Tal y como lo ven,
sí señores, así terminó mi pequeño escarceo con la política. Me llamo Joaquín y
sí, fui político; para más inri, concejal de urbanismo de mi pueblo. Todo
empezó una mañana tranquila cuando regresé de la capital de mi Comunidad
Autónoma con mis flamantes títulos de diplomado en económicas y licenciado en
ciencias políticas. A Evaristo, el alcalde y amigo íntimo de la familia (ya se
sabe que en los pueblos suele pasar que se conoce todo el mundo y además más de
la mitad son familia), en cuanto me vio aparecer se le hicieron los ojos
chiribitas, necesitaba alguien con preparación para ser su brazo derecho. Y ahí
me vi metido en esa gran laguna de aguas profundas que llamamos política.
Los primeros
problemas no tardaron en llegar, el primer buitre trajeado con cara de
especulador inmobiliario llegó a nuestro tranquilo pueblo, y allí empezó la
pelea y mi ruina, me negué con todas mis fuerzas a las pretensiones de aquel
depredador vestido de Armani, pero no sirvió de nada. A Evaristo se le llenó el
escaso cerebro que tenía de billetes de euros de todos los colores. Aquello
terminó con mi carrera municipal y, descubrí, que política e idealismo están reñidos.
Así que tal como
regresé, con mi maleta y mis títulos bajo el brazo, me marché con una pequeña
diferencia. Si mi regreso fue en loores del triunfo, mi marcha fue entre los
abucheos del resto de mis convecinos que me llamaban aguafiestas y oportunista.
¿Dónde había quedado aquello de que era una joven promesa y que me iba a comer
el mundo? En fin, de una localidad de unos cinco mil habitantes solo dos
siguieron pensando lo mismo a mi marcha. Obvio, mis sufridos padres.
Tiré por la calle de
en medio y me decidí por la capital del reino, allí tendría más posibilidades,
y así, fui engullido por ese tremendo monstruo de cuerpos sin identidad que
iban y venían en una vorágine de locura y aceleración. Al poco tiempo me di
cuenta que la capital ya no era la panacea con la que cualquier chico de pueblo
soñaba, vaya que ya no te servía venir con el hatillo con los chorizos y
jamones que te preparaba mamá y por arte de birlibirloque y como tanto les
gustaba alardear en las películas de los sesenta del recurrente, pero siempre genial, Paco Martínez Soria, y alguien te abría las puertas a un futuro brillante o, en el peor de
los casos, cómodo. El vini, vidi, venci, se
había quedado tan obsoleto como el propio Julio Cesar.
Tras dos meses
tirando de los ahorrillos al final pude encontrar un trabajo de comercial,
je,je,je. A buena cosa le llaman ser comercial, vamos que mi trabajo se
limitaba a repartir publicidad por los buzones, algo muy cansado para las
suelas de los zapatos y muy poco rentable para el bolsillo. Y ¿vivir?, ¿dónde
podría encontrar algo habitable con el poco dinero que me dejaba limpio mis
constantes visitas al zapatero para reponer las suelas. La solución me la dio
un camarada publicista y tan comercial desgraciado como yo: «Chaval, ni te lo pienses, lo ideal es un
camping; ahora es lo que funciona para
los que, como nosotros, vivimos por debajo del sueldo mínimo. Por poco dinero puedes alquilar una cabaña, eso es lo mejor para tu economía, es como vivir en un chalet
adosado, pero mucho más barato».
Y así terminé con
mis huesos maltrechos, más que nada, de humillación, en un solar a las
afueras de Madrid. Eso sí, en los alrededores no nos faltan árboles que nos dan sombra en verano, no
muchos, pero suficientes y tenemos unas bonitas vistas de la sierra madrileña, algo es algo. La piscina en verano parece más bien una bañera, por la cantidad de gente allí acumulada, pero, al menos, puedo mojarme los pies doloridos de tanto paseo diario.
No me quejo, no se
vive tan mal, al fin y al cabo las estrecheces de cabañas, caravanas y tiendas de
campañas hacen que estemos más unidos. Como en todos los sitios hay de
todo, gente mejor y peor, pero lo bueno es que aquí nadie te mira por encima
del hombro, ni te insulta, como me pasó a mí en mi querido pueblo. En realidad,
nos hemos convertido en una familia porque casi todos, salvando algún caso aparte, hemos conocido tiempos mejores pero sabemos que todo es efímero y que
al igual que crees llegar a la meta de tus sueños, un día cierras los ojos y de
repente te ves que no es que hayas bajado un escalón, es que has caído en
picado al siguiente rellano. Y eso que es una gran putada, no lo voy a negar, te enseña que vivir significa estar siempre inmerso en una ola de altos y
bajos, que hoy estemos arriba no significa que mañana podamos desplomarnos.
Me he dado cuenta
que esa sociedad estable que consiguieron mis abuelos y mis padres, ya no
existe. Esa vida cómoda y lineal pasó a la historia como pasaron las cruzadas,
la Revolución Francesa o las guerras mundiales. Ahora nos toca adaptarnos a las
circunstancias y no que las circunstancias se adapten a nuestras necesidades.
Hoy sé donde estoy y no me arrepiento ni me avergüenzo, yo lo he elegido, podía
haber seguido con la trampa e incluso haber llegado a alcalde y estar viviendo
en una hermosa casa unifamiliar con todas las comodidades del mundo. He
renunciado a todo eso por mi libertad, por mi coherencia, porque valoro más
estar en paz conmigo mismo que cualquier triunfo social que no venga del
trabajo, el esfuerzo y la honradez.
Que soy un tonto,
seguramente, pero soy un tonto feliz. Hoy estoy aquí, mañana, mañana ni lo sé
ni me importa. De lo único que estoy convencido es que ya dado este paso, haré lo
que quiera hacer, mejor o peor, pero sin presiones, sin engaños, sin
aprovecharme de nada ni de nadie y sobre todo sin engañar, sin prometer nada
que no pueda (o lo que es peor) no quiera cumplir. Soy Joaquín Ridruejo
Martínez: estudiante brillante, político fracasado, comercial mal pagado y
explotado, pero ciudadano con libertad para dirigir mi vida y mis acciones y,
sobre todo, campista convencido.
FIN
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