Todo había cambiado aquella noche de hacía ya casi un año. La vida de Nicolás había dado un giro de 360º, cuando, en plena noche, abrió los ojos y sintió ruidos en la alcoba de su madre situada junto a la de él. ¿Se encontraría mal? Se levantó de su catre y se acercó a la puerta, la sorpresa fue mayúscula. Allí, entre las sábanas, su madre yacía junto a un hombre. Bajo la luz plena de la luna que entraba a través del cristal, el muchacho pudo ver su rostro. Quien se refocilaba con su madre era ni más ni menos que su señor, el amo de aquellas tierras y, para quien tanto él como su madre trabajaban.
Sorprendido y aún pensando que todo había sido un mal sueño, el muchacho volvió a su catre ya sin poder dormir. Unas horas más tarde, sus dudas quedaron despejadas cuando vio salir a su señor de puntillas. Nicolás fingió dormir, mientras la amargura subía por su garganta.
— ¡Vamos perezoso, ya es hora de levantarse, y hoy tenemos mucha tarea! —gritó su madre un rato después.
El muchacho se puso la camisa y los calzones de trabajo, sus ojos sombreados de púrpura delataban la mala noche pasada.
— Madre, ¿desde cuándo te acuestas con el amo? —soltó a bocajarro.
Águeda se quedó estupefacta, no se esperaba aquello, pero ahora se daba cuenta que sus recelos tenían fundamento. No en vano llevaba meses pidiendo a su señor que trasladase al muchacho a dormir a otro lugar, ya no era tan niño, y cualquier día podría sorprenderles. Y sus temores no eran infundados, en sus planes ya iba maquinando la forma de decírselo a su hijo, pero al final el chico se había enterado de la peor manera posible.
— Eso a ti no te incumbe, ¡que sabrás tú por lo que tiene que pasar una mujer sola en la vida para buscarse el sustento!
— A mí no me interesa lo que hagan otras mujeres, se lo estoy preguntando a usted, a la mujer que me trajo al mundo. ¿Ya no se acuerda de mi padre?, ¿olvidó que un día le amó?, ¿olvidó que él se jugó la vida y marchó a un viaje lleno de peligros para intentar mejorar nuestra situación?, cuando padre regrese, porque va a regresar, lo sé, aunque no escriba, aunque no sepamos nada de él en tantos años, tengo un presentimiento y no me engaño ¿Qué hará usted madre?
— ¡Maldigo tu presentimiento! ¿Qué presentimientos ni que historias, niño? Esas cosas tan inspiradas de las que hablas no existen ¿me oyes?, los pobres tenemos que ser prácticos y vivir el día a día. Los sueños nada más que están pensados para los ricos. Que mal hice dejando que fueses a la escuela, ese don Benito, ese cura de los demonios te ha llenado la cabeza de pájaros.
— Los sueños son de todos madre, y yo me apiado de quien no los tenga. Pero es mucho más sencillo convertirse en la barragana del amo ¿verdad? —Estas palabras salidas de su boca sin pensar le escocieron más que el sonoro bofetón que le propinó su madre.
— ¡No te atrevas a juzgame, condenado crío! No se te vuelva a ocurrir. No eres quien para hacerlo, al fin y al cabo, tú fuiste la causa de mi desgracia.
El rostro de la mujer se había convertido en granito, como si fuera una máscara de piedra, con dos resquicios —sus ojos— que despedían fuego.
Nicolás se sentía abrumado por la tristeza, conocía a su madre, sabía que era una mujer arisca y dura, nunca había sido cariñosa con él, ni siquiera en su infancia recordaba una caricia una muestra de ternura; ella se limitaba a darle de comer, como el granjero que da de comer a sus animales porque es su trabajo, pero en cuanto el muchacho creció lo suficiente y pudo valerse por sí mismo, ella se desentendió, sus conversaciones eran escasas y sé limitaban a despertarle por la mañana y mandarle a la cama por la noche. Al muchacho le dolía ver cómo a sus amigos sus madres les trataban con cariño y les daban esa atención que el añoraba. Todo aquello le hizo acercarse más a ese padre que nunca conoció, ese hombre valiente que dibujaba en su imaginación y que partió a buscar fortuna a los pocos meses de nacer él.
— ¿Qué padre?, ¿a quién vas a buscar?, eres inteligente Nicolasillo, avispado como un zorro. Sí, esa cualidad tuya es quizá la única que me ha llenado de orgullo, porque es lo único que has heredado de mí. Pero ahora me estoy planteando que no eres tan listo como yo pensaba —las palabras de la mujer destilaban veneno.
Nicolás empezó a notar que una sombra negra, la sombra de la duda comenzaba a aplastarle como si se tratase de un vulgar insecto.
— Quiere decir… quiere decir que mi padre… ese padre del que tanto me habló siendo niño...
— Tú padre no está en Las Indias, no viajó en ninguna expedición para ganar honores y fortuna, nunca vendrá a buscarnos. Tu padre está aquí.
— ¿Mi padre es el amo? —preguntó el muchacho con una extraña mezcla de curiosidad y miedo en su voz.
— Sí, tu padre no es un aventurero, tu padre es el hidalgo dueño de estas tierras. Cuando tus abuelos me cambiaron por dos gallinas y un puñado de monedas de oro ¿qué iba a hacer? Otras hubiesen llorado, hubiesen maldecido el día que nacieron. Yo no, yo vi la luz, nacer en la pobreza no estaba hecho para mí, no estaba en mi mente pasar hambre. El día que salí de la mísera casa de mis padres comprendí que era mi oportunidad, yo era joven y hermosa, muy hermosa. No me costó ningún esfuerzo que el amo se fijara en mí.
Nicolás comprendió de sopetón muchas cosas, comprendió los cuchicheos del resto del servicio, entendió porque cuando bajaba al pueblo la gente le miraba de forma extraña y parecía señalarle, y sobre todo, vislumbró el motivo de ese trato de favor del que gozaba su madre, que tenía su propio dormitorio y dormía en cama, en lugar del catre en el que dormía el resto de la servidumbre.
— Me ha engañado todo este tiempo.
— Eras un niño, de que hubiese servido contarte la verdad.
— Hubiese sido mucho mejor, ¿sabe la cantidad de veces que soñé con la vuelta de mi padre?, ¿sabe cuantas veces miraba el camino y creía ver la figura de un hombre que se acercaba a mí sonriendo y me alzaba en brazos diciéndome: “Hola hijo mío” No, usted no lo sabe porque jamás ha sentido como una madre, al fin y al cabo, yo fui sólo su desgracia o un accidente fortuito.
— Sí, fuiste un accidente, ¿sabes la carga tan pesada que he tenido que soportar apechugando toda mi vida con un mocoso? yo no pensé en tener hijos, siempre tomé mis precauciones, pero cuando me dí cuenta de que te llevaba en mi vientre ya era tarde para poner remedio, durante tu embarazo no me faltó la regla. Pero ahora es distinto hijo, tú eres la llave para que podamos ser los dueños de todo esto. El amo no tiene hijos legítimos, ya es viejo y tú, Nicolasillo, eres suficientemente inteligente para ganarte su confianza y así conseguir adueñarte de lo que te pertenece.
Nicolás miraba a su madre sin reconocerla, estaba descubriendo en ella no sólo el ser carente de amor que siempre había sido; estaba viendo como se iba transformando en una alimaña a quien sólo le interesaba sacar ventaja a las situaciones utilizando hasta a su propio hijo para lograrlo. No era su amor de madre quien hablaba en ese momento, eran las ganas de satisfacer su propia ambición.
— No madre, que puedo esperar nada de un padre del que no he recibido otra cosa que órdenes, con usted ha tenido condescendencia porque al fin y al cabo, le calentaba la cama, pero a mí sólo me ha tratado como un vulgar criado, jamás salió de su boca una palabra amable, ni una sonrisa. No recuerdo un gesto suyo que delatase su cariño por mí, ni siquiera un guiñó de complacencia o un halago cuando hacía algo bien, cosa que sí hacía con otros muchachos del servicio. Lo único que tengo que agradecerle es la moneda extra que me daba cada vez que me mandaba lustrarle las botas. Soy un bastardo y los bastardos no heredan, siempre habrá algún pariente lejano que reclame lo que es suyo. Prefiero ir tras los pasos de un padre imaginario, que mendigar la paternidad al verdadero.
— Las mujeres tenemos armas que aún desconoces, yo le convenceré, verás que con un poco de paciencia te reconocerá como hijo, y si mis artes no lograran convencerle hay otros métodos, la gente adinerada y más los que presumen de su linaje —como es el caso de tu padre— cuando se ven al borde de la muerte se vuelven sensibleros, sé de más de uno que a punto de morir ha llamado al notario antes que al cura y han modificado, han firmado papeles y han cambiado el testamento. Es eso ellos llaman el orgullo de estirpe, siempre es mejor que herede el hijo que lleva su sangre directa que un sobrino o un primo.
Lo que vio en los ojos de su madre no le gustó, la suerte estaba decidida y nadie le impediría cumplir su destino.
— No, madre, guarde sus armas para usted, yo no necesito nada de él ni de nadie. Mañana me marcho de aquí. Partiré a Sevilla y trataré de embarcarme en algún galeón que parta hacía las Indias. Hablaré con don Benito, sé que tiene un pariente bien situado en la Casa de la Contratación. Tengo unos ahorros para comenzar a forjarme mi propio camino. Sé que puedo iniciar una nueva vida lejos de aquí.
No hubo tristeza en la despedida de madre e hijo. Ni un rastro de pena cruzó el semblante de Águeda, Nicolás sólo vio vacío en la mirada de la mujer que le engendró. El vacío que deja la desilusión y la decepción de los sueños no cumplidos.
El camino no había sido fácil. Muy de mañana Nicolás partió por la Vía de la Plata, la antigua calzada romana, que ahora servía de ruta a los peregrinos que se dirigían a Santiago. Él tomó la ruta inversa, el camino del sur y dejó su Mérida natal para embarcarse en un viaje, que sabía, era sin retorno.
Una vez en Sevilla todo fue mucho más fácil, no le fue complicado dar con el pariente de don Benito, y allí, tras unos meses de aprendizaje básico sobre navegación, consiguió un pasaje en la flota que realizaría la ruta comercial anual al Nuevo Mundo.
“El Peregrino” aquel hermoso galeón —la nave capitana de la flota de Indias— había dejado hacía unas horas el Estrecho de Gibraltar, ya en mar abierto, tomó el rumbo que le llevaría a la primera escala el Pto. de la Cruz. La singladura, según indicó el piloto de la nave, se había iniciado con vientos de popa favorables, lo que siempre era una buena señal.
En la proa del buque, un muchacho contemplaba la inmensidad de la noche cerrada sobre el océano, contemplaba la estrella del norte, la guía de los marinos en su difícil viaje. La estrella que él había adoptado como suya. La estrella de la que no se apartaría jamás. Había olvidado tantas cosas, ya no se sentía capaz de juzgar los actos de nadie. Lo único que aún le punzaba el alma era la cruel mentira, pero sintiendo la fresca brisa salada en su cara hasta ese dolor se iba mitigando, mientras, el muchacho —que ahora sí— se había convertido en un hombre, veía como los restos de su niñez se iban quedando rezagados y diluidos tras la estela que iba dejando a su paso “El Peregrino”
FIN
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