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jueves, 28 de abril de 2011

MISTERIO EN LA CALLE SERRANO




Sábado 13 de diciembre 21:20 horas


Luisa terminaba su jornada de trabajo, había sido un día duro y tenía los pies muy hinchados, así que decidió esperar a Carmen  en las taquillas que tenía el personal en el sótano del edificio; mientras, se cambiaría los zapatos del uniforme por los cómodos playeros.

Carmen salía diez minutos más tarde que ella, pero siempre se esperaban; cogían la misma línea de metro y era más agradable ir acompañadas parte del trayecto.

El vestuario estaba vacío aún. Luisa estaba agachada atándose las zapatillas cuando sintió una ráfaga de aire en la espalda.

— La que ha entrado que cierre la puerta, ¡Bastante frío hace ya en este puñetero sótano para que la dejéis abierta! — La mujer levantó la cabeza y su asombro fue total cuando vio que la puerta estaba completamente cerrada y no había nadie dentro. Lo asombroso, es que la corriente fría de aire seguía penetrando en sus huesos.

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Lunes 15 de diciembre 14:20 horas


Mario, uno de los empleados de mantenimiento, estaba en el aparcamiento del centro. Uno de los tubos fluorescentes fallaba y estaba cambiándolo. Los faros de uno de los coches allí aparcados, empezaron a apagarse y encenderse. El muchacho siguió a lo suyo sin inmutarse. De repente, comenzó a sonar una radio a todo volumen. “’¡Joder!, la gente cada día está mas pirada, ¡¿cómo pueden aguantar ese ruido?!, luego me dice mi madre que pongo la música a tope y que un día los vecinos van a llamar a la policía”.  — pensaba Mario mientras continuaba trabajando.

Algo le llamó la atención, el coche seguía con los faros encendidos y la música a tope, pero no arrancaba. Mario bajó de la escalera, curiosamente el coche de los faros y la radio a todo volumen era el mismo. El muchacho se acercó y  dio un respingo cuando comprobó que dentro del coche no había nadie.

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Jueves 18 de diciembre 10:01 horas

La cafetería terminaba de abrir al público, aún estaba vacía. Lucas reponía material y terminaba de colocar la bollería en la vitrina. Por experiencia, sabía que en un breve intervalo de quince o veinte minutos, la barra se llenaría de gente. Volvió a comprobar que todo estaba preparado, el termo de la leche enchufado… La cafetera encendida. ¿La cafetera encendida? No tenía la menor duda, era lo primero que había hecho cuando llegó a las 8:30, el siempre abría y llegaba una hora antes que el resto de la plantilla, estos trastos tenían que estar un tiempo encendidos para que luego funcionasen a tope.

— ¡Jose, Jose! — llamó a uno de sus compañeros, un jovenzuelo un tanto patoso y con poca experiencia, ya que era su primer empleo, jamás había trabajado en el oficio y no se enteraba mucho. No sería la primera vez que el novato se tropezaba y desenchufaba algún cable, o hacía algún otro estropicio. — ¡Cóño macho! A ver si tienes más cuidado, ya has vuelto a desenchufar la maldita cafetera, espero que la  gente tarde en ir llegando, que si no,  ya me dirás hasta que esto se ponga en marcha.

— Te juro que yo no he sido, hoy no he entrado a la barra para nada — contestó el muchacho.


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Viernes 26 de diciembre 00:30 horas

Los dos vigilantes de noche charlaban en la sala de mandos del centro.

— Hoy voy a sacar a Rocky también en la segunda ronda. No sé, estos días le encuentro un poco nervioso. Está haciendo cosas muy raras. — Jacobo siempre se ocupaba del perro. Ese animal entrenado por la policía, había sido la última adquisición de sus jefes. Y para el vigilante se había convertido en el acompañante de ronda ideal. Se fiaba casi más del instinto del perro, que de cualquiera de sus compañeros.

— Porque no puedes, si no creo que cualquier día te llevarías al puto perro a tu casa. — reía Miguel, el otro vigilante.

— Tú ríete, pero estos animales valen más que cuatro de nosotros. Me preocupa que esté tan nervioso, estos perros están entrenados para detectar cualquier situación extraña, si no ocurriese nada anormal estaría tranquilo; así, que lo que no termino de entender es que no encuentre nada. 

— A ver si al chucho le pasa igual que al resto del personal. ¿No te has enterado de los rumores que circulan por ahí? El otro día Paco, el jefe de mantenimiento, me contó que hay comentarios entre el personal. Algunos dicen que pasan cosas raras. Objetos que se pierden y no aparecen, gente que nota corrientes de aire en lugares cerrados, otros escuchan ruidos raros en el tejado… — comentó Miguel  — Yo creo que son bobadas, ya sabes ahora con la moda de leer novelitas y ver películas de terror…

— Pues seguramente, no me extrañaría nada que fuesen bulos e imaginaciones, a mi también me han contado algo. Bueno, voy a dar una vuelta con Rocky a ver si hoy está más tranquilo.

Jacobo abrió la puerta del pequeño almacén aledaño a la sala donde estaban, un hermoso ejemplar de pastor alsaciano salió de allí.

— ¡Vamos muchacho, hay que estirar un poco esas patas! — El perro, salió tras el vigilante.

Ese día parecía que Rocky estaba más tranquilo, y Jacobo estaba contento. Una preocupación menos. No podía apartar de su cabeza que al perro le pasaba algo, y lo que más le tenía en jaque, era no dar con ello.

Terminaban ya la ronda, se encontraban en la última planta donde estaba la sección de caballeros y cafetería. El perro comenzó a gruñir. Jacobo pasó la linterna alrededor. No se veía nada, pero Rocky seguía gruñendo. Súbitamente, los gruñidos se convirtieron en ladridos. Jacobo, alarmado, llamó por el walkie a Miguel.

— ¡Miguel! Estamos en la quinta planta en la zona de caballeros, Rocky está más alterado que nunca incluso está ladrando desaforadamente y eso no lo había hecho hasta ahora. Comprueba en la pantalla si está todo en orden, yo no veo nada anormal. 

Miguel miró atentamente la pantalla que controlaba la zona, efectivamente, vio la linterna que iluminaba a su compañero y al perro, todo lo demás parecía en calma. De pronto Miguel dio un salto en el sillón. En un rincón lejos del halo de luz de la linterna de Jacobo, vio una sombra, una especie de resplandor blanco, una opacidad con forma humana, pero etérea,  sin ninguna consistencia material.

FIN

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