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viernes, 12 de abril de 2013

UNA TARDE EN LA FERIA



La verdad es que muchas veces tiendo a pensar si los humanos somos masoquistas, o por no exagerar demasiado podría suavizarlo diciendo que muchas veces podemos llegar a ser esclavos de nuestras aficiones.

No os creáis que yo soy filósofa o que me paso el día haciendo cábalas entre pensamientos profundos y sesudos, no, nada que ver. Pero cada año me asalta la misma duda; cuando, salvo raras excepciones, me planteo mi visita anual a la Feria del Libro.

El hecho es que a pesar de los inconvenientes, que los hay, empezando porque no soy muy partidaria de las aglomeraciones, siempre me ha puesto nerviosa estar entre grandes masas de gente aunque sea en espacios abiertos, no puedo evitar el preparar ese paseo con toda la ilusión del mundo, miro páginas, me informo cuidadosamente de quienes, cuando y como van a firmar, hago mi lista de libros elegidos, sobre todo de aquellos que quiero que me firme su autor. En fin un trabajo que requiere su tiempo aunque no lo parezca.

Llega el día señalado y frotamiento de manos, vamos a la carga y ups, primer inconveniente; aparcamiento que no es nada fácil ya que hasta los parkings están hasta arriba y muchas veces tienes que aparcar en el quinto pimiento y dando gracias de tras dar mil vueltas y gastar carburante has encontrado algo y no tienes que volver a casa, decepcionada y cabreada como una mona.

Una vez salvado el primer escollo llegas a la puerta del dichoso paseo y ya en la entrada te empiezas a plantear que tienes que empezar a abrirte paso como sea entre ese río de gente que es mucho más ancho y caudaloso que el Manzanares, respiras hondo y comienzas a caminar con paso firme y decidido —si te dejan, claro— empezando a buscar la caseta donde está uno de esos autores elegidos, eso sí, sin dejar de lado y siempre con ojo avizor por si en el camino te encuentras algo interesante, pillarlo.

Y es que en el camino te sueles encontrar con alguna sorpresa; esa caseta vacía, te acercas y descubres que el autor que firma es novel, no le conoce nadie; a mí, que me gusta dar oportunidades a todo el mundo, cojo el libro en mis manos, leo la sinopsis y ¡voila! Resulta que lo que leo, hasta me gusta, y aunque no lo tenía previsto lo compro y le digo al autor que me lo firme, ver ese gesto de sorpresa y hasta de miedo te sube la empatía a niveles insospechados. Sobre todo cuando te piden disculpas porque la dedicatoria a lo mejor no está acorde porque no están acostumbrados. Vamos que el hasta me tengo que frenar para no darles un achuchón y todo.

Ya con un botín en mi poder vas a lidiar con el siguiente toro, al final encuentras el lugar donde está firmando uno de los elegidos y te encuentras con una fila considerable de gente que espera la firma, compras y te dispones pacientemente a esperar el tiempo que sea necesario —al fin y al cabo, el autor lo merece, ya que es alguien de toda la vida y con una trayectoria muy importante— Y una vez que llegas te encuentras con alguien completamente frío, distante y que mira a la gente por encima del hombro, al más puro estilo divo de Gloria Swanson en “El crepúsculo de los dioses”. Entonces la simpatía se te cae al dedo gordo del pie y no te queda más que pensar que ya puede ser bueno el librito de marras, porque si no le va a volver a comprar una novela “Rita la Cantaora”. Tengo que decir como desagravio que la novela no sólo no me disgustó, sino que me gustó muchísimo y disfruté de su lectura, incluso hasta me hizo soltar alguna carcajada, menuda paradoja para alguien que personalmente me resultó tan seco.

Unos cuantos pasos más y te encuentras con, la supermega estrella, la supernova, superstar, uno de esos autores por los que retarías hasta el mismísimo Mefistófeles para conseguir su firma; pero claro, cuando ves ese maremágnum de gente esperando y además sabes que él o la figura lleva pactado una hora concreta y que cuando pasa el tiempo se va a largar sin ningún miramiento (faltaria plus, porque lo vale), te cierran el chiringuito y te quedas compuesta, con libro y sin firma; empiezas a sopesar pros y contras y por supuesto triunfa la cordura y decides que es mejor comprar el libro tranquilamente en cualquier librería y cualquier día, meterlo en el bolso y dejar al azar que cualquier día te puedas chocar con el personaje en plena calle y ejecutar un atraco a mano armada, es decir: “o me firmas o no te dejo pasar”.

Ante el primer varapalo, decepcionante a pesar de que era de lo más previsible, lejos de amilanarte sigues adelante con más ilusión si cabe, porque sabes que de ahí en adelante te puedes encontrar de todo, desde el autor del best-seller del momento que resulta ser una persona completamente tímida y callada; hasta el escritor simpático que conecta con el público de tal forma que no tienen ni la más mínima duda en contarte hasta su vida; hasta el punto de decir: “Perdona un momentito que llamo a mi pareja que está por aquí para que haga una foto, que me acaban de poner una valla rosa (como si esa valla que más que rosa, era morada, fuese un Oscar o una medalla olímpica) para organizar la firma porque hay mucha gente esperando y después de tantos años es la primera vez”, incluso pelear con el librero diciendo que cueste lo que cueste se va a  quedar hasta la hora que haga falta para atender a todos.

Pero sobre todo en la Feria tienes otro reto muy importante y es como acercarte a los mostradores sin morir en el intento y, después de mis muchos años de experiencia, no hay nada mejor que el “coding” o sea, meter el codo por, donde y cuando te dejen. Aunque eso no quita que tengas que escuchar eso de: “¡Señora no se cuele!”, pero ¿cómo me voy a colar? si he cogido el libro y lo voy a comprar que culpa tengo yo que la gente sólo mire, que es muy respetable, pero que no se quejen.

Otra cosa que me pone los pelos de punta como si hubiese metidos los dedos en los enchufes es que se encuentren amigos en plena riada de muchedumbre, porque mira que es difícil y hay días, horas y Madrid es lo suficientemente grande para que esto no tuviera que pasar, pues sí, contra todo pronóstico suele pasar, y te toca estar un buen rato escuchando que si que mona estás, pero chica si no ha pasado el tiempo por ti, etc.; y tras los primeros saludos de cortesía viene el preguntar por hijos, nietos, cuñados primos, mascotas y demás parentela, y ya el punto culminante es cuando se empiezan a poner al día: “¿Sabes que fulanito que se ha quedado en paro y no trabaja desde hace cuatro años?; pues a menganita la embargan, sí, sí, como lo oyes, la pobre avaló al sinvergüenza de su yerno y le quitan la casa”. Y tras haber pedido por favor e ir subiendo el tono de tu voz, más que nada porque no tienes otro sitio para pasar, y lo que hablan no te importa un bledo, no por insensibilidad, no, no, no es por eso, es que decididamente para deprimirte ya ves todos los días los telediarios, optas por el empujón de toda la vida, el mejor remedio para la sordera selectiva y transitoria. No hay nada como poder pasar ya de una vez de esas dos pesadas de turno, eso sí con la cabeza muy alta y haciendo oídos sordos a todos los improperios que te dirigen; y es que de ese tipo de sordera, todos hemos sufrido alguna vez, y quien diga lo contrario miente como un bellaco.

Y así, entre niños que corren entre tus piernas, triciclos, bicicletas, cochecitos de bebés y  cadenas de perros con las que te tropiezas, que sí, que ya sé que estamos en un parque, pero el parque es muy grande y hay muchas zonas verdes donde los perritos puedan disfrutar, porque digo yo que no sé que pintan los pobres animalitos mirando libros y con los collares y las correas que están a punto de asfixiarles, y eso que cada vez dudo menos en que seguro que muchos son más inteligentes que sus amos. Pues a lo que iba, ya está anocheciendo y sabes que la velada ya va tocando a su fin, y entonces llega el colofón final, por fin y después de haberte pateado todo el recinto y por primera vez en toda la tarde consigues escuchar claramente la megafonía (que hay que ver parece que el equipo lo compran en los saldos, porque el funcionamiento deja mucho que desear) y te enteras que el autor de tus sueños está firmando que la caseta número tal por cambios de última hora (y entonces el enigma queda resuelto, por eso no habías podido encontrarle en toda la tarde), de una vez por todas ya sabes donde encontrar a tu ídolo, pero horror, está —como era de esperar— a la otra punta de la avenida, y lo peor que ya son las nueve y veinte y a y media cierran. Te entra el horror, sudor frio, pulsos alterados, ¡que no llego!, ¡que no llego! y comienzas a correr, si es que puedes y no corres el riesgo de arrollar a alguien en el intento, y lo que es peor llevando a tu familia tras de ti, que no entiende el ataque que te acaba de dar.

Y el premio final en el último minuto llegas, sin resuello pero llegas, y te encuentras con el señor o señora que firma y te empieza a contar sus penas, que si que cansancio, que si este ya es el último libro que firmo, llevo ya dos horas firmando y no puedo con la mano. Y tú te quedas con la duda de decidir, ¿pides que te devuelvan el dinero y te vas por donde has venido? ¿Te pones a contarle tus penas? No, yo opto por lanzar una sonrisa más que nada de compromiso por no soltar un improperio y decir amablemente: “Uy si yo te contase”.

Las luces se van encendiendo, los puestos se van cerrando
unos más despacio, otros más deprisa, eso también depende de si es sábado y ya es casi el último día de feria y tú con los pies destrozados —a pesar haber elegido el calzado más cómodo— los riñones al jerez pidiendo una silla a gritos y jurando en hebreo y arameo pensando en lo que te queda todavía para llegar al puñetero coche, eso sí, con la alegría y la satisfacción del sueño cumplido, con las bolsas cargadas —si ibas a comprar siete, al final haces recuento y te llevas diez— , con la tarjeta de crédito más ligera y pensando ya en la próxima feria.

¿Masoquista? ¿Esclava de mis hobbies? Pues ese es el dilema señores.

FIN