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lunes, 9 de febrero de 2015

APRENDER A ODIAR

“¿Te encuentras bien, cariño? Los médicos dicen que ya estás fuera de peligro. He pasado unos días aterradores pensando que podría perderte”.

Los ojos de Carrie se abrieron lentamente, escuchaba una voz lejana, muy lejana. ¿Sería la de Gary, su marido? Consiguió fijar la vista y su mente comenzó a aclarar la imagen de la cara que la contemplaba. Sí, era Gary, su hasta entonces único amor, el hombre de su vida. A medida que Carrie volvía de su largo letargo su cabeza comenzaba a despejarse y los recuerdos asaltaban la parte más sensible de su cerebro. Sí, Gary había sido la persona que, después de sus padres, más había querido… hasta los momentos previos de su accidente.

***********

Cincuenta y tres días antes…

— ¡Gary! ¡Gary, cariño! Dime que llegarás a tiempo, mira qué hora es y todavía estás en la oficina. El avión sale en dos horas y aún tienes que terminar de preparar tu maleta, yo he metido algo pero no sé si querrás llevar algo más. Tengo tantas ganas de volver a ver a papá y a mamá. Imagino la alegría que les vamos a dar, lo pasaron tan mal cuando se enteraron de tu traslado y que íbamos a vivir tan lejos de ellos que vernos tan pronto les va a suponer una enorme sorpresa, aunque solo sea para pasar un mes con ellos.

— Termino un par de cosas por aquí y voy corriendo, te prometo que será como mucho una media hora, no te olvides de poner en la maleta la corbata granate, esa que me regaló tu madre para el cumpleaños, sabes que me gusta mucho.

Carrie colgó el teléfono y corrió a buscar la corbata que le había indicado su marido. Estaba radiante de felicidad, al fin, tras más de un año de ausencia en su ciudad, volvería a ver a sus seres queridos. Había dejado tanto allí: sus padres, sus amigos, la familia de Gary —con quien siempre se había llevado bien—. Iniciar una nueva vida tan lejos había sido sugerente y divertido. Una aventura digna de llevar a cabo sobre todo en compañía de la persona que amas. Pero también, a la larga, esa situación pasa una pequeña factura.

El teléfono sonó con una insistencia que a Carrie le asombró. ¿De verdad sonaba tan fuerte y de forma tan constante? La verdad es que no se había percatado de ello hasta entonces. Como buena creativa y sensitiva, Carrie, se empezó a figurar que el teléfono solo respondía al nerviosismo y la impaciencia del interlocutor.

— ¿Aló?

— ¡Hola Carrie, querida! ¿Está Gary por ahí?

¡Uf!, pensó Carrie, era Elinor, la jefa de Gary. ¿Qué querría ahora la pesada?

— No, Elinor, no ha llegado todavía, espero que no tarde mucho, en dos horas sale nuestro avión para Seattle. ¿Recuerdas que hoy nos vamos de vacaciones a ver a la familia?

— Pues lo siento nena, pero hoy va a ser que no. Estoy reunida en el Waldorf con unos señores muy importantes que han venido de Europa, pensaba que podía prescindir de él, pero es imposible, le necesito ahora mismo en la reunión. Hay mucho dinero en juego, Carrie. En ello nos va el futuro de la empresa, el mío y el vuestro.

— Pero…

— No hay peros que valgan, el viaje lo podéis hacer otro día, no hay problema. Ahora mismo voy a llamar a Gary y a decirle que se pase por aquí. Hasta otro día cielo, cuídate y no te preocupes, a partir de mañana tendrás a tu hombre para ti solita durante un mes y podrás disfrutar de la familia y de los amigos.

Carrie nunca había soportado a Elinor, era entrometida, pesada, exigente y además últimamente se las arreglaba estupendamente para estropear sus planes. Suspiró con resignación y metió la corbata granate en la maleta. Ahora tenía que llamar a la compañía aérea, convencerles de que la cancelación era por motivos más que justificados y no les cobrasen los billetes e intentar cerrar otro vuelo para el día siguiente.

Gary, como era de esperar, llegó muy tarde y Carrie no le esperó despierta. Aquellas reuniones especiales con vendedores, banqueros, responsables de otras sucursales, gestores de empresas afiliadas y competencia, eran cada día más frecuentes. Era lo malo de trabajar en una multinacional y, aunque el sueldo lo compensaba, Carrie comenzaba a echar de menos esos días donde Gary era más libre para dedicarla gran parte de su tiempo. A la mañana siguiente fue Gary quien se despertó primero.

— Cariño, voy a darme una ducha, ayer llegué rendido y no me apetecía. ¿Conseguiste cancelar el vuelo sin gastos?

— Si, conseguí convencerles de que el motivo era justificado, además hemos tenido suerte; he conseguido otro vuelo para hoy a las 17:30, estaba todo lleno pero habían tenido también dos cancelaciones de última hora.

— Estupendo, hoy iremos más tranquilos. ¡Adiós oficina por un mes! No me lo voy a creer. ¡Voy a la ducha!

Carrie se hizo un poco más la remolona y dio otra vuelta en la cama. El teléfono móvil de Gary comenzó a vibrar con desesperación. Tontamente le recordó la forma tan insistente de sonar el teléfono el día anterior.

Desemperezándose sacó los brazos de bajo las sábanas y cogió el teléfono de la mesilla de su marido y comprobó que estaba recibiendo un archivo de vídeo por WhatsApp. Era de Elinor, ¿les volvería a estropear de nuevo esa pesada sus vacaciones? Carrie no se pudo contener y llevada por la curiosidad abrió el archivo de vídeo. Lo que vieron sus ojos fue un choque tremendo que hizo que su cuerpo se convulsionase en un tremendo espasmo.

El vídeo contenía las imágenes de Elinor retozando en la cama con un hombre, al final, los dos finalizaban su danza amorosa mirando a la cámara. El hombre que estaba con Elinor era Gary, los dos sonreían con esa sonrisa boba que solo dan los momentos de satisfacción y felicidad plena. Ella, que llevaba cuatro años casada con él y conociéndole desde hacía seis, jamás había visto esa expresión en su rostro.

Bajo el vídeo había un mensaje de texto muy explícito: “Este es mi regalo de vacaciones, cariño, para que no me olvides en este largo mes. Espero tengas, en esa esperada visita familiar, cinco minutos y un rinconcito solo tuyo para recordar nuestras frúctiferas reuniones. Cuando te resulten cargantes y monótonas las maravillosas vacaciones con tu perfecta mujercita, ya sabes que te estaré esperando a solo unas horas de vuelo. Te quiero, amor. Sabes que siempre seré tuya.

Cuando Carrie dejó el móvil en su sitio algo se había roto dentro de ella. Solo dejó escapar dos lágrimas traicioneras. Se levantó, esperó pacientemente la salida de la ducha de Gary, se lavó, vistió y preparó como cualquier otro día, pero sin soltar una sola palabra. Ni las preguntas de Gary, ni, sobre todo, sus falsos arrumacos, la sacaron de ese letargo. A la hora señalada como un autómata se montó en el coche y se dirigió al aeropuerto. Subió al avión como si nada, lo mismo daba que la hubieran metido en una cámara de gas.

Y luego, a los pocos minutos de comenzar a deslizarse el avión sobre la pista, el fuerte impacto. El golpe definitivo. Otro avión, ya sea por error del piloto o de la torre, invadió la pista por la que ellos tenían que despegar. El choque fue brutal, heridos graves… heridos leves… gente inconsciente… ataques nerviosos… quejidos de dolor… de angustia… de miedo… Y Carrie lentamente se sumió en un sueño que parecía eterno.


***********

Ahora recordaba todo aquello con total nitidez, aunque la cabeza todavía le dolía fuertemente. Miró a su esposo sin ninguna expresión, él estaba bien, al parecer sus heridas, si es que las había llegado a tener, habían sido leves.

Un doctor se asomó a la puerta.

— ¡Vaya, nuestra paciente parece que ya ha querido volver a visitarnos! Nos tuvo muchos días preocupados. Tengo que decirle que todo va a salir bien, afortunadamente su vida ya no corre ningún peligro. Desde luego, esto es una tremenda alegría, aunque para el equipo médico ha tenido su punto de decepción, ya que los primeros días, aunque inconsciente, dábamos por hecho que no iba a quedar ninguna secuela del accidente.

Hoy no podemos decir lo mismo, las consecuencias serán algo más importantes de lo que imaginamos en nuestras primeras estimaciones. La espalda ha quedado algo lesionada y tendrá que tomar analgésicos y someterse a rehabilitaciones durante el resto de su vida, y las jaquecas serán frecuentes y también tendrán que ser tratadas, pero nada preocupante, un tratamiento como cualquier enfermo crónica y listo.

— Doctor, ¿y mi bebé?

El doctor agachó la cabeza.

— Al principio conseguimos sujetar el aborto, incluso hubo un momento en que creímos que podíamos salvarlo, pero hace un par de días, precisamente cuando comenzábamos a ver que la salida del coma era inminente, tuvimos que intervenir y no logramos salvarlo. Lo siento mucho. —El médico cogió y apretó con fuerza las manos de Carrie y salió de la habitación.

— ¿Por qué no me habías dicho nada del embarazo, Carrie?

— Era mi sorpresa, Gary, pensaba decirlo por la noche durante la cena, ya con toda la familia reunida. Estaba tan ilusionada. —Carrie rompió a llorar y Gary intentó abrazarla.

— ¡No me toques! ¡Ni se te ocurra tocarme o decirme ninguna palabra de consuelo! Y ahora, ¡vete! No te necesito. ¡Déjame sola!

La petición no sonó a ruego, fue una orden seca y dura. Los ojos de Carrie miraron a Gary con una expresión que este no reconoció.

Ya sola la muchacha dio rienda suelta a todas sus emociones. No, el médico no tenía razón, el accidente no había sido la causa de sus secuelas ni de la posterior pérdida de su hijo. Estaba segura que la causa era el odio que había acumulado en su cuerpo. Ese sentimiento, hasta entonces extraño, que había tomado posesión de ella, física y mentalmente.

Carrie no había sentido la necesidad de odiar nunca, había tenido una bonita familia, hija única de unos padres atentos que la dieron todo su cariño, buenos colegios, pocos pero buenos amigos que jamás la traicionaron e hicieron su vida más agradable y por supuesto el clímax de felicidad fue encontrar a Gary, el hombre bueno y cariñoso con el que siempre soñó.

Ahora ese mundo de princesa de cuento de hadas se había desvanecido como un castillo de naipes. Ahora sentía dentro de ella ese sentimiento de ira recorriendo sus venas y tomando posesión de sus entrañas y sus vísceras. No, ya no sería la misma, ahora la sed de venganza más cruel comenzaba a abrirse dentro de su mente. No sabía lo que tardaría en realizar su desquite, ni como lo haría, pero Gary iba a pagar muy caro el aprendizaje de aquella nueva y desconocida asignatura: aprender a odiar.

FIN

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