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jueves, 1 de septiembre de 2011

NOCHE DE LUNA NUEVA




La noche que Joyma fue salvada por aquel muchacho conoció el amor. Sus brazos poderosos evitaron que  cayese en aquella ciénaga de arenas movedizas. El paseo nocturno bajo la luz de aquella maravillosa luna redonda y enorme podía haber puesto fin a su existencia.

Desde entonces la chica acudía puntualmente a su romántica cita.

— Nunca te adentres en el bosque cuando no haya luna —repetía él de forma imperativa tras cada encuentro.

Esa noche oscura sin la luz protectora del astro, no pudo reprimir su deseo y, pese a la prohibición, corrió a encontrarse con su amado sin saber si éste estaría en el lugar convenido. El ansía por verle era mayor que el miedo a la oscuridad y al temor de enojarle. No entendía la gravedad en el rostro de su amado cada vez que se despedían y la hacía jurar que jamás saldría de su casa las noches de luna nueva. Su corazón palpitaba con furia, la angustia atenazaba su garganta, ¿le encontraría? ¿Estaría esperándola? ¿Le hallaría en brazos de otra mujer y esa era la causa de aquel absurdo impedimento? Joyma tenía que salir de aquel estado inquietud provocado por las dudas y los celos.

Pero al final del estrecho camino se desvanecieron todos sus temores. A pesar de la oscuridad que la envolvía, ahí estaba él, esperándola bajo el mismo árbol de siempre; altivo, hermoso, desafiante. El gozo se extendió por toda su alma igual que la sangre recorre las venas insuflando vida al cuerpo. La muchacha se arrojó en sus brazos y sus bocas se fundieron en un largo y apasionado beso. 

Esa noche la luna no fue testigo de cómo Joyma volvía a acariciar el borroso epitafio: “siempre te amaré a pesar de tu traición”.  Tampoco vio cómo una mujer con el pelo suelto y totalmente blanco volvía a escarbar con sus manos la negra tierra de la tumba y besaba tiernamente la fría y marmórea calavera del hombre que siempre amó.

FIN

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