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jueves, 25 de septiembre de 2014

¡FELICES DOMINGOS!


¡Dios otra vez el maldito despertador! ¡Joder que asco de aparatejo! Seguro que quien inventó el artilugio de los demonios era un insomne. Me dí media vuelta y con los ojos aún cerrados intenté apagar el  trasto de los cojones, con tan mala suerte que me llevé por delante todo lo que tenía en la mesilla, incluido el vaso de agua, el cual,  no tenía otra misión en la vida que regarme.

— ¿Qué pasa amor? —la voz adormilada de Nati sonó a mi lado— Ainss, mira que te tengo dicho que desconectes el despertador los domingos.

— ¡Coño es verdad! ¡Hoy es domingo! —Una sonrisita bailó en mi cara, ya no me importaba estar empapado de agua ni tener que meterme debajo de la cama a rebuscar todo lo que se había caído je,je,je. Era afortunado hoy me libraba de ver al gilipollas de mi jefe.

— Cielo, ya que estás levantado ¿te importaría preparar el desayuno y traérmelo a la cama? Hace tanto que no nos damos un pequeño homenaje.

Ummm, escuchar la vocecilla empalagosa de Nati me provocó un negro presagio. Llevábamos un año viviendo juntos y ya comenzaba a darme cuenta de los distintos matices e inflexiones de su voz.

Lógicamente ya no me volví a meter en la cama, tras el desayuno, tuve que recoger los cacharros, preparar el baño en fin, lo habitual.

— Amor, ¿te apetece que vayamos a pasar el día al Plaza Norte 2? Lola y Merche me han comentado que han puesto una tienda que tienen una ropa divina de la muerte y con unos precios de ensueño.

Vamos yo rabié de la emoción, un gusanillo me corroía el estómago de la felicidad que me embargaba, pero a ver quien era el guapo que negaba algo a mi “santa” prometida, así que me dispuse a soportar el vía crucis de todo novio complaciente y cumplidor.

La llegada a ese lugar “de las mil y una noches” ya fue épico, encontrar un hueco para mi flamante Citroën C3 fue una especie de batalla campal por un mísero aparcamiento junto a una columna —que siempre están donde no deben estar—. Me toco pelear con un tío que, con la misma cara de mala leche que yo, pretendía meter su espectacular BMW deportivo en ese mínimo espacio. Tras un pequeño forcejeo, que si tú, que si yo, que si a ver quien tiene más huevos —forcejeo visual más que dialéctico— todo hay que decirlo, al tipo no le quedaron más narices que cederme el sitio, más que nada porque ese pedazo tanque ahí no entraba. Claro que tuve que aguantar las miradas como cuchillos cortantes de su compañera de asiento y su frasecita hiriente: déjalo Amador, desde luego estos sitios sólo están pensados para estas “caquitas” de utilitarios“ ; palabras que fueron rubricadas con un gracioso corte de mangas procedente de aquel Fitipaldi de pacotilla. Pero ni eso fue capaz de amargarme aquella pequeña victoria.

Como dice mi madre: "poco dura la alegría en casa del pobre", y efectivamente a mi se me terminó cuando a mis espaldas escuche una “melodiosa” mas que conocida.

— ¡Natiii!! Guapa, ahora mismo Queli y yo estábamos pensando en ti. Sabíamos que serías incapaz de no pasarte por aquí, verás, verás que chuladas de tiendas.

Aggggg y agggg y más agggg ¡no podía ser! Allí estaban las insoportables amigas de mi novia, y ya era casualidad de casualidades que cada domingo que nos tocaba excursión a los centros comerciales nos las encontrásemos.

Ni que decir tiene que aquello ya me olía a chamusquina, y más, cuando veía la sonrisita cómplice de Nati y los morritos que me ponía para que no se me notase demasiado la contrariedad. Aquello estaba preparado, vamos que soy un poco panoli, pero no tonto.

— Nati, nena, estás divina con ese vestido vas a triunfar —exclamó  Mamen entusiasmada cuando vio salir a Nati del probador luciendo una especie de vestido que no la tapaba medio muslo y de unas transparencias algo preocupantes.

Lo más disimuladamente pude eché un vistazo a la etiqueta y tuve que agarrarme al mostrador para no caerme allí mismo de culo, ¿185,99  euros por un vestido que parecía un camisón y con una telita de chichi-nabo que se iba a tragar la lavadora en el primer centrifugado? Eso me parecía un atraco a mano armada ¡joder con los precios de ganga de Quelita y Mamen!

— Nati nena… esto ejem ¿no te parece que es mucho dinero por un trapito de nada? —balbuceé tímidamente.




— Quique no seas aguafiestas cariñín, ¿para que te crees que se inventaron esas tarjetitas tan monas  y útiles llamadas Visa Oro?

Mi mente de licenciado en empresariales y económicas  empezó a hacer números rápidamente y para mi estupor me dí cuenta que esa tarjeta de los huevos, ya no debería estar en números rojos, tenía que estar como mínimo morada y  punto de hacerle el boca a boca porque podía morir infartada de un momento a otro.

El coro de gallinas —upsss perdón… las queridas amiguitas de mi Nati—, comenzaron a jalear la compra. Pero eso no terminó ahí, las bolsas siguieron sumándose una tras otra. Me pasé un par de horas corriendo tras ellas con sus abrigos, sus bolsos, las bolsas de las compras, porque claro ya no sólo me tocaba cargar con las bolsas de mi novia; también como buen caballero tenía que llevar los bolsones de las otras dos arpías-tiparracas. ¡Coño! Ya empezaba a tener la impresión que me había casado con el Trío La,La,La.

— ¡Quique, no seas manazas! y no me dejes el abrigo ahí que es de Agatha Ruiz de la Prada y se me va a deformar —decía la gilí de Quelita. Y que narices llevaría la imbécil de Mamen en el bolso ¡cagüenlaleche! Ni que llevase un muerto, eso pesaba un quintal.

Al fin como si me hubiese pasado un regimiento de apisonadoras por encima, mis tres torturadoras decidieron que era hora de comer. ¡Menos mal! Que bien me vendría ahora una buena fabadita con su choricito, su morcillita… su todo. A dos pasos había un mesón asturiano que despedía un olor a gloria.

— ¡Uy, no, Quique, no!  ahí ni de coña que te estoy viendo la cara, a ese sitio tan cutre yo no paso —dijo Nati al presentir mis intenciones— Mamen conoce un restaurante japonés que es el no va más, está un poquito más lejos pero creo que merece la pena. El poquito más lejos fue un agradable paseo de veinte minutos cargado como un burro.

— Nati nena, ya sabes que a mi el sushi ese no me gusta, pescado crudo que asco puaggg.

— Desde luego Quique no eres nada chic, la comida japonesa es maravillosa, dietética, ligera, sin colesterol, sin calorías, sin nada de grasa; y no es por nada Quiquito pero te estás poniendo un poco fondón, esa barriguilla ya empieza a tener unas proporciones un tanto preocupantes —dijo la bruja de Quelita.

¿Que yo tengo barriga? ¡No te jode la tía! No me extraña que el marido la dejase plantada.

Al final mis ya maltratadas posaderas y peor parados riñones finalmente terminaron tomando asiento en un taburete de ese restaurante tan cucón y japonés, por fin comería algo,  guarradas eso sí, pero al menos podría soltar todos lo bultos.

— Quique, nene tienes mal color de cara, ¿estás cansado? Pues esto no es nada ya verás cuando tengáis un par de niñitos, lo divertido que vas a estar corriendo detrás de ellos por el Centro Comercial, Paco se lo pasaba pipa con ellos ja,ja,ja -comentó  Quelita como quien no quiere la cosa.

El bueno de Paco, es el exmarido de la tonta el bote esta, ahora seguramente estará feliz y contento lejos de esta arpía y viendo a esos dos diablos con patas que tienen por hijos una vez al mes.

De repente me imaginé la escena, cargado hasta las trancas de bolsos, bolsas, abrigos y corriendo detrás de un par de críos mocosos, llorones e igual de caprichosos que su mamá. Al instante mis manos comenzaron a sudar, las piernas me temblaban y mi estómago empezó a notar ligeros calambres como si me estuviese entrando corriente eléctrica por algún sitio. Ni que decir tiene que el sushi se quedó en el plato, y hasta pensar en la fabada me daba ganas de vomitar.

Luego llegó la hora del cine, por supuesto la película la eligieron ellas, una película de esas ñoñas con el típico guaperas de protagonista. Pero claro ni me enteré del argumento porque las tres cotorras no paraban de cuchichear y criticar a la actriz de turno, que para ellas no valía un pimiento, pero a mi me parecía que estaba muy buena. Y menos mal que con los precios de los cines la sala estaba medio vacía y cada grupo estábamos de una punta a otra de la sala, que si no nos echan a patada limpia.

La vuelta  fue el mismo tormento de siempre, tres cuartos de hora metidos en un atasco de la leche, y otra hora para llevar a cada una de las gallinas cluecas a su casa, porque según Nati: “¡Pobrecitas! Quique, no podemos dejarlas en el metro ahora, están agotadas, no sabes lo cansado que es ir de compras”.  ¿A mi venía a decirme lo cansado que es ir de compras? ¡manda narices!

Al llegar a casa solté las bolsas donde pude y dejé a Nati haciendo recuento de sus tesoros. Yo me tiré literalmente en el sofá, sentí el teléfono pero no tenía ni fuerzas, ni ganas de cogerlo. La inanición, y el agotamiento no me dejaban mover un músculo.

— ¡Quique! ¿no oyes el teléfono? Bueno, da igual, ya cojo el supletorio.

Mi móvil también comenzó a sonar.

— Quique machote —rugió al otro lado del cacharro la voz de mi amigo Nacho—. ¿Qué tal estás colega? Mira esta tarde he visto a Rafa y a Lorenzo y hemos quedado para el domingo que viene, aprovechando que es la final de la Liga. Ya sabes como en los viejos tiempos palomitas… birritas ¿Te hace colega?

¿Qué si me hacía?, instintivamente mis ojos miraron el calendario de mesa y respiré aliviado ¡Si, si, y si el próximo domingo era uno de los contados domingos que no abrían los putos centros comerciales! 

— Claro, Nacho, tronco, contad conmigo. Nos vemos el domingo.

Feliz como una perdiz puse los pies sobre la mesa de centro y respiré hondo. Aquella cita me había reanimado.

— Quique cielito era mamá, hemos quedado el domingo que viene para comer con ellos y pasar el día.

—Pero Nati, amor, me acaba de llamar Nacho y he quedado para ver el partido con ellos, me apetece un montón, hace siglos que no les veo.

— ¡Ni hablar!, ¡vamos no pensarás hacer el feo a mi madre por esa panda de impresentables de tus amigotes! Con lo que ella te quiere, la pobre se llevaría un disgusto de muerte. Además quiere aprovechar el momento para que empecemos a pensar en fechas para la boda. Ya sabes que luego en la iglesia te ponen pegas y casi nunca te dejan elegir, y en cuanto la tengamos, hay empezar a buscar restaurantes, que también se ponen imposibles, y el vestido, tu traje… en fin que estos meses no vamos a parar. A mamá la gustaría que fuese el próximo otoño, ¡es que es una estación tan romántica! Voy a hacer algo de cena, con algo ligerito nos vale que yo me he puesto morada de sushi, no tengo nada de hambre y estoy agotada.

¿Boda? ¿Restaurantes? ¿Trajes? Otra vez me comenzó a rondar el mal cuerpo, bueno sí,
alguna vez habría que pasar por todo aquello… pero ¿ya? ¿tan pronto? No sabía aún si estaba preparado para eso. En aquel momento me vino a la mente el recuerdo de la boda de mi hermano Prudencio, evocar aquellos momentos y todas sus peripecias previas al enlace me dio escalofríos. Un impulso incontrolable me hizo coger el teléfono de nuevo.

— Hola mamá.

— Hola hijo ¿Qué tal estás?

— Bien mamá, sólo llamaba para pedirte un favor. Dime que no vas a desmantelar mi habitación para hacer un gimnasio para papá o algo así.

— ¿Un gimnasio para tu padre? Pero hijo que dices ¿estás bien?

— Si mamá estoy muy bien. Te quiero.

Sin más explicaciones colgué el teléfono. Aquella llamada fue como si me hubiese tomado dos litros de tila. Mi cabeza matemática había vuelto a hacer cálculos pero esta vez, para variar, no tenían nada que ver con los malditos euros. Terminaba de decidir que mis días de calzonazos estaban contados y mis felices y familiares domingos, también.

FIN



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