¡Hola, soy Quyllur! |
Hola, me llamo Quyllur y soy la más pequeña de mis hermanas… bueno era, porque desde hace… tampoco lo sé, es que nosotros no hacemos las cuentas igual que vosotros, y como mi padre Janaxpacha el grande, el majestuoso, el fantástico, el… (Me voy a dejar de peloteo que me va a dar igual, a papá no se le engaña con cuatro mimos ¡Menudo es él! y yo, francamente, no es que haga méritos para tenerle muy contento; era un desastre antes, y lo sigo siendo ahora). Pues eso, que como dice el grande, el majestuoso, el… ¡Huy! pero si creo que esto ya lo había dicho ¡Vale! ¡Vale! Ya me callo que empiezo a ver caras gruñonas ¡Caray! Que poco sentido del humor tiene la gente. Que soy muy despistada ¡leñe! y hay veces que me meto en algún embrollo y claro papá se me enfada.
Como en el que me metí hace… uno, dos, tres… nada que soy incapaz de hacer las cuentas necesarias para que me salga la cifra, que no sé si tengo que multiplicar el número de nuestros años y dividirlo por los vuestros, o es al revés, mejor lo dejo en mucho, pero muchos años, y así quedo mejor.
En realidad la culpa no fue mía, la causante fue mi hermana mayor, Paqarixch'aska, la más lista y la más hermosa de todas, y somos muchas ¿eh?
Mi hermana llevaba muchos años enamorada de un joven, al parecer, bastante atractivo —yo no lo puedo afirmar porque jamás le conocí, en su última visita, aún yo no había nacido—. Y es que el muchachito le salió un pelín viajero, y le veía de pascuas a ramos, como decís vosotros. Por lo visto el novio de mi hermana —o eso se creía ella porque aún no había venido a pedirle su mano a papá—, era un tanto voluble e inquieto, se ve que al mozo no le gustaba mucho estar quieto en un sitio y sólo se le veía cada ciertos años; a saber por donde andará el menda este durante tanto tiempo.
A lo que voy, que aquel año del que no quiero acordarme (esto no va aquí, no pega mucho, pero no sé, me suena de algo; aunque me parece que quien lo decía se refería a un lugar y no al tiempo; bueno y yo que sé). El caso es que el fugaz y dudoso prometido de mi hermana iba a aparecer por no sé que sitio y claro, tenían una cita, una cita efímera porque creo que Tisi es tan rápido que como mucho les daría tiempo a darse un besito y poco más, y luego vuelta a esperar otros tantos años.
En fin, que las cosas se torcieron para la pobre Paqarixch'aska, papá le dio un encargo ineludible, y mira que la pobre lloró y suplicó de rodillas, pero papá cuando se pone serio puede ser terrible. Yo siempre he tenido la sospecha de que su cometido no era tan importante, ni tan imperioso; para mí que el propósito de papá era evitar este encuentro, no sé porque me da en la nariz que ese proyecto de yerno no le terminaba de convencer.
Y ahí estábamos, papá sordo a los llantos, Paqarixch'aska deshecha en un mar de lágrimas y el resto de mis hermanas y yo sin saber que hacer.
— Quyllur, hermanita querida, tú eres mi única esperanza. ¿Me podrías hacer un favor muy grande, muy grande? Estoy convencida que eres la única que puede ayudarme. Papá está imposible y nuestras hermanas tienen mucho miedo a desobedecerle; pero tú eres valiente; sé que no me defraudarás. ¿Podrías ir tú al lugar de la cita y llevarle esta nota a Tisi? Es tan importante para mí, no podré volver a verle hasta dentro de muchos años. Por favor, por favor, pídeme lo que quieras a cambio, te debo una y te estaré eternamente agradecida —me suplicó mi hermana.
Yo era —todo hay que decirlo— bastante osada, y siempre me había importado un bledo las regañinas de papá. Además tengo que decir que otra cosa pesó mucho en mi decisión. Tenía una gran curiosidad por conocer a mi futuro cuñado. Había oído hablar tanto de este ser bello y maravilloso que en ese momento hubiese dado cualquier cosa por conocerle.
— Vale nena, yo te hago el favor, si tú me explicas donde tengo que ir, yo iré gustosamente.
— ¡Gracias Quyllur! Eres un cielo. —ejem, aquello me hizo mucha gracia— Es muy fácil, sólo tienes que ir hacia el oeste en línea recta.
¡¡Que guay!! Aquello prometía ser muy sencillo, pero sólo prometía, luego la práctica…
En fin, que salí aquella mañana muy dispuesta a emprender mi camino, ¿Qué camino? Tenía que ir hacía el oeste pero, ¿dónde estaba el maldito oeste? Izquierda, derecha… arriba, abajo. ¡Cachis en la Vía Láctea! Tenía que haber prestado más atención a las clases de la señorita Geographia, pero ya no había vuelta atrás. Yo siempre había sido de seguir mis impulsos… o sea, que me iba a dar igual, total se me había olvidado todo, todo, todo, ¿dónde estaría el oeste? Pues vaya usted a saber, total, tenía las mismas posibilidades de acertar, era cara o cruz.
El Desierto |
Cuando más desesperada estaba vi una luz a lo lejos y sin dudarlo me acerqué allí, no sabía si aquello sería meterme más en la boca del lobo, ni quienes serían los artífices de aquella luz, pero en esos momentos aquello significaba una guía, calor y sobre todo compañía.
Era una hoguera y a su alrededor me encontré a unos tipos de lo más curiosos, la verdad es que a pesar de sus extraños ropajes y su conversación tan rara (no había ni Dios que les entendiese) me parecieron bastante honrados, vamos que me dieron buena espina, y hasta me resultaron simpáticos, en especial porque eran tan “despistaetes” como yo.
Sí, los pobres estaban tan perdidos como yo, habían salido de sus hogares buscando no sé que… ¡Vaya, otra cosa que se me ha olvidado! Y ahora no sabían donde ir. Yo creo que les caí bien porque no tuvieron ningún reparo en fiarse de mí y continuar mi camino. Pobrecitos, si a ellos les ilusionaba la idea, no iba a ser yo quien le desanimase, al fin y al cabo siempre era más agradable hacer el viaje acompañada.
Anduvimos juntos varias jornadas, mis nuevos amigos parecían gente seria y además debían ser muy importantes. De eso me di cuenta cuando, después de muchos días vagando por un desierto que parecía interminable, entramos en una ciudad. Yo me quedé flipada cuando el jefazo de aquel lugar nos dio cobijo en su morada. Por cierto, aquí, ahora que nadie me oye, aquel sujeto no me gustó un pelo; todo amabilidad, todo simpatía, pero yo me olí algo; aquel individuo tenía un no sé que siniestro que me repelía.
Estuvimos allí muy a mi pesar un par de días. Por fin mis compañeros decidieron ponerse en marcha, para mí, que a ellos tanta solicitud y tanta preguntita insidiosa de nuestro anfitrión también les tenía un poquito hasta las narices.
Después de descansar en un castillo bastante confortable nos resultó un poco pesado vernos otra vez en aquellos polvorientos caminos. Ya bien entrada la noche, para nuestro regocijo vislumbramos una nueva población; era mucho más pequeña que la otra, pero nos serviría para descansar hasta el día siguiente.
A la entrada, justo antes de llegar a las primeras casas contemplamos un viejo establo, yo me quedé quieta; la estampa que vi me asombró. En aquel lugar tan poco propicio y rodeados de animales había una pareja, el hombre era de mediana edad; la mujer, mucho más joven y muy hermosa, acunaba en sus brazos a un niño recién nacido no muy bien vestido, por cierto, el pobrecito apenas estaba cubierto por unas pocas ropas, seguro, seguro que si no hubiese sido por el calor del vaho de la respiración de la mula y el buey que estaban junto a ellos no habría podido sobrevivir a aquella gélida noche.
No pude evitar pararme en aquel lugar, un sentimiento nuevo para mí me invadió. ¿Cómo era posible que aquellos pobres estuviesen ahí? ¿Nadie había sido capaz de darles un alojamiento más adecuado? Era vergonzoso que un niño de pocas horas estuviese en ese lugar, con aquel tufillo de los animales, ¡ufff que asquito! Hasta yo, que como me decían en casa, siempre estoy en las nubes (que cosa je,je,je decirme eso a mí) me daba cuenta que aquello era una aberración.
Me quedé de piedra cuando vi que mis amigos se adelantaban y, ¡madre mía! ¡madre mía! Se ponían de rodillas ante ese trocito de carne insignificante y diminuto (porque francamente el niño era muy, muy chiquitín) y cada uno le ofrecía un cofre con regalos. ¡Caray! Vaya suerte la de ese pequeñajo, pero si hasta el más vejete de mis compañeros le dejó un cofre con oro.
Cuando más extasiada estaba con esta escena, vi que el niño me miraba fijamente y me sonreía. En todo este tiempo no he vuelto a sentir algo tan especial, noté un calorcillo muy agradable que invadía todo mi ser. Y, de repente, me sentí brillar, un vestido resplandeciente, un hermoso vestido de cola brillante cubría mi modesta y polvorienta ropa de viaje. La luz me envolvió, o era yo quien iluminaba a los demás, no lo sé. Lo único que recuerdo es que a la llamada de aquella luminosidad que nos rodeaba empezó a llegar un montón de gente que se fueron agolpando alrededor de aquel modesto pesebre, todos iban a adorar y a postrarse a los pies de aquel niño.
Está claro que no me encontré con Tisi, ni pude entregarle el mensaje de mi hermana; pero de vuelta a casa ya no era la misma. Seguía siendo la despistada, la alocada Quyllur; pero había crecido, ahora era más hermosa, más grande y más luminosa.
De vez en cuando aún tenía que soportar los enfados de mi padre, y sobre todo alguna puyita de Paqarixch'aska, ambas cosas las soporto con bastante tranquilidad, no me queda otra. En el fondo entiendo a mi pobre hermana, mi despiste la ha hecho convertirse en una solterona, ese engreído de Tisi, jamás le perdonó que no acudiese a su cita —aunque aquí entre nos, yo tengo mis serias dudas de que esa relación hubiese llegado a buen puerto— ¿Qué se puede esperar de un novio que deja plantada a la novia tanto tiempo y luego pretende que la pobre esté a su disposición con sólo chascar los dedos?
— De verdad Quyllur que no se te puede encargar nada, mira que confundir el camino del oeste y dirigirte a Oriente. Eres un desastre, jamás harás nada a derechas —me regaña mi hermana cada dos por tres, con ese tonillo de superioridad quisquillosa que la invade desde que se ha dado cuenta que se quedará soltera para los restos.
Yo, que soy muy digna, y aunque soy una buenaza, también tengo mi puntito de mala leche cuando me pinchan, siempre le contesto lo mismo.
Mis compañeros de viaje |
Y que me siento yo muy orgullosa cada vez que recuerdo la despedida de mis queridos compañeros de aventura, que luego resultó que eran reyes y magos ¡toma castaña! Los tres no se cansaban de decirme que era una preciosa estrellita y la mejor de sus guías, que sin mí jamás habrían llegado a su destino.
Y a ver quien es el guapo que se atreve a quitar la razón a la Estrella de Belén ¡He dicho!
FIN
FIN
NOTA: Clickeando esta última foto; en la felicitación, Quyllur nos deja una sorpresa musical. Que la estrella de Belén guíe vuestros sueños y se cumplan todos vuestros deseos ¡¡FELIZ NAVIDAD!!
!Feliz Navidad!....una historia muy bonita de la estrella de Belen.
ResponderEliminarMuchas gracias Antonio, por leerme y por tu comentario. ¡Feliz Navidad!
ResponderEliminarEstá muy logrado. Por un momento me sentí tan perdido que no sabía cómo ibas a salir del atolladero en el que yo me veía metido. El final ha sido muy coqueto y bonito como deben ser todos los finales de los cuentos de Navidad.
ResponderEliminarAdemás, me ha parecido muy original.
FELIZ NAVIDAD!!!
Gracias por tu comentario Ricardo. Jejejeje, bueno pues si te metí en un embrollo en el fondo me alegra; ese era el propósito despistar un poco, jugar al despiste y no dejar ver, al menos, muy claramente quien narraba la historia. No podía ser menos viniendo de una señorita tan despistada y tarambana ¿no? :-)
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