¡Dios otra vez el maldito despertador! ¡Joder que asco de aparatejo!
Seguro que quien inventó el artilugio de los demonios era un insomne. Me dí
media vuelta y con los ojos aún cerrados intenté apagar el trasto de los cojones, con tan mala suerte
que me llevé por delante todo lo que tenía en la mesilla, incluido el vaso de
agua, el cual, no tenía otra misión en
la vida que regarme.
— ¿Qué pasa amor? —la voz adormilada de Nati sonó a mi lado— Ainss, mira
que te tengo dicho que desconectes el despertador los domingos.
— ¡Coño es verdad! ¡Hoy es domingo! —Una sonrisita bailó en mi cara, ya
no me importaba estar empapado de agua ni tener que meterme debajo de la cama a
rebuscar todo lo que se había caído je,je,je. Era afortunado hoy me libraba de
ver al gilipollas de mi jefe.
— Cielo, ya que estás levantado ¿te importaría preparar el desayuno y
traérmelo a la cama? Hace tanto que no nos damos un pequeño homenaje.
Ummm, escuchar la vocecilla empalagosa de Nati me provocó un negro
presagio. Llevábamos un año viviendo juntos y ya comenzaba a darme cuenta de
los distintos matices e inflexiones de su voz.
Lógicamente ya no me volví a meter en la cama, tras el desayuno, tuve
que recoger los cacharros, preparar el baño en fin, lo habitual.
— Amor, ¿te apetece que vayamos a pasar el día al Plaza Norte 2? Lola y
Merche me han comentado que han puesto una tienda que tienen una ropa divina de
la muerte y con unos precios de ensueño.
Vamos yo rabié de la emoción, un gusanillo me corroía el estómago de la
felicidad que me embargaba, pero a ver quien era el guapo que negaba algo a mi
“santa” prometida, así que me dispuse a soportar el vía crucis de todo novio
complaciente y cumplidor.
La llegada a ese lugar “de las mil y una noches” ya fue épico, encontrar
un hueco para mi flamante Citroën C3 fue una especie de batalla campal por un
mísero aparcamiento junto a una columna —que siempre están donde no deben
estar—. Me toco pelear con un tío que, con la misma cara de mala leche que yo, pretendía
meter su espectacular BMW deportivo en ese mínimo espacio. Tras un pequeño
forcejeo, que si tú, que si yo, que si a ver quien tiene más huevos —forcejeo
visual más que dialéctico— todo hay que decirlo, al tipo no le quedaron más
narices que cederme el sitio, más que nada porque ese pedazo tanque ahí no
entraba. Claro que tuve que aguantar las miradas como cuchillos cortantes de su
compañera de asiento y su frasecita hiriente: “déjalo Amador, desde luego
estos sitios sólo están pensados para estas “caquitas” de utilitarios“ ;
palabras que fueron rubricadas con un gracioso corte de mangas procedente de
aquel Fitipaldi de pacotilla. Pero ni eso fue capaz de amargarme aquella
pequeña victoria.
Como dice mi madre: "poco dura la alegría en casa del pobre",
y efectivamente a mi se me terminó cuando a mis espaldas escuche una
“melodiosa” mas que conocida.
— ¡Natiii!! Guapa, ahora mismo Queli y yo estábamos pensando en ti.
Sabíamos que serías incapaz de no pasarte por aquí, verás, verás que chuladas de
tiendas.
Aggggg y agggg y más agggg ¡no podía ser! Allí estaban las insoportables
amigas de mi novia, y ya era casualidad de casualidades que cada domingo que
nos tocaba excursión a los centros comerciales nos las encontrásemos.
Ni que decir tiene que aquello ya me olía a chamusquina, y más, cuando
veía la sonrisita cómplice de Nati y los morritos que me ponía para que no se
me notase demasiado la contrariedad. Aquello estaba preparado, vamos que soy un
poco panoli, pero no tonto.
— Nati, nena, estás divina con ese vestido vas a triunfar —exclamó Mamen entusiasmada cuando vio salir a Nati
del probador luciendo una especie de vestido que no la tapaba medio muslo y de
unas transparencias algo preocupantes.
Lo más disimuladamente pude eché un vistazo a la etiqueta y tuve que
agarrarme al mostrador para no caerme allí mismo de culo, ¿185,99 euros por un vestido que parecía un camisón y
con una telita de chichi-nabo que se iba a tragar la lavadora en
el primer centrifugado? Eso me parecía un atraco a mano armada ¡joder con los
precios de ganga de Quelita y Mamen!
— Nati nena… esto ejem ¿no te parece que es mucho dinero por un trapito
de nada? —balbuceé tímidamente.
— Quique no seas aguafiestas cariñín, ¿para que te crees que se inventaron
esas tarjetitas tan monas y útiles
llamadas Visa Oro?
Mi mente de licenciado en empresariales y económicas empezó a hacer números rápidamente y para mi
estupor me dí cuenta que esa tarjeta de los huevos, ya no debería estar en
números rojos, tenía que estar como mínimo morada y punto de hacerle el boca a boca porque podía
morir infartada de un momento a otro.
El coro de gallinas —upsss perdón… las queridas amiguitas de mi Nati—,
comenzaron a jalear la compra. Pero eso no terminó ahí, las bolsas siguieron
sumándose una tras otra. Me pasé un par de horas corriendo tras ellas con sus
abrigos, sus bolsos, las bolsas de las compras, porque claro ya no sólo me
tocaba cargar con las bolsas de mi novia; también como buen caballero tenía que
llevar los bolsones de las otras dos arpías-tiparracas. ¡Coño! Ya empezaba a
tener la impresión que me había casado con el Trío La,La,La.
— ¡Quique, no seas manazas! y no me dejes el abrigo ahí que es de Agatha
Ruiz de la Prada y se me va a deformar —decía la gilí de Quelita. Y que narices
llevaría la imbécil de Mamen en el bolso ¡cagüenlaleche! Ni que llevase un
muerto, eso pesaba un quintal.
Al fin como si me hubiese pasado un regimiento de apisonadoras por
encima, mis tres torturadoras decidieron que era hora de comer. ¡Menos mal! Que
bien me vendría ahora una buena fabadita con su choricito, su morcillita… su
todo. A dos pasos había un mesón asturiano que despedía un olor a gloria.
— ¡Uy, no, Quique, no! ahí ni de
coña que te estoy viendo la cara, a ese sitio tan cutre yo no paso —dijo Nati
al presentir mis intenciones— Mamen conoce un restaurante japonés que es el no
va más, está un poquito más lejos pero creo que merece la pena. El poquito más
lejos fue un agradable paseo de veinte minutos cargado como un burro.
— Nati nena, ya sabes que a mi el sushi ese no me gusta, pescado crudo
que asco puaggg.
— Desde luego Quique no eres nada chic, la comida japonesa es
maravillosa, dietética, ligera, sin colesterol, sin calorías, sin nada de
grasa; y no es por nada Quiquito pero te estás poniendo un poco fondón, esa
barriguilla ya empieza a tener unas proporciones un tanto preocupantes —dijo la
bruja de Quelita.
¿Que yo tengo barriga? ¡No te jode la tía! No me extraña que el marido
la dejase plantada.
Al final mis ya maltratadas posaderas y peor parados riñones finalmente
terminaron tomando asiento en un taburete de ese restaurante tan cucón y japonés,
por fin comería algo, guarradas eso sí,
pero al menos podría soltar todos lo bultos.
— Quique, nene tienes mal color de cara, ¿estás cansado? Pues esto no es
nada ya verás cuando tengáis un par de niñitos, lo divertido que vas a estar
corriendo detrás de ellos por el Centro Comercial, Paco se lo pasaba pipa con
ellos ja,ja,ja -comentó Quelita como quien
no quiere la cosa.
El bueno de Paco, es el exmarido de la tonta el bote esta, ahora seguramente
estará feliz y contento lejos de esta arpía y viendo a esos dos diablos con
patas que tienen por hijos una vez al mes.
De repente me imaginé la escena, cargado hasta las trancas de bolsos,
bolsas, abrigos y corriendo detrás de un par de críos mocosos, llorones e igual de caprichosos que su mamá. Al
instante mis manos comenzaron a sudar, las piernas me temblaban y mi estómago
empezó a notar ligeros calambres como si me estuviese entrando corriente
eléctrica por algún sitio. Ni que decir tiene que el sushi se quedó en el
plato, y hasta pensar en la fabada me daba ganas de vomitar.
Luego llegó la hora del cine, por supuesto la película la eligieron
ellas, una película de esas ñoñas con el típico guaperas de protagonista. Pero
claro ni me enteré del argumento porque las tres cotorras no paraban de
cuchichear y criticar a la actriz de turno, que para ellas no valía un
pimiento, pero a mi me parecía que estaba muy buena. Y menos mal que con los
precios de los cines la sala estaba medio vacía y cada grupo estábamos de una punta a otra de la
sala, que si no nos echan a patada limpia.
La vuelta fue el mismo tormento
de siempre, tres cuartos de hora metidos en un atasco de la leche, y otra hora
para llevar a cada una de las gallinas cluecas a su casa, porque según Nati: “¡Pobrecitas!
Quique, no podemos dejarlas en el metro ahora, están agotadas, no sabes lo
cansado que es ir de compras”. ¿A mi venía a decirme lo cansado que es ir de
compras? ¡manda narices!
Al llegar a casa solté las bolsas donde pude y dejé a Nati haciendo
recuento de sus tesoros. Yo me tiré literalmente en el sofá, sentí el teléfono
pero no tenía ni fuerzas, ni ganas de cogerlo. La inanición, y el agotamiento
no me dejaban mover un músculo.
— ¡Quique! ¿no oyes el teléfono? Bueno, da igual, ya cojo el supletorio.
Mi móvil también comenzó a sonar.
— Quique machote —rugió al otro lado del cacharro la voz de mi amigo
Nacho—. ¿Qué tal estás colega? Mira esta tarde he visto a Rafa y a Lorenzo y
hemos quedado para el domingo que viene, aprovechando que es la final de la
Liga. Ya sabes como en los viejos tiempos palomitas… birritas ¿Te hace colega?
¿Qué si me hacía?, instintivamente mis ojos miraron el calendario de
mesa y respiré aliviado ¡Si, si, y si el próximo domingo era uno de los contados domingos que no abrían los putos
centros comerciales!
— Claro, Nacho, tronco, contad conmigo. Nos vemos el domingo.
Feliz como una perdiz puse los pies sobre la mesa de centro y respiré
hondo. Aquella cita me había reanimado.
— Quique cielito era mamá, hemos quedado el domingo que viene para comer
con ellos y pasar el día.
—Pero Nati, amor, me acaba de llamar Nacho y he quedado para ver el
partido con ellos, me apetece un montón, hace siglos que no les veo.
— ¡Ni hablar!, ¡vamos no pensarás hacer el feo a mi madre por esa panda de
impresentables de tus amigotes! Con lo que ella te quiere, la pobre se
llevaría un disgusto de muerte. Además quiere aprovechar el momento para que
empecemos a pensar en fechas para la boda. Ya sabes que luego en la iglesia te
ponen pegas y casi nunca te dejan elegir, y en cuanto la tengamos, hay empezar
a buscar restaurantes, que también se ponen imposibles, y el vestido, tu traje…
en fin que estos meses no vamos a parar. A mamá la gustaría que fuese el
próximo otoño, ¡es que es una estación tan romántica! Voy a hacer algo de cena,
con algo ligerito nos vale que yo me he puesto morada de sushi, no tengo nada
de hambre y estoy agotada.
¿Boda? ¿Restaurantes? ¿Trajes? Otra vez me comenzó a rondar el mal
cuerpo, bueno sí,
alguna vez habría que pasar por todo aquello… pero ¿ya? ¿tan
pronto? No sabía aún si estaba preparado para eso. En aquel
momento me vino a la mente el recuerdo de la boda de mi hermano Prudencio, evocar aquellos momentos y todas sus peripecias previas al enlace me dio
escalofríos. Un impulso incontrolable me hizo coger el teléfono de nuevo.
— Hola mamá.
— Hola hijo ¿Qué tal estás?
— Bien mamá, sólo llamaba para pedirte un favor. Dime que no vas a
desmantelar mi habitación para hacer un gimnasio para papá o algo así.
— ¿Un gimnasio para tu padre? Pero hijo que dices ¿estás bien?
— Si mamá estoy muy bien. Te quiero.
Sin más explicaciones colgué el teléfono. Aquella llamada fue como si me
hubiese tomado dos litros de tila. Mi cabeza matemática había vuelto a hacer
cálculos pero esta vez, para variar, no tenían nada que ver con los malditos
euros. Terminaba de decidir que mis días de calzonazos estaban contados y mis
felices y familiares domingos, también.
FIN