¿Te gusta mirar a los ojos de las personas que se cruzan en tu camino? A mí sí, es una de las características más acusadas de mi personalidad. Un hábito que, probablemente, me salvó la vida. Tomen asiento y presten atención a mi historia. No les prometo una historia maravillosa, ni fantástica, ni nada que tenga que ver con dones especiales ni ciencias ocultas. Simplemente es una historia normal y mucho más habitual de lo que nos podemos creer.
Siempre fui una niña muy observadora, que no cotilla. Proceder de un barrio obrero, y más, de una calle estrecha como tantas y tantas calles del centro de cualquier ciudad, donde apenas ha habido movimiento vecinal y todos formamos una pequeña gran familia, conocedores de todos los secretos, ayudó a que la vida de los demás me interesase muy poco.
Los años han pasado, ya no soy una niña y sigo aquí entre la misma gente que he conocido siempre. Por eso cuando los Fernández decidieron mudarse de ciudad la expectación fue total, el primer piso que se vendía en los veinticinco años que yo llevaba allí, desde que nací.
A los pocos meses el piso tenía un nuevo dueño. Todas las vecinas estaban encantadas con el nuevo inquilino. Joven, atractivo, educado y al parecer bastante tímido, ya que apenas cruzaba los saludos de rigor cuando se cruzaba con los vecinos. Discreto y poco amigo de entablar conversación con nadie, era, para el presidente de la comunidad, el vecino ideal: nada de familias inmigrantes con un montón de hijos ruidosos, nada de amantes de los animales que te llenan el edificio de perros y gatos abandonados, ni estudiantes que para compartir gastos se meten ciento y la madre arman juergas de aquí te espero, y a saber lo que se fuman. Así de peculiar es don Hipólito. Aún recuerdo la que lió cuando hacía unos seis años a Miguel, mi primer novio, se le ocurrió venir a buscarme al portal. A don Hipólito, que vio un chico melenudo merodeando por sus terrenos, le faltó tiempo para agarrar el palo de la escoba más gordo que tenía en casa, y por supuesto, Miguel no tuvo ni bastante calle ni barrio para correr.
Con este tipo de señor, evidentemente, el nuevo vecino era ideal. Salía a primera hora de la mañana y volvía a últimas horas de la tarde-noche.
No conocí al nuevo vecino hasta dos meses más tarde, fue en el rellano del primer piso. Los comentarios de las vecinas no eran para nada exagerados. Me pareció un hombre guapo, y muy callado, tendría alrededor de treinta años, sus "buenos días" eran casi inaudibles. Instintivamente, mis ojos buscaron los suyos. Mi costumbre de siempre, los ojos me solían contar sobre sus dueños mucho más que sus bocas.
Él agachó la cabeza rápidamente, me sorprendí mucho, normalmente pocas veces pasaba esto, la gente suele aguantar la mirada, sobre todo, cuando vas a vivir tan solo dos pisos más arriba. O era un gran tímido o algo tenía que ocultar este personaje.
Debía de ser la única que tenía reparos con este hombre tan esquivo. Patri, la vecina del bloque de enfrente, suspiraba por sus huesos y aprovechaba cualquier ocasión para hacerse la encontradiza. La verdad es que todos estaban encantados con el nuevo vecino, incluso mi madre:
__ Nena, no sé porqué no te le insinuas un poquito al nuevo vecino, mira, Patricia no pierde una.
__ ¡Que no mamá! Patri es mucho más mona que yo, además, no sé hay algo en ese tipo que no me termina de convencer.
__ Mira hija, los años pasan y ya empiezas a entrar en una edad muy peligrosa, así no te casarás nunca, y desde que murió tu padre nos hace tanta falta un hombre en casa con tu hermano en la otra punta del mundo.
Esa fue mi gran desgracia, primero la marcha de mi hermano a Camberra, la situación laboral no le dejó otro camino. Yo tuve suerte y encontré trabajo, pero cuando ya había iniciado mi vida y había cogido un apartamento para independizarme, la desgracia volvió a sacudirnos, esta vez de forma más cruel. Mi padre falleció a los pocos meses de mi independencia.
Mi madre es una mujer a la vieja usanza, en esa situación no
se la podía dejar sola, mi hermano con pareja y la vida resuelta en Australia, no podía renunciar a nada. Yo no tenía pareja y además trabajaba en la misma ciudad, así que me tocó a mí sacrificarme. Para mi hermano era la solución ideal, yo me ahorraba un alquiler y gastos, y mamá estaba acompañada, todo perfecto. A mi edad resulta algo incómodo vivir aún bajo el ala maternal, pero me consolé pensando que esta sitúación no iba a ser para siempre. Mi madre alguna vez superaría la pérdida y además, pese a su mentalidad chapada a la antigua, era un encanto y fácil de llevar.
se la podía dejar sola, mi hermano con pareja y la vida resuelta en Australia, no podía renunciar a nada. Yo no tenía pareja y además trabajaba en la misma ciudad, así que me tocó a mí sacrificarme. Para mi hermano era la solución ideal, yo me ahorraba un alquiler y gastos, y mamá estaba acompañada, todo perfecto. A mi edad resulta algo incómodo vivir aún bajo el ala maternal, pero me consolé pensando que esta sitúación no iba a ser para siempre. Mi madre alguna vez superaría la pérdida y además, pese a su mentalidad chapada a la antigua, era un encanto y fácil de llevar.
__ ¡Mamá! Yo no necesito tener un hombre al lado para vivir, si llega el momento y el hombre adecuado no tendré ningún inconveniente pero vivir con alguien por vivir, pues no.
El tiempo fue pasando y parecía que el nuevo vecino se integraba en el vecindario, se iba abriendo y poco a poco buscaba más el trato. Me sorprendió muchísimo que aceptase la invitación de mi madre para cenar.
Estuvo encantador, incluso llevó un botella de vino y el postre, en ese momento pensé que había sido muy injusta con él y saqué mi lado más amable, evidentemente, todos tenían razón y la equivocada era yo. Desde entonces fuimos prácticamente inseparables y comenzamos a salir. Nos divertíamos juntos, descubrímos gustos comunes y decidimos formalizar el noviazgo. No paraba de dar gracias a Dios o a quien quiera que maneje los hilos de nuestra vida, si es que un ser semejante existe; por no haber dejado que mi natural desconfianza hubiese impedido una bonita relación. Ni siquiera sabía si ese amor sería para toda la vida, pero durase lo que durase, la única certeza con la que contaba era que éste era el hombre con quien, en aquellos momentos, quería compartir mi vida.
Para anunciar nuestro compromiso hicimos una fiesta familiar, acudieron algunos de mis amigos y varios vecinos, lamentablemente por parte de Pedro, al ser de otra localidad, no pudo asistir nadie por su parte, no era normal que se desplazasen un montón de kilómetros para una simple fiesta de compromiso, para la boda sería otra cosa.
En un aparte, Pedro me propuso que nos escapásemos un rato, quería hablarme de algo y allí era imposible, la gente ya comenzaba a estar un poco pasadita de bebida y el escándalo era palpable. Disimuladamente y procurando mimetizarnos entre los asistentes subimos a su casa, en el último piso del edificio.
__ ¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?
__ Nada en especial, me empezaba a doler la cabeza y quería estar un rato a solas.
__ Y ¿para eso me haces salir a hurtadillas de la fiesta? Cariño, comprendo que para ti no es agradable aguantar a gente que conoces desde hace poco, que te hubiese gustado tener a alguien de tu entorno a tu lado. Yo también echo de menos a mi hermano, probablemente ni vendrá a la boda, está demasiado lejos y sería un gasto excesivo por asistir a un enlace, aunque sea el de su hermana. Con la ilusión que me haría que me llevase él al altar.
__ No tiene nada que ver, en especial no hecho de menos a nadie, un poco a mi madre, pero la veré pronto.
Pedro era muy reacio a hablar de su familia, pocas veces hablaba de ellos. De su madre, de sus dos hermanos, pero francamente sabía poco de ellos, yo pensé que la relación no era buena, en muchas familias pasa eso. Así que me emocioné cuando recordó a su madre. Pasé a la cocina tenía la boca seca y me sorprendió algo, sobre la mesa de la cocina había dos cuchillos enormes, una sierra grande, y un rollo de cuerda gruesa. Era la primera vez que veía aquello en la casa.
__ ¡Cariño! Le grité desde la cocina__ ¿Vas a dedicarte ahora al bricolaje o es que José te mandado un trabajito extra? __ José era su jefe y no era nada extraño que aunque Pedro se dedicaba a vender coches, aprovechando su disposición, le encargase otros menesteres, incluso en una ocasión tuvo que cuidar a su perro durante las vacaciones de Navidad, cuando él se llevó a sus hijos a esquiar.
__ No, en esta ocasión voy a hacer un trabajito para mí, quiero arreglar el escobero, creo que nos vendría mejor hacer una pequeña alhacena.
Dejé el vaso en el fregadero y fui al salón. Pedro estaba recostado en el sofá y cuando le miré, esquivó mi mirada igual que el primer día que le conocí. Algo se removió en mi interior y le hablé de forma imperativa para obligarle a mirarme.
__ ¡Vamos, no podemos seguir haciendo el feo a nuestros invitados!
__ Ni se han dado cuenta de nuestra salida a estas alturas ya estarán ciegos de cubatas y cervezas.
__ Pues con más motivos ya van a ser las doce y va siendo hora de mandar cada mochuelo a su olivo, no quiero cargar el muerto mamá, al fin y al cabo es nuestra fiesta, y no quiero tener problemas con don Hipólito.
Me dirigí a la puerta con paso rápido y nervioso, había conseguido que Pedro me mirase, pero había algo en su mirada que no me gustaba, no sabía explicar el qué, pero no era la mirada de siempre, algo había cambiado. Sus pupilas se habían dilatado y brillaban de forma inusual. Algo le estaba excitando y no era un impulso sexual. Las manos se me cogelaron cuando al coger el picaporte y al intentar abrir, no pude. Pedro había echado la llave. Con un punto de histeria comencé a gritar y a vapulear la puerta,
__ ¡Abre la puerta! ¡Quiero salir de aquí ahora mismo! __ sentía miedo y también me sentía ridícula, parecía una niña pequeña aporreándo la puerta por una rabieta.
Me callé un momento, sentí una puerta abrirse y volví a gritar. Pedro se acercaba a mí y un pánico inexplicable me invadía, su voz trataba de tranquilizarme, pero sus ojos me decían otra cosa. Sentí el timbre y la voz de un malhumorado Don Hipólito chillar al otro lado de la puerta.
__ ¿Se puede saber que pasa ahí dentro? No contentos con el escándalo que estáis formando en casa de doña Justa, ahora venís aquí a liarla. O salís inmediatamente y paráis este escándalo o llamo a la policia. Es vergonzoso Mari Pili, si tu padre levantara la cabeza...
Pedro ya estaba a mi lado y su cara estaba tan blanca como la de un cadáver. Aprovechando su indecisíón momentánea intenté ponerle más nervioso.
__ Más te vale abrir, no conoces como se las gasta el presidente, es muy capaz de hacer lo que dice.
Cerré los ojos y sentí el ruido de la llave girando en la cerradura, ¡por fin estaba abriendo! Mientras intentaba dar una explicación al airado don Hipólito, aproveché para escarpame a todo correr por la aberura de la puerta. Solo escuché los últimos gruñidos del máximo representante de la comunidad: "¡Peleas de enamorados! ¡peleas de enamorados! Estaba muy equivocado contigo jovencito. Pensaba que eras más responsable pero eres igual que todos. A partir de ahora te tendré vigilado".
¡Bendito don Hipólito! Nunca sabría el favor tan grande que me había hecho. Ya en mi casa conseguí despedir a los invitados y ante el estupor de mi madre eché todos los cerrojos y prohibiéndola abrir la puerta a Pedro bajo ningún concepto, me encerré en mi habitación. Sentí el timbre de la puerta tres veces, y perdí la cuenta de las veces que sonó el teléfono.
Ni que decir tiene que desde aquel momento todo cambió. Los días que siguieron fueron raros y estrepitosos. Lo primero que hice fue romper el noviazgo, me negué a hablar con Pedro, procuré huir de él y no encontrármele en la escalera, pero sabía que no podría permanecer así mucho tiempo, la posibilidad de tropezar con él era inminente. Lo mejor era irme de allí.
Expliqué a mi madre lo sucedido y el extraño comportamiento de Pedro. De acuerdo con mi tía, que vivía en el pueblo, conseguímos convencer a mi madre para que se fuera con ella una temporada. Curiosamente no me puso muchas pegas, debía intuir por mi comportamiento que las cosas estaban mas feas de lo que podría creer.
Yo solicité el traslado a otra oficina de mi empresa y me fui a casa de una amiga. Los días fueron o, al menos, yo me quise hacer esas ilusiones, recuperando la normalidad. Solo volví a mi antiguo barrio seis meses después. Me costó mucho volver, no quería encontrarme con Pedro y el motivo de mi visita no era agradable. Nadie sabía nada de mí en mi antigua casa, pero casualmente hacía dos días me encontré con Patri en un centro comercial y me comunicó el inesperado fallecimiento de don Hipólito. Y digo inesperado porque este hombre no era tan mayor y siempre había gozado de una excelente salud, incluso Patri me confirmó que recientemente se había hecho un chequeo y estaba como un toro.
Por fortuna no vi a Pedro en el sepelio de don Hipólito y respiré tranquila, pero no sabía que este relajamiento me iba a durar muy poco.
No habría pasado ni un mes de esta desagradable noticia, cuando me volvió a invadir una sensación de tragedia, esta vez, entre las hojas de los periódicos y los ecos de las noticias televisivas. El cuerpo desmembrado de una chica había aparecido en un vertedero de las afueras de la ciudad. No sabía el motivo pero esa noticia me producía inquietud, desafortunadamente no era la primera vez que oía noticias de este tipo. Tampoco era de esas mujeres pusilánimes que no sale a la calle por temor a los asaltos de posibles delincuentes o criminales, pero aquel caso me quitaba el sueño, debía ser que mi experiencia con Pedro me había sensibilizado en extremo.
Pasó un mes y aunque las noticias se fueron relajando con lo de la chica asesinada, yo seguía muy pendiente del caso. A la jóven ya la habían puesto nombre y apellido, era azafata de treinta y un años y un hijo de tres. Había salido a trabajar y desde el aeropuerto se habían puesto en contacto con su familia porque no había llegado a su puesto de trabajo. Una noche, mientras mi amiga y yo cenábamos frente al televisor escuchamos que la policia estaban procediendo a la detención del presunto asesino en su domicilio.
Un impulso incontrolable me levantó del sofá y salí disparada hacía el coche. No sé si me llegaría después alguna multa, lo que sé es que, aprovechando el escaso tráfico en aquella hora, crucé la ciudad en un suspiro y en poco menos de un cuarto de hora me planté en las inmediaciones de mi calle. Un cordón policial me separaba de mi portal. Los vecinos de los edificios colindantes se agolpaban en el cordón, los vecinos de mi bloque permanecían en las ventanas y los balcones. Entre el gentío me topé con Adoración, una vecina del portal de al lado y la madre de mi mejor amigo del colegio.
__ ¡Ay mi niña, que disgusto! Teníamos al asesino en casa. Creo que tiene antecedentes, con solo doce años mató a su madre. Estuvo hasta los diecinueve años en un psiquiátrico y luego desapareció y no se supo nada de él. Dicen que se marchó al extranjero y creo que se cambió el nombre. La policía esa de fuera, la ínter no sé qué le tenía en busca y captura. Creen que es el responsable del asesinato de, al menos, tres mujeres más en otros países. Cada vez que pienso lo que podría haber pasado y quien pudo ser su víctima se me abren las carnes .__Adoración luchó por no soltar lo que pugnaba salir de su boca, pero sus ojos me lo decían todo. La víctima, en lugar de esa pobre chica, pude ser yo.
__ ¿Y cómo sabe usted todo eso señora Adoración?
__ Mi niña, me he colocado cerca de una de las camionetas de los periodistas y, sin querer, ya me conoces, nunca me gusta escuchar conversaciones ajenas, he escuchado los comentarios que hacían a las noticias que iban recibiendo. Estaban tan distraídos con su trabajo que no se han dado ni cuenta que estaba ahí.
No me extrañaba nada, Adoración tenía una habilidad especial para enterarse de todo y un oído que parecía un radar. Eso de que no prestaba oídos a los chismes era solo un decir.
Como pude, dando empujones a diestro y siniestro, me situé en primera línea de la cinta. El revuelo fue el preludio de lo que estaba por pasar. Todo enmudeció en el momento que el asesino apareció esposado. Al contrario de lo que yo pensaba el reo no llevaba la cabeza tapada y miraba con descaro a todos, incluidas las cámaras de los periodistas. De camino uno de los coches pasó muy cerca de mí. No se escondió me miró directamente a los ojos, esta vez, con esa mirada suya que consiguió, no sé si engañarme o enamorarme. Antes de que los policías le empujasen dentro del coche me dirigió unas palabras en tono muy bajo, pero que entendí perfectamente.
__ Tú lo sabías desde el principio ¿verdad? No como ese viejo impertinente que me tuve que cargar porque se acercaba demasiado a mí. Tú si lo presentiste desde el primer día que te aparté la mirada.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario