernal.

Paseaba a la orilla del río buscando los apreciados canónigos, que venían bien tanto para remedios, como para acompañar ensaladas, cuando oyó unos gritos a sus espaldas. Se volvió y apresuradamente se dirigió en la dirección que le indicaban los quejidos.

En el vado del arroyo había un grupo de niño que, chillando asustados, rodeaban a otro que yacía en el agua. Era Kendra, el hijo del regidor de la aldea. Los niños se apartaron para dejar pasar a la mujer mientras la explicaban atropelladamente lo que había ocurrido. Jugaban en aquel lugar, ya que era uno de los sitios donde el río era menos profundo, de ahí que lo conociesen como el arroyo. Kendra había resbalado en las piedras mojadas y se había dado un fuerte golpe en la cabeza.

Efectivamente el niño tenía una herida fea en el lado derecho de la cabeza, estaba consciente, pero la herida sangraba tanto que si no actuaba con rapidez, el chiquillo se podría desangrar. Era evidente que no podría llegar a tiempo con él en brazos hasta su cabaña e intentar suturar. La sangre salía a borbotones tiñendo el agua de rojo, tenía que actuar de inmediato ya que Kendra perdía fuerzas y estaba al borde de la inconsciencia. Un escalofrío recorrió su espalda, sabía que aquello le acarrearía problemas, pero tenía que hacerlo, no podía dejar morir a un inocente por su cobardía. Cerró los ojos y puso sus manos sobre la herida. Los niños vieron con asombro que una luz roja salía de las manos de la mujer y la gran brecha de la cabeza de su amigo se iba cerrando sin dejar ni huella ni cicatriz alguna. A los pocos minutos lo único que quedaba del feo accidente eran los restos de sangre pegados en el pelo del chiquillo.

Al llegar a la aldea los pequeños contaron lo que habían visto. Los murmullos llegaron enseguida. Los corrillos señalaban a su extraña vecina y una palabra flotando dentro de una idea que, por superstición y debido a las fechas en las que estaban, se negaban a decir en alto lo que no les impedía pensar en ello. Tenían una bruja conviviendo con ellos. El miedo comenzó a anidar en sus corazones, pocos dudaban que aquel Samhein recibirían la visita del temido Jack- O'-Lantern y les cubriría de maldiciones si no jugaban con él al "trick or treat". Hacer trato no les traería nada bueno, ya que el temido espíritu podría pedirles cualquier cosa. Pero pedirle truco era acarrearse a un sin fin de males.

Esa noche, la noche anterior al Samhain, Briana permanecía encerrada en su casa, volvía a tener miedo. Contemplando el sueño tranquilo de sus hijos, que dormían juntos sobre un colchón de paja muy cerca de la chimenea, pensaba que todo volvía a ocurrir de nuevo. No le habían gustado las miradas de sus vecinos, tendría que volver a huir. Ni sus hijos ni ella podrían vivir nunca en paz.

Sentada en una silla de madera y con las manos inquietas sobre la mesa no paraba de pensar en su incierto futuro. No dejaba de mirar las caritas de sus hijos, que soñarían, probablemente, con el cuento que les había narrado aquella noche. Un nudo se estrechaba en su garganta, mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos negándose a salir.

De pronto, sin que interviniera ninguna corriente de aire, ya que con los ánimos tan caldeados ese día, se había preocupado de atrancar bien la puerta y las ventanas, la llama del candil se apagó. La estancia se quedó a oscuras envuelta en el tenue resplandor amarillento del fuego del hogar. Un portazo la sobresaltó y sintió crujidos en la escalerilla de madera que la planta baja se la cabaña con la parte superior de la casa, que la servía de secadero de hierbas y de laboratorio.

Briana se levantó bruscamente haciendo que la silla donde estaba sentada rodase por el suelo, sus manos sujetaron la mesa con crispación. Los crujidos dejaron de escucharse pero un viento helado la golpeó el rostro y un ruido de pasos pesados comenzaron a oírse más cerca. De un salto se acercó a la pared y agarró con fuerza la escoba. Si alguien se había colado en su casa y pretendía hacer daño a sus hijos tendría que pasar sobre ella. Su cabaña era de las más alejadas del centro de la aldea y era posible que algún indeseable, incluso entre sus propios vecinos, tuviese alguna intención no muy buena.

Las llamas de la chimenea comenzaron a crepitar de forma extraña y su mirada se quedó fija en ellas, de los resplandores amarillo-rojizos, comenzó a surgir una especie de humo azulado y entre sus volutas y espirales se comenzó a dibujar la silueta de un rostro que poco a poco se iba haciendo más familiar, era el rostro conocido y amado de Maddox, su marido.

— ¿Cómo es posible? Aún no es Samhein, ¿cómo has podido cruzar la línea entre los dos mundos si estos aún no se han juntado? —Las lágrimas contenidas que se negaban a salir, comenzaron a manar profundamente de sus lagrimales —Te he echado tanto de menos.

__  Escucha Briana, no tengo mucho tiempo, efectivamente no es el día apropiado, pero me han hecho un favor dada tu critica sitúación. Estáis en peligro, la gente está temerosa y crispada, no les culpo, Jack-O'-Lantern es mucho más terrible de lo que os podéis imaginar y eso lo saben muy bien aquellos con quien se ha cruzado. Si este personaje aparece en Lugnasad te harán responsable a ti. Ya sé que no es justo, que no has hecho ningún mal, simplemente has salvado a un niño de la muerte, pero ellos ven en eso brujería. El miedo y la ignorancia es el peor de los males que aquejan a la humanidad. Te voy a dar la solución, mañana no salgas de casa, ni te acerques a la aldea, coge la calabaza más grande que tengas en el huerto y haz paso por paso todas mis instrucciones y nada os pasará. Este ser infrahumano solo le teme a una cosa, teme el recuerdo de su encuetro con Satán, cuando este le arrojó un puñado de llamas del averno. —Maddox continuó hablando pausadamente dando las explicaciones pertinentes, la hora de la despedida estaba ya cercana— Recuerda todo lo que te he dicho. Adiós amor mío, debo irme ya. Sabed que siempre estaré cerca de vosotros, aunque no me veáis siempre estaré protegiendoos. —Lanzando un beso al aire, el espíritu de Maddox fue desapareciendo entre columnas de humo azul que ascendían hacía el cielo.



A la mañana siguiente Briana cogió la calabaza más hermosa de su huerto, ante el estupor de sus hijos la vació dejándola hueca y luego le talló unas facciones horrorosas, consiguió con mucha paciencia hacer un rostro que inspiraba terror. Ya cuando el día comenzaba a oscurecer metió en el interior un candil. La luz que se reflejaba en los huecos que representaban a las facciones hacía el rostro mucho más terrible. Luego subió al piso superior y dejó la calabaza iluminada en la ventana más alta de la cabaña.

Mientras, en Lugnasad comenzaba el festejo y los aldeanos danzaban junto a las hogueras con sus trajes y sus máscaras. Todo quedó en silencio cuando vieron que una figura oscura y escurridiza surgía del bosque y caminaba sigilosamente entre los árboles. En la mano se distinguía un gran nabo iluminado. "¡Es Jack- o'-lantern va a la casa de la bruja!" gritaron algunos. Los más aguerridos siguieron a la figura que se acercaba a la casa de Briana.

Cuando el alma del malvado granjero se acercó a la casa y vió la horrible calabaza en la ventana salió huyendo lanzando un terrible alarido que jamás olvidarían los habitantes de Lugnasad.

Los aldeanos se tranquilizaron, la bruja les había ayudado una vez más dándoles el remedio para alejar al más cruel de los espíritus. El miedo y el desprecio que sentían hacia Briana se convirtió en respeto.

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Los años fueron pasando, incluso los siglos y la aldea de Lugnasad, como tantas otras cosas, desapareció bajo toneladas de tierra y el bosque fue ganando terreno a los edificios. La única casa que respetó el paso del tiempo fue la de Briana. Era tan asombroso ese respeto de la naturaleza por esa cabaña que los lugareños la conocían como la casa de la bruja.

Un día paseando por esos terrenos, una duquesa se prendó del lugar y decidió construir allí su mansión. Los mejores arquitectos y jardineros pasaron por allí consiguiendo hacer de aquel lugar agreste uno de los parajes más bellos. La única exigencia de la duquesa fue que respetasen y dejasen en pie la cabaña.

En nuestros días este jardín aún existe y es uno de los rincones más hermosos de su ciudad. Y allí, entre parterres de flores y árboles cuidados, todavía destaca en perfectas condiciones la casa de la bruja. Aun hay quien dice que todas las noches del 31 de octubre, la noche que algunos historiadores hacen coincidir con el Samhain y que ahora conocemos como Halloween, sin ninguna mediación humana, aparece una calabaza iluminada que refleja el rostro descompuesto de uno de los pocos humanos que consiguió burlar al señor de las tinieblas: Jack- o'-lantern.

FIN