En Toledo hubo, según cuenta una vieja leyenda, una casa. Mucho se habló de ella. Viejos textos señalaban que su constructor fue el mismo Hércules. Corría el rumor de que allí en tiempos antiguos se acumularon prodigios y grandes tesoros. Nadie lo sabía con certeza puesto que sus dos pétreos centinelas, dos leones gigantes, custodiaban su entrada espantando a los curiosos. Sobre sus cabezas rezaba esta leyenda:
“El rey, al ceñir corona se abstendrá de abrir la casa
Pasará sus puertas de largo poniendo cadena y candado.
Y aquel que no lo cumpliere caerá en felonía ,
Perdiendo sin miramiento poder y reinado”.
Era tradición que todos los monarcas al tomar posesión del reino, caminaran hacía la casa y pusieran una cadena, cerrando con un candado la entrada. Pero la curiosidad es mala consejera. Uno de los reyes de aquella aguerrida dinastía; empujado por su codicia y creyéndose invencible, rompió todos los candados penetrando, completamente sólo, en su interior.
Al salir de la casa, con el rostro demudado, un fuerte viento procedente del sur le arrancó su corona. Así, Rodrigo -el último rey godo- comenzó a sentir cómo la vieja profecía iba a cumplirse.
FIN