El viento soplaba
con fuerza colándose por cada resquicio de los ventanales y las puertas del
caserón.
Marion y Vincent
McGinty estaban sentados en el sofá de terciopelo rojo del salón blanco, el más
pequeño de los tres salones de la mansión, esperando a que el mayordomo les
avisase para la cena. Permanecían sentados en los lados opuestos, callados,
ausentes y prácticamente no se miraban a la cara. Vincent repasaba por enésima
vez la sección económica del Times, mientras Marion hojeaba con desgana los
dibujos de unos diseños de vestidos que le había enviado su modista. Los tres
últimos años de su matrimonio les habían alejado años luz. Poco o nada tenía
que ver su situación actual con los primeros momentos de su vida en común.
Marion Sullivan era
una chica de clase alta, pero una mala administración del gestor de su padre
sumió a la familia en la ruina. La muchacha tuvo que comenzar a ganar su propio
sustento y comenzó a trabajar como institutriz o dama de compañía. Así fue como
conoció a Vincent McGinty cuando llegó a la mansión para cuidar a su madre que
había enviudado recientemente y ya era anciana.
Poco a poco la
convivencia les fue uniendo y al fallecer su madre, Vincent se dio cuenta de que
ya no podría vivir sin la presencia de Marion, pero sin trabajo no era adecuado
mantenerla en casa, estaría mal visto, así que la pidió matrimonio y la boda se
celebró en cuanto pasó el tiempo reglamentario de luto.
Todo había sido
perfecto, era un matrimonio bien avenido. Vincent estaba junto a la mujer que amaba
y lo cuidaba día a día, y Marion, aparte de estar junto al hombre del que se
enamoró desde el primer momento, volvió a la clase social que le pertenecía.
Pero nada es perfecto en la vida, y ellos también tenían una sombra que
planeaba sobre sus cabezas, que hacía que su existencia no fuese todo lo ideal
que merecían: Gilbert. Sí, Gilbert, el hijo pródigo, el hermano díscolo de
Vincent, un hermano a quien no veía hacía muchos años y a quien Marion no había
llegado a conocer.
Gilbert era el
ingobernable de la familia; desde su infancia había dado quebraderos de cabeza
a sus progenitores. Ni los duros castigos de su padre, ni su estancia en los
internados más estrictos de Inglaterra y del extranjero, consiguieron dominar
el carácter rebelde e indómito del joven. Su vida delictiva comenzó con estafas
y timos de poca monta hasta que gradualmente fue escalando peldaños hasta
convertirse en una de las cabezas más visibles del hampa londinense.
Gilbert, pese a su
falta de presencia física en la mansión, no dejaba de ser el dolor de cabeza de
su hermano, sobre todo cuando en la escena familiar comenzó a aparecer un
policía de Scotland Yard, el inspector de homicidios Maddox.
El inspector se
presentaba en la mansión de forma asidua para preguntar al matrimonio por los
pasos de Gilbert: ¿Sabían algo de él?, ¿desde cuándo no aparecía por la casa?,
¿habían recibido alguna nota o carta de él?
Maddox llevaba el
caso de la desaparición de dos jefecillos mafiosos del East End londinense.
Ambos habían tenido tratos profesionales con Gilbert McGinty y la teoría del
inspector era que probablemente los cadáveres de los mafiosos estarían hundidos
en el fangoso fondo del río Támesis, pero que tarde o temprano los cuerpos
aparecerían y que ahí Gilbert McGinty no tendría escapatoria. Esto ocurriría
más pronto o más tarde. En cuanto pasase el invierno el río sería dragado y
entonces aparecerían sin ninguna duda, haciendo que el cerco contra la oveja
negra de los McGinty se estrechase hasta cerrarlo.
Lo cierto es que
bien porque la monotonía comenzaba a hacer estragos en la vida conyugal; o por
esos, cada vez más regulares, sobresaltos que les daba la policía y la
presencia fantasmal de Gilbert en sus vidas, la pareja no atravesaba uno de sus
mejores momentos.
Unos golpes suaves
les sacaron de su ensimismamiento, la puerta se abrió y apareció Williams, el
mayordomo, que les anunció que la cena estaba servida.
— ¡Vamos querida!
— Ves tú Vincent,
creo que esta noche no voy a cenar porque tengo una jaqueca horrible. Será
mejor que me retire a mi habitación.
— Marion, deberías
tomar al menos un consomé caliente. Hoy ha sido un día muy frío.
— No, no me apetece
tomar nada. Williams, por favor, diga a Gertrud que dentro de un rato me suba
un vaso de leche tibia, eso sí me vendrá bien para conciliar el sueño.
Vincent abandonó el
salón seguido por Williams.
Marion se levantó y
se dirigió a la chimenea, cogió el atizador y comenzó a remover las cenizas. Las
llamas comenzaron a chispear y sus pensamientos comenzaron a agolparse en su
cabeza a la misma velocidad que el crepitar del fuego.
No, nada había sido
igual desde aquel suceso. Un 28 de febrero de 1893 todo había cambiado para
ella y los recuerdos volvían a visitarla el mismo día tres años más tarde.
Desde entonces Marion no había sido la misma, el presagio y la duda estaban
matando sus ilusiones poco a poco. Vivir bajo la presión de la sospecha era
poco menos que morir en vida.
************
— Te lo pido por
Dios, Vincent, ¡no vayas!
— No puedo negarme,
Marion, es mi hermano y me necesita; debo acudir a su llamada.
— Pero querido,
sabes que Gilbert es peligroso. Tú, al igual que yo, has escuchado las
hipótesis de la policía. No puedo fiarme de él, Vincent. Me da miedo que tras
tanto tiempo desaparecido y sin acordarse de ti, ahora te reclame. Ni siquiera
apareció para el funeral de tu madre. ¡No vayas, te lo ruego!
— Marion debo ir, mi
hermano no puede hacerme ningún daño. Tú no le conoces, es lógico que las palabras
del inspector te asusten. No te olvides que a pesar de que nuestros caminos se
separaron, hemos crecido juntos. También hemos pasado buenos momentos durante
nuestra infancia. No, Gilbert no me hará ningún daño, por nuestras venas corre
la misma sangre. Además, ahora está enfermo y me necesita. Sería un canalla si
no acudiese a su llamada.
— Al menos avisa al
inspector Maddox para que sepa que te vas a reunir con él.
— ¿Qué quieres que
le detengan? ¿Quieres que sea yo su delator? No me podría perdonar ver a mi
hermano ante un jurado y menos siendo declarado culpable. ¿Quieres que le vea
colgando de una cuerda? ¡Estás loca, mujer!
— Pero no se sabe si
él es culpable de los delitos de asesinato, las suposiciones de Scotland Yard
no tienen por qué ser correctas. Si no encuentran pruebas y sobre todo los
cadáveres, no le pueden condenar a pena de muerte. ¿De qué le pueden acusar, de
estafa, timo, robo? Como mucho pasará unos años en la cárcel, nada que un buen
abogado no pueda resolver, y tú tienes suficiente dinero y relaciones para que
tu hermano tenga un trato favorable.
— No seas ingenua
Marion. ¿Crees que la policía lanza hipótesis así a la ligera si no tienen algo
bajo la manga? No, algo tienen, otra cosa es que lo digan. Tarde o temprano los
cuerpos aparecerán y entonces, probablemente, no tendrá escapatoria. No, no
puedo hacerle eso, seguramente lo que necesita es que lo lleve a un médico, o
algo de dinero. Vivir al otro lado de la ley debe de tener sus momentos buenos
y malos. Nunca seré un soplón de mi hermano, el día que Scotland Yard lo
detenga tendré que aguantar lo que caiga y apechugar con lo que pase; pero no
seré yo quien lo entregue, no podría vivir con ese peso en mi conciencia.
Marion vio salir a
su marido con un nudo en la garganta. Desde que hacía dos días había sonado el
aldabón de la puerta principal y un pilluelo callejero les había entregado una
nota manuscrita de su cuñado, Marion no había conseguido conciliar el sueño. Un
escalofrío, la caricia de una mano invisible y fría recorría su espalda
mientras un presagio anudaba su garganta.
Al poco tiempo el
carillón de la entrada dio once lentas campanadas. Marion dijo al servicio que
se retirara y ella permaneció sentada en el salón blanco. El reloj siguió
marcando las horas de forma lenta y acompasada, las doce… la una… las dos…
Antes de que sonaran las tres campanadas de la madrugada la mujer sintió el
llavín en la puerta y corrió al hall.
Allí, al pie de la
escalera, se encontraba su marido. Su
aspecto era cansado y la capa estaba polvorienta.
— ¿Qué ha pasado
Vincent? ¿Está todo bien? ¿Dónde está Gilbert, le has llevado a un médico?...
—Las preguntas se agolpaban en la boca de Marion y salían con un nerviosismo y
una rapidez poco propias de ella. Vincent la cortó en seco.
— No ha sido
necesario consultar a un médico, tan solo sufría una gripe un poco más fuerte
de lo normal. Mi hermano está bien, ahora, está bien. No te preocupes Marion,
todo está como tiene que estar. Voy a dormir, estoy cansado y necesito un poco
de reposo; no debías haberme esperado despierta.
— Eso no es importante,
no tengo sueño y seguramente no pegaré ojo en lo que queda de noche. Al menos
ya estás en casa y eso es lo fundamental.
— Pues si no vas a
dormir avisa mañana temprano al mayordomo que no me llame a la hora habitual,
quiero dormir hasta bien entrada la mañana.
Estas palabras
pronunciadas en un tono tan seco llamaron la atención de Marion.
— ¿Te encuentras
bien, cariño?
— Me encuentro
perfectamente.
La voz volvió a
salir seca y sin ninguna tonalidad. Vincent se volvió y miró directamente a los
ojos de Marion. Algo en la mirada de su marido la aterró, el pelo era idéntico,
las mismas facciones asomaban a su rostro, pero había algo diferente: la
mirada. Esa no era la mirada del hombre con el que había compartido los últimos
diez años de su vida, seis de ellos dentro del matrimonio.
A la mañana
siguiente un titular del Times desgarró el corazón de Marion
ÚLTIMA HORA
“Esta madrugada ha sido encontrado un
cadáver flotando en el Támesis, el cuerpo tenía tres puñaladas, dos en la
espalda y una en el pecho. La policía ya ha identificado el cuerpo, se trata de
Gilbert McGinty, un conocido delincuente
de los bajos fondos londinenses. Aunque este hombre pertenecía a una familia de
clase alta, ya que era el hermano gemelo del conocido industrial Vincent
McGinty, hacía años que había abandonado la casa familiar para dar rienda
suelta a sus actividades delictivas. En los últimos meses el inspector Maddox
de Scotland Yard sospechaba que McGinty estaba tras la muerte de dos mafiosos
del East End. La polícia había cerrado el círculo en torno a este personaje y
su detención iba a ser inminente. El equipo de investigación puede asegurar que
la muerte se ha producido por un ajuste de cuentas entre jefes de los bajos
fondos que actúan en los muelles del río”.
La voz de Vincent
sonó a su espalda.
— Perdona Marion, sé
que anoche fui un poco brusco contigo pero estaba agotado.
El hombre miró por
encima del hombro de su esposa y leyó el titular.
— Ya ha pasado todo
Marion, sabes muy bien que para que uno sobreviviese otro tenía que
desaparecer. Mañana saldré muy temprano para la oficina y regresaré tarde, no
me esperes en todo el día, tengo que ponerme al tanto de muchos asuntos de la
empresa, ya sabes que últimamente he dejado los negocios un poco abandonados.
FIN
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