INTRODUCCIÓN
¡Qué bien se vive en la Gloria! ¡Qué bonito todo! Tan
blanco, tan limpio, siempre con dos o tres ángeles con alas deslumbrantes
dispuestos a sacarte de apuros a la mínima… pero que aburrido, ¡Señor!
Sí, estoy muerta de aburrimiento. ¡Uy! ¿He dicho muerta?
Mira que llevo siglos aquí arriba y sigo hablando como allí abajo.
Nunca me ha gustado la siesta, creo que es una excusa de
los vagos. Pero aquí esta costumbre está muy arraigada. Estoy convencida que
alguno de los santos españoles que subió aquí, implantó ese bendito hábito.
Como si no conociera yo a mis paisanos. Estas horas son soporíferas, por lo
menos en la Tierra se oía algún ruido, aunque fuese el melodioso ronquido de
algún soldado. Pero aquí no se escucha ni el vuelo de una mosca. Claro es que
aquí no hay moscas. Las moscas no suben al Paraíso.
Así que he decido escribir mis memorias para
entretenerme. Si es que ya lo decía mi madre, que estaba un poco “pa allá”,
pero era sabia: «Cuando el diablo no
tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas».
¡Ay, Señor! ¡Qué nervios! No sé ni como empezar. Yo que
he batallado contra pretendientes a mi trono, que he expulsado a los moros de
Las Españas, que ayudé a descubrir un mundo nuevo, ahora me pongo a temblar
delante de un papel blanco. ¡Manda huevos! Cualquiera lo hubiese dicho, si
Cisneros me ve se va a descojonar vivo. Yo, toda una reinona hecha y derecha
con corona y todo, ¡ojito! Que en mis tiempo no nos la quitábamos ni para ir a
hacer pipí je,je,je. No como mis descendientes, que parece que le tienen miedo
a tan honrosa joya. ¡Pobrecitos! Si yo les comprendo, el adorno pesar, pesa lo
suyo y te entran unas migrañas de irte por la patilla, pero quedan tan cuquis y
dan tanta autoridad…
Bueno voy a dejarme de tonterías y a empezar a darle a la
pluma, que no he sido yo mujer de andarme con remilgos. ¡Beaaatriiiiizzzzzz!
¡Beatrrrriiiizzzzzzzzz! ¡Uf, que lenta es la tía! Ya sé que tiene tropecientos
años pero se supone que aquí somos seres ligeros, livianos, etéreos… ¡Menos
mal, ya está aquí! ¡Venga mujer! ¡Venga! He visto tortugas más rápidas, ¡caray!
Tráeme ipso-facto una buena pluma de ganso, que esta mierda de barrita con el
tubito azul en el centro no funciona. ¡Inventos modernos! ¡Dónde esté una buena
pluma de ave que se quiten estas memeces!
— Señora, que digo yo que si no le sería más práctico
usar un cacharro de esos con teclas que no se necesita casi ni mover la mano.
Basta con apretar los botones para que salgan las letras como por arte de
magia. Ordenador lo llaman.
— ¿Usar yo ese objeto diabólico? ¡Estás loca Beatriz!
Creo que ya el riego no te llega bien a la cabeza. Es más, si a ese muchachito…
¿Cómo se llama? Bill… Ese sí, Bill Gates se le hubiese ocurrido nacer en mi
época, mi Torquemada ya se hubiese preocupado de asarle un poquito al punto.
— Lo veo muy difícil señora. Billy es norteamericano
y dudo mucho que ninguno de sus
antepasados estuviera aún por el mundo. Como bien sabe su majestad, por esas
tierra solo había unos salvajes que saltaban al lado de unas hogueras y
cantaban a un Dios que, creo haber leído en algún sitio, llamaban Manitú.
Creían que este ser les proporcionaba…
— ¡Calla ya, mujer! Que me vas a poner dolor de cabeza me
importará a mí a quien adorasen esos, si a Manitú, Manitó o como sea. ¡Hija que
pareces la Espasa! Mira que eres sabihonda. ¿Sabes? Aquí entre nosotras te voy
a confesar que te odio, no soporto que la gente sepa más cosas que yo. Que yo
soy la Reina y punto en boca, ¡hombre! Anda lárgate, ya te llamaré si te
necesito.
— Como gustéis, señora.
— ¡Beaaatriiizzzzzz! ¡Un frasco de tinta! Pero, ¿cómo se
te ocurre traerme la pluma y no traer tinta? Si es que leer tanto te está
secando el cerebro. Si es que tengo que estar en todo, ¡coño!