Ya os comenté hace días que tuve el gusto de participar en el "Especial San Valentín" que anunció una compañera de Facebook, JJ Campagnuolo; bien pues ahora que ya se ha finiquitado y se han colgado todos los textos del especial podéis entrar y descargaros toda la recopilación, donde encontraréis el mío y los otros ochos maravillosos textos que colaboraron en esta bonita iniciativa, espero que os guste. Pinchando en la foto entraréis en el blog "Desde mi caldero" y allí podréis descargar todos los textos. Muchas gracias y ¡Feliz miércoles!
Bienvenidos a este rincón donde compartir pequeñas historias.
miércoles, 29 de febrero de 2012
sábado, 25 de febrero de 2012
ANIVERSARIO DEL PAPIRO
Hola amigos, exactamente hoy hace un año que comenzó tímidamente este rincón de historias; un año en el que empecé esta andadura en solitario, con mucho miedo pero, también, con mucha ilusión. Y así fueron pasando los días y este pequeño proyecto, producto de una noche insomne en la que no podía hacer otra cosa nada más que toquetear el ordenador, si no quería enfrentarme a la ira de los vecinos; ha crecido, despacio, sin prisa pero sin pausa; y todo gracias a vosotros, a los que entráis y leéis, a quienes se atreven a comentar, a los que comparten en sus redes sociales, a los que no dicen nada pero están ahí entre bambalinas.
Para celebrar este día he preparado un especial, una selección de seis relatos, los más leídos por vosotros, los que han recibido más visitas durante estos 365 días, uno de cada género. La presentación es en formato ISSUU, un libro virtual, donde podéis ir leyendo los relatos pasando páginas como si de un libro real se tratase. Espero que os guste. ¡MUCHAS GRACIAS A TODOS POR HACER DE ESTE SUEÑO ALGO MÁS REAL!
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Y clickeando AQUÍ accederéis a la página desde donde podréis descargar el contenido, para los que prefiráis leerlo más cómodamente desde vuestros ebooks.
jueves, 23 de febrero de 2012
SERÉ
Seré la doncella que espera a su amado,
o el héroe que despierta sus anhelos.
Seré la niña atrapada en sus sueños,
o el trovador que vende diversión al soldado.
Seré el bufón del que se mofe la corte,
o el gentil caballero que rescate a su dama.
Seré la princesa encerrada en su torre,
o la bruja que le dé a comer la manzana.
Seré el hombre gris que persigue una utopía,
o el joven alocado que se ríe de la vida.
Seré el bandido que acechará tu espalda,
o su inseparable sombra, el astuto policía.
Seré el muerto vilmente asesinado,
o el criminal que acecha tras tus migrañas.
Seré la luna, el sol, el agua, el tornado,
o un riachuelo perdido entre montañas.
Ahora soy humo difuminado en el viento,
la tímida semilla de un futuro nacimiento.
Una idea quebradiza que pasea por tu mente, y
que luchará por hacerse un hueco entre la gente.
FIN
NOTA: La foto que acompaña este poema me la ha cedido mi amiga Susi-Pop, muchas gracias por esta hermosa imagen. Besos.
domingo, 19 de febrero de 2012
OJOS EN EL CIELO
Desperté de pronto de aquel sopor extraño, intenté levantarme y no pude. Mover un solo dedo suponía un esfuerzo agotador y doloroso. Sentía las sensaciones, el olor fétido que me rodeaba, el sabor acre en mi boca; pero no podía ver nada.
Estaba oscuro. Ni el más mínimo foco de luz me rodeaba, el resto de mis sentidos ante la falta de visión estaban alerta, eso me hizo sentir con total nitidez el sonido de unos pasos que parecían acercarse a mí.
Una voz cortante como un arma de doble filo me increpó: “Déjalo, por mucho que muevas la cabeza e intentes levantarte, no podrás ver nada. ¡Ven aquí Isabella, querida! Da las gracias a este señor tan amable y generoso que te ha regalado sus ojos, esos ojos que él se llevó al cielo y como aquel día tenía tanta prisa no pudo devolverte”. Me sentí desfallecer, ¿había donado, qué? Noté el roce de unos labios gélidos y el vapor caliente de su aliento junto a mi oreja. La voz metálica volvió a reprenderme, esta vez, en un tono mucho más quedo: ¡¿Qué creías cabrón, qué ibas a salir indemne de lo que le hiciste a mi hijita?!
Entonces recordé aquel suceso de hacía varios meses; el coche, las prisas, la carretera, la niña corriendo tras una pelota, la mujer llorando y gritando lastimosamente tras ella. Mi miedo... mi posterior y rápida huida ante la tragedia.
El grito desgarrado que salió de mi garganta cuando comprendí lo que había pasado, apagó una vocecita infantil que me decía: “¡Gracias señor!”
FIN
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jueves, 16 de febrero de 2012
LLAMADA EN LA PUERTA (Final)
Toc-toc-toc, de nuevo el repiqueteo en la puerta. Cooper intentó levantarse y lo más que consiguió fue sentarse en la cama, un ligero mareo le hizo apoyar la espalda contra el cabecero de la cama. Apenas podía abrir los ojos, los párpados le pesaban como si sus pestañas cargasen toneladas de tierra sobre ellas y las sienes le latían de forma incontrolada. Decididamente tenía que comenzar a pensar en ser más moderado con los excesos; los años —a pesar de su aspecto juvenil y lozano— no pasaban en balde y las resacas no eran igual que cuando tenía veinte años, aun así, no recordaba que ninguna de sus últimas resacas hubiesen sido así, no recordaba haber tenido nunca unos efectos tan devastadores como aquellos.
— Servicio de habitaciones —sintió como un eco lejano una voz femenina. —Señor, ¿podría pasar a arreglar su habitación? En recepción me han dicho que aún estaba usted aquí, pero ya son las dos de la tarde y mi turno termina en media hora.
— ¡Pase de una vez y deje de golpear la puerta! —intentó gritar Cooper. ¡Qué coño le pasaba! No reconocía ni su propia voz.
La puerta se abrió y dio paso a la camarera de turno, Cooper, haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, pudo abrir más los ojos y contempló sin mucho entusiasmo a la mujer que tenía delante. Era joven, sí, pero nada espectacular; una de tantas, el pelo muy tirante recogido en un moño bajo y aquellos horribles uniformes de fregonas, no hacían a las camareras de ese hotel nada atractivas. Jeremy trató de levantarse pero las piernas no le respondían.
— ¿Se encuentra bien, señor? —dijo la mujer solícita.
— No es nada, en unos minutos estaré bien, nada que no arregle una buena ducha —dijo el hombre, pero su cuerpo no obedecía a sus deseos y tuvo que volver a recostarse en la cama.
— Pues perdone que le diga pero tiene un aspecto lamentable, está excesivamente rojo, como si tuviera fiebre y, además, su cara está completamente hinchada.
Cooper se asustó ante las palabras de la mujer; si aquello era cierto, esos síntomas no tenían nada que ver con los efectos de la noche pasada.
— ¿Cómo dice? ¿Qué tengo el rostro hinchado?
— Sí, tienes una apariencia horrible cariño —dijo la mujer modulando la voz hasta lograr un tono aterciopelado y que a Cooper le recordó una voz conocida y escuchada no hacía mucho tiempo.
— No le consiento que se tome esas confianzas, ¿desde cuando una empleada habla así a los clientes? ¿Quién le ha dado permiso para tratarme de esa manera?
— No, no, no, cielo, no te alteres, que en tu estado no es aconsejable; anoche estabas mucho más cariñoso, de hecho, tenías intención de revolcarte conmigo en esta misma cama.
— ¿Ámbar? —preguntó Cooper en un susurro ahogado. El hombre estaba confundido, aunque su visión no era la ideal, nada en el aspecto de esa mujer envuelta en aquel tosco uniforme le hacía adivinar que se encontraba ante el bellezón de la noche anterior.
— Sí, amor, la misma que viste y calza, ¿no me reconoces?
— Imposible, no, no, esto debe ser efecto del malestar. Tú no puedes ser la puta de anoche, no tienes… —Jeremy se frotó los ojos lentamente, tenía los brazos laxos, y casi no obedecían a los impulsos de su mente, aquel simple gesto le agotó, no obstante consiguió aclarar un poco su vista. Casi se quedó sin respiración. Sí, era ella, era difícil reconocerla con ese peinado, esa ropa y sin maquillar, pero no le cabía duda, era la zorra que le dejó plantado.
— Chssss, sé lo que vas a decirme, sé que no te vas a ahorrar ningún improperio y que querrías llamarme de todo menos bonita, pero si me permites un consejo, no lo hagas, ya me imagino yo todo lo que está pasando por tu cabeza en este momento, mejor emplea el tiempo en escucharme, jodido, estúpido, cabrón. ¿Te suenan esos apelativos tan cariñosos? Sí, veo por tu gesto que sabes de qué hablo. ¿Cuántos expedientes negativos han costado esos apelativos a tus alumnos cuando el señor profesor pillaba a alguno murmurarlos entre dientes ante alguna de sus bravuconadas de experto?
La mujer se acercó a la cama y puso su cara a pocos centímetros de las del hombre y continuó hablando.
— Sé que tienes problemas de visión ahora que estoy tan cerca de ti y a plena luz del día ¿Me reconoces? ¿Sabes quién soy?
— No sé de que me hablas, eres Ámbar, la jodida furcia que conocí anoche.
— Frío, frío, querido. Estás muy desmemoriado, retrocede algunos años más. Me acercaré un poco más ¿Me recuerdas ahora? —La proximidad era tal que Cooper sentía el cálido aliento de la mujer en su boca. — Veo que tu memoria es frágil querido profesor, ¿te dice algo el nombre de Melissa Parker?
Cooper dio un respingo. No podía ser, aquella mujer no podía ser Melissa, la flacucha, la “tetas planas” —como solía llamarla en plan de mofa cuando la muchacha volvía la espalda—. No, la hermosa puta que había conocido horas antes no podía ser aquella jovencita cuyos ojos bizqueaban en un molesto tic cada vez que se ponía nerviosa.
— Ja,ja,ja, veo que te has sorprendido. Sí, soy yo, Melissa, tu alumna más brillante, la chica superdotada, la única capaz de entender tus farragosas clases. Esa que no dudaste en nombrar tu ayudante al terminar la carrera. Sí, ¿recuerdas? para ayudarme con la tesis y favorecer mi doctorado; eso me prometiste, y yo te creí.
Cooper intentó replicar pero sentía la lengua seca, muy seca, y notaba como está se iba apretando a las paredes de su cavidad bucal, no era capaz de pronunciar una palabra. Su corazón le golpeaba el pecho y a cada latido notaba un dolor agudo en sus costillas, el sudor recorría su cuerpo dejando un rastro ardiente en su piel.
— Te creí sí, y no sabía que cuando fui confiada y feliz a tu despacho a mostrarte mi descubrimiento estaba cavando mi propia fosa. Iba tan contenta con la fórmula que tanto me había costado crear, sí, mi fórmula. Tras mucho tiempo investigando había conseguido dar con las proporciones adecuadas para elaborar la vacuna que llevabas tanto tiempo intentando crear. Estabas bastante cerca y yo lo sabía, los ingredientes eran los que tú decías; el error estaba en las medidas. Estaba feliz, después de tanto trabajo los animales habían sobrevivido, aquel día volaba por los pasillos más que corría camino a tu despacho, ¡al fin!, entre los dos terminaríamos con la terrible lacra del Ébola, esa terrible y mortal enfermedad que hacía estragos en el Tercer Mundo.
Cooper intentó tragar saliva pero su boca estaba tan seca que sus glándulas salivales no segregaban ningún fluido. Melissa continuó hablando.
— No podías dejar que una advenediza, una simple ayudante que no había terminado ni su doctorado tuviese el mismo protagonismo que tú. Siempre has sido un maldito egoísta doctor Cooper, no podías compartir éxito con una pobre muchacha novata e inexperta. ¡Qué varapalo para tu ego! —Continuó hablando la mujer destilando odio tras sus palabras—. Me diste unos días de vacaciones para que descansase por mi excelente trabajo, dijiste, y no pudiste evitar ser tú y sólo tú quien, sólo en el laboratorio, elaborase las primeras vacunas que, tras pasar los controles pertinentes, volarían rumbo a un poblado perdido en la sabana, la población que se habían prestado para experimentar con sus pobres y afectadas vidas.
Melissa tomó aire profundamente para continuar hablando.
— Pero te equivocaste, no interpretaste bien mi fórmula y volviste a fallar en la composición, ni si quiera te molestaste en comprobar si los virus estaban suficientemente debilitados, te corría prisa ganar premios y honores. En lugar de una vacuna creaste un veneno, un veneno infalible y sin antídoto posible. Por tu culpa un cargamento de medicinas adulteradas llegó a un lugar perdido en el África central y mató a centenares de personas inocentes y confiadas se prestaron voluntarias para tu experimento, creyendo que así se podrían librar del terrible mal. Sí, doctor Cooper, eres muy macho para menospreciar a aquellos que crees inferiores a ti, pero no fuiste lo suficientemente hombre para reconocer tu error; era mejor culpar a la estudiante, a la novata, a la jovencita que sólo actuaba de ayudante, de becaria sin sueldo. A la chica que te idolatraba, que te defendía cuando el resto de sus compañeros le querían advertir de lo jodido, lo estúpido y lo cabrón que eras.
El doctor hizo un gesto de profundo dolor mientras intentaba reprimir una arcada.
— Pero yo, ingenua, no me di cuenta de que todo lo que decían sobre ti era verdad, hasta que me vi entre rejas acusada de negligencia y de desobediencia a mi jefe directo. Había sido yo quien, incumpliendo tus órdenes, adulteré la vacuna. Y tú, ¿qué hiciste? Lloriquear en el juicio, hacerte el inocente, incluso te permitiste el lujo de abogar por mí, de decir que había sido una simple error debido a mi inexperiencia, que nada había sido premeditado por mi parte, sólo una locura de una jovencita con ansías de trepar en la vida.
— Es..o te li..bró de algu…nos años de cár…cel. —logró articular Cooper, era muy difícil en sus condiciones mover la lengua hinchada y a la vez intentar reprimir el vómito que subía por su garganta.
— Y con eso hiciste la buena obra del día, ¿verdad cabronazo? A pesar de tu bonita defensa nadie me libró de seis años de prisión. ¿Sabes lo qué supone para una chica llena de ilusiones y entregada a su trabajo verse privada de su libertad siendo inocente? ¿Sabes lo que significa para alguien que vive para su trabajo verse despojada del mismo, sabiendo, que nunca más podrá volver a realizar lo que tanto soñó? ¿Sabes lo fue para mí comprobar de forma tan brutal que la vida en muchas ocasiones es injusta? No te puedes imaginar lo que es verte alejada de tu familia y amigos para terminar rodeada de putas, drogadictas, ladronas y asesinas. No verdad, no te lo imaginas, a ti nunca te importó nada ni nadie, sólo importabas tú, tú y tus sueños de grandeza. Me hundiste la vida hijo de puta.
Cooper intentó hablar de nuevo, pero ya sólo salieron de su garganta unos gemidos ininteligibles. La mujer continuó hablando por él, sin prestar atención a la agonía del hombre.
— Solo puedo agradecerte una cosa, me diste la oportunidad de darme cuenta de que en la vida hasta la más vil asesina podía ser mejor persona que tú, maldita escoria. Bien te aprovechaste luego de mi trabajo, al final conseguiste elaborar bien la fórmula, entonces sí, el brillante epidemiólogo especialista en enfermedades tropicales, el doctor Jeremy Eliot Cooper, había logrado una de sus metas en la vida, en pocos meses el célebre doctor había conseguido, de una vez por todas, crear la vacuna que salvaría tantas vidas y lograría erradicar esa maldita enfermedad. —¡PLAS, PLAS, PLAS! Melissa batió palmas—. Le felicito doctor Cooper, a partir de ahí su fama subió como la espuma y su dinero, también. Desde entonces ha pasado mucho tiempo, la friolera de ocho años; ocho años de triunfos para usted pero que han sido miserables para mí. Aunque no me quejo, no, no sería justo; al menos he sobrevivido y he aprendido muchas cosas.
Melissa se acercó lentamente al teléfono que comunicaba las habitaciones con la recepción del hotel.
— ¿Recepción? Por favor llamen a una ambulancia inmediatamente. Sí, sí, estoy en la habitación 516… Sí, sí, ya pero el cliente no contestaba y he abierto con la llave maestra. ¡Por favor, que vengan inmediatamente! El señor se encuentra en un estado lamentable, está completamente hinchado y no puede ni hablar, yo creo que está muy grave… ¡Por favor dense prisa!, este hombre necesita ir inmediatamente a un hospital! —explicó Melissa al recepcionista dando a su voz la inflexión perfecta en la que se mezclaba el miedo, la angustia y la urgencia, dando una prueba de sus consumadas dotes de actriz.
Colgó y miró a Cooper, este a su vez la miraba y sus hinchados ojos mostraban el terror en estado más puro.
— Ya está doctor Cooper, te quedan unas pocas horas de vida, máximo unas setenta y dos —dijo mirando su reloj y volviendo a tutear a su antiguo profesor y jefe—. ¿Recuerdas? Eso era lo que lo máximo que vivían esas pobres gentes tras inocularles tu “maravilloso remedio”. Anoche no te diste cuenta de que una de mis caricias fue especialmente punzante, justo en tu nuca. Ja, ja, ja, no, cómo te ibas a dar cuenta si sólo pensabas en revolcarte como un puerco conmigo. Sí, querido doctor Cooper, yo he guardado una de esas ampollitas mágicas tuyas como oro en paño durante todos estos años y, ahora, el veneno ya está recorriendo hasta el último rincón de tu cuerpo. ¿Notas los efectos, cabrón? ¿Notas como tu cuerpo se va paralizando?, ya casi no puedes moverte, a duras penas puedes abrir los ojos y tu lengua parece que va a estallar dentro de tu boca.
— No te sal…drás con la tu..ya, te co…ge…rán y es…ta vez te pu…dri…rás en la cár..cel —consiguió contestar el doctor.
— ¿A quién van a detener querido JEC? ¿A Ámbar, una prostituta que no existe? ¿A Sarah Jefferson, una camarera de hotel a quien hoy mismo se le termina el contrato de trabajo? No, no, querido, ella ha sido quien, muy asustada, ha dado la voz de alarma cuando te ha encontrado en este lamentable estado. No, nadie sabe desde cuando llevo en esta habitación, no soy tan tonta, antes ya me había asegurado que todas las habitaciones contiguas estuviesen vacías; soy yo quien las limpia.
— Me ha…rán la autop…sia… —murmuró apenas sin fuerzas Cooper.
— ¿Y? ¿Qué crees que van a encontrar en esos análisis? Unos cuantos virus mutados del Ébola mezclados con algún tipo de veneno, ¿una droga quizá combinada en el magnífico champagne de anoche? Vamos doctor, todo el mundo sabe de tus excesos. Sin embargo yo, esta vez, siendo culpable me libraré; bonita paradoja, ¿verdad querido? Pero a ti tu fantástica vacuna no logrará salvarte, no podría contra ese primer veneno que elaboraste; mal, muy mal querido doctor Cooper. ¿Quién iba a relacionarte conmigo? Melissa Parker murió hace años entre las cuatro paredes de una inmunda prisión, una cárcel que me enseñó muchas más cosas de las que tú me enseñaste jamás.
Toc-toc-toc, los golpes en la puerta hicieron callar a Melissa, enseguida recompuso su ademán y en sus rasgos apareció un gesto miedo e impotencia. Se dirigió presurosa hacia la puerta y se echó a un lado para dejar penetrar en el interior de la habitación al equipo médico. El estado de nervios de la camarera se reflejaba en un tic nervioso que hacía bizquear sus ojos. Tras un rápido examen pusieron al doctor en una camilla y rápidamente le sacaron de la habitación.
Al verse sola, una sonrisa afloró a los labios de la joven: “Te lo dije doctor Cooper, nunca mezclo los negocios con el placer”.
FIN
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martes, 14 de febrero de 2012
¡FELIZ DÍA DE SAN VALENTÍN!
No, amigos, desde El Papiro no podía dejar pasar este día de largo. Un día que con el transcurso de los años ha pasado de ser el día de AMOR, así con mayúsculas, para ser una fiesta exclusivamente para las parejas de enamorados. Y no creo que, aquel acto memorable de una persona tan generosa como fue Valentín que, un día, sin pensárselo dos veces, desobedeció un mandato injusto de su emperador y dio su vida por unir a dos jóvenes que se querían, debiera quedarse simplemente en un día para compartir regalos y visitar los centros comerciales, que sí que es muy bonito estar enamorados; pero el AMOR lo engloba todo, forma parte de nuestras vidas. Desde el amor a las plantas y a los animales; pasando por el amor a los padres, la familia, los hijos, los amigos; incluso amor a lo que hacemos a nuestros trabajos, a nuestros hobbies, y, claro que sí, a nuestras parejas. Todo, si lo pensamos bien, lo mueve el amor; ese gran motor que es el único que mueve nuestra existencia, la hace más completa y le da sentido.
Por eso cuando una compañera del facebook, JJ Campagnuolo, lanzó un reto para San Valentín, el reto de escribir algo sobre esas personas que se sacrifican por amor a algo o a alguien, sin necesidad de ser una típica historia de amor romántico me gustó la idea y aquí está plasmada en dos páginas, un acto de generosidad y de amor. Os dejo el link a su blog donde podréis leer mi relato para este día tan especial. Una recomendación, no os perdáis los otros cinco textos del especial, aportado por otras compañeras, que son un lujo. ¡¡FELIZ DÍA DE SAN VALENTÍN!!
http://desdemicaldero.blogspot.com/2012/02/el-duque.html
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domingo, 12 de febrero de 2012
LLAMADA EN LA PUERTA (Primera parte)
Toc, toc, toc, el ligero pero insistente repiqueteo en la puerta de la habitación de su hotel, taladró la cabeza del doctor Jeremy Eliot Cooper, — conocido como JEC entre sus mejores amigos, o como jodido, estúpido, cabrón, que era como le llamaban sus alumnos y subordinados, jugando igualmente con las iniciales de su nombre, pero en tono mucho menos cariñoso y distendido— intentó abrir los ojos sin conseguirlo. El responsable de esa llamada intempestiva no lo pasaría muy bien. Lo que para Cooper eran deseos, para el resto de los mortales se convertían automáticamente en ordenes y más, cuando pagaba para recibir un esmerado servicio, entonces, el renombrado y adinerado científico, se convertía en una especie de Dios para aquellos que, de una manera u otra, trabajasen por y para él.
Eso era lo malo de tener que viajar y residir durante varios meses en distintos países que él —con su peculiar sentido social— consideraba sólo medio civilizados. El más lujoso de aquellos alojamientos, por muy refinado que fuese, no podía competir con los mejores hoteles europeos ni norteamericanos; y mucho menos con su lujosa mansión de Sussex, aquello era otro mundo aparte hecho a su medida; pero, lamentablemente, su trabajo le llevaba a visitar todo tipo de lugares. En aquella ocasión tampoco podía quejarse, ya que Egipto siempre había sido uno de sus destinos “menos malo”, y El Cairo la mejor ciudad de todo el continente africano para un sibarita como él. Aunque, por mucho lujo que le rodease, el doctor Jeremy Eliot Cooper, era así; su intransigente carácter le hacía ver fallos donde no los había, incluso en el Four Seasons, uno de los mejores hoteles del mundo con un servicio de primera clase, con unas vistas privilegiadas del Nilo, e incluso, como en esta ocasión, con una panorámica insuperable de las pirámides y del desierto, Cooper no se sentía satisfecho.
El hombre se removía en la cama intentando abrir los ojos y seguía sin lograrlo, y no es que fuese una hora intempestiva, ni mucho menos, a través de sus párpados cerrados adivinaba la claridad de pasado el mediodía. En la hora que se le ocurrió abrir las persianas del balcón de par en par la noche pasada, pero el espectáculo de aquella luna grande sobre el lejano desierto africano se le hizo irresistible. No, el doctor Cooper no era un romántico, nada más lejos de eso, no solía fijarse en la belleza de la naturaleza, no era un hombre de carácter contemplativo. Sólo recordaba esas cosas en las raras ocasiones en las que se sentía insatisfecho y enojado con el mundo; muy pocas veces, él era un ganador y casi siempre se salía con la suya, aunque eso sirviese de poco para mejorar su carácter violento. Aun así, no siempre ganaba, la noche anterior había sido prueba de ello. Ni la espantosa resaca que sufría había sido capaz de borrar la estrepitosa frustración de unas horas antes. Aquella hermosa putita de piel color ámbar, ojos negros enormes, culo respingón y larga y abundante melena rizada color trigo, se la había jugado bien. Aquella furcia de tres al cuarto —tras ayudarle a meterse entre pecho y espalda unos cuantos whiskies y terminar la fiesta con un par de botellas de Armand de Brignac Brut Gold— le había hecho hacerse ilusiones; se le había insinuado descaradamente, de tal manera que sus dedos menudos y suaves rematados con uñas perfectamente cuidadas y afiladas, amparados por la poca luz del lugar y el parapeto que suponía la mesa estaban recorriendo las partes más íntimas de su cuerpo sin ningún pudor; aquella jodida mujer sabía hacer su trabajo muy bien y aquello le hizo presagiar una noche memorable. Esas manos ágiles y expertas recorrían su cuerpo como si fueran mariposas traviesas y saltarinas que tan pronto se posaban en su cuello, como se metían entre su pantalón con tal maestría y ligereza que la ropa no era ningún obstáculo para ellas.
Todo en esa mujer exhalaba sexualidad, su ropa de buena calidad, el tono de su voz, sus gestos naturales sin poses afectadas, el perfume embriagador pero suave, nada que ver con aquellos aromas fuertes que solían usar algunas mujeres y que, para su gusto extremadamente refinado, era sólo un toque vulgar. No cabía duda de que aquella puta tenía clase, esa no era de las que se iba con cualquier pelagatos. Esa noche podía ser gloriosa, convirtiéndose en un festival de sexo descontrolado, de esas que tanto le gustaban a Cooper, y que sólo podía gozar rara vez, únicamente cuando la furcia de turno daba la talla. Y aquella noche esta putita iba a estar a la altura, su intuición no solía fallarle nunca, y él no era un novato en estas lides; era un hombre de ciencia, pero no un ratón de biblioteca, más bien era un vividor; que si era famoso por sus trabajos e investigaciones, más lo era por su insaciable afición al sexo. Por su cama habían pasado mujeres de los cinco continentes: europeas, americanas, orientales, africanas; incluso entre sus amigos también solía presumir que se lo había montado con un par de chicas musulmanas; a pesar de que las dos eran niñas bien e hijas de padres mundanos pero muy tradicionales y respetuosos con su cultura.
Sí, en su larga trayectoria no le quedaba mucho que probar, mujer que le gustaba, mujer que quedaba atrapada en su telaraña, no le importaba ni la edad, ni su condición social, ni si estaban casadas o solteras. Se sabía un hombre atractivo, muy atractivo a pesar de haber cumplido los cincuenta hacía varios meses. En su familia los años siempre se habían llevado con dignidad; su padre, ya fallecido hacía años, a los setenta era aun un hombre atrayente y seductor que se conservaba de forma admirable y todavía rompía algún corazón entre las damas, lástima que el viejo fuera tan tradicional y tan típicamente gentleman. Además Cooper, narcisista por naturaleza, se cuidaba: ejercicio constante para mantener el cuerpo atlético, masajes, saunas, comidas ligeras; sin evitar para nada el uso de la cosmética para ayudar a su, ya de por sí, agradecida genética. Sabía que era un hombre deseado, ese tipo de deseo que enciende a las mujeres de cualquier edad, un regalo para las maduras, y un trofeo espectacular para las más jóvenes. Él era de esos hombres viriles a los que los años parecen revalorizar, y lo que no podía conseguir por sus atractivos, cosa muy difícil, lo obtenía a golpes de chequera, a la que tenía que recurrir en raras ocasiones, normalmente, sólo cuando requería los servicios de alguna profesional. Por lo general, hasta la presa más reacia caía en esa red que él tejía con primor, aunque una vez logrado su objetivo, el botín ya no sirviese para nada, simplemente para engordar el número de sus conquistas.
Pero aquella noche, todo había ido rodado, desde luego nunca se lo habían puesto tan fácil. Ni las múltiples rameras que había pagado en su vida, ponían esa voluntad y entrega; todas contribuían lo justo para ganarse su sueldo. No, esta era muy distinta, esta parecía desearle de verdad, no sólo por ejercer bien su profesión, lo notaba en esa avidez que su acompañante ponía en cada caricia, en la forma de utilizar su boca y sus manos cada vez que le rozaba la piel y le envolvía con su cálido aliento. Esa tía no era una puta vulgar, no, esta tenía mucho estilo —de lo mejorcito que había conocido en su vida, y eso que él siempre buscaba lo más selecto— pero ninguna tenía esa exquisitez precisa y estudiada; esta furcia, al igual que él, también sabía apreciar lo bueno de la vida, sólo había que fijarse en la forma en que tomaba la coba y su gesto al beber aquel delicioso champagne que no estaba hecho para cualquier paladar.
Pero aquellos preliminares ya se estaban prolongando demasiado, Cooper pensó que ya era hora de pasar de la teoría a la práctica, o como diría el bueno de Hugh, su camarada de tantos años; mucho más directo y menos amante de las delicatesen: “Dejémonos de cortar el bacalao y vamos a comenzar a devorarlo”. Sin poder disimular los jadeos de placer que le proporcionaban las caricias de la mujer, le propuso que fueran a su hotel. Cooper aprovechaba y disfrutaba de todo lo que la vida le ofrecía. Siempre lo había hecho, aquel regalo inesperado no se le podía escapar de las manos.
— Te pagaré lo que me pidas, suelo ser muy generoso cuando se cumplen mis caprichos.
— No mi amor, no tienes que pagarme nada en absoluto, yo nunca mezclo el placer con los negocios. Y estar contigo será un auténtico placer —contestó ella con un tono insinuante mientras acariciaba suavemente con la punta de la uña de su dedo índice la nuca del hombre, y pegaba sus labios al lóbulo de la oreja masculina.
Cooper no pudo evitar que un estremecimiento erizase su vello, la sensación fue tan fuerte que incluso sintió una especie de ligero pinchazo en la nuca, cuando la testosterona se le ponía al límite no era nada anormal que su cuerpo le regalase todo tipo de sensaciones nerviosas, aquella zorra sabía hacer su trabajo. Era hora de salir pitando de aquel tugurio mal iluminado y atestado de humo para dirigirse a la paz del hotel, antes de que la dosis de alcohol mezclado e ingerido empezase a hacer estragos.
— Pues vamos, ya estoy harto de este garito de mala muerte —dijo el hombre en tono desdeñoso menospreciando uno de los mejores locales de copas de la ciudad— mi hotel está a dos pasos, esto… aún no me has dicho como te llamas.
— Llámame Ámbar.
— Ja,ja,ja, perfecto, me gusta llamar a las putas por su nombre de guerra, total, el nombre real me importa una mierda. Me encantan las mujeres con ese aire felino y misterioso, ¡venga, no perdamos más tiempo!
— Espera cariño, dame cinco minutos, me retoco un poco el maquillaje y nos vamos.
Cooper observó los movimientos sugerentes y sinuosos de las caderas de la mujer mientras se alejaba rumbo al aseo. Aquellas curvas generosamente exhibidas gracias al mini vestido de licra que no podía pegarse más a su cuerpo que su propia piel, le estaban volviendo loco.
Para su disgusto el tiempo iba pasando sin que la muchacha volviera a hacer aparición, ya era el tercer cigarrillo que había apurado en la espera, y se había tomado de un trago el champagne que le quedaba en la copa, sin saborear si quiera aquel preciado líquido. Tanta tardanza le estaba exasperando, para mojar su garganta seca le pidió al camarero el cuarto o quinto whisky de la noche, ya había perdido la cuenta; sabía que mezclar las bebidas no era aconsejable, pero total ya las había mezclado y, ¡qué coño! Él resistía bien el alcohol, incluso las resacas no pasaban de un dolor de cabeza, nada que no quitase una buena siesta, una ducha fría y un par de analgésicos. Lo único que importaba era que esa jodida furcia saliese ya del baño y marcharse ya a gozar de sus favores. Pensar en el revolcón que le esperaba le hizo ponerse de mejor humor, aunque seguía nervioso y alterado. ¡Joder! Pero, ¿qué narices hacía aquella fulana? Si el maquillaje en unos minutos estaría de más, tanto como su provocativo vestido.
Los minutos seguían pasando y Cooper no paraba de mirar el reloj de forma compulsiva. Un camarero solícito, pensando que necesitaba algo se acercó a la mesa.
— ¿Le pasa algo, señor? Le noto un tanto inquieto mirando continuamente el reloj. ¿Necesita algo? o ¿Espera a alguien?
— Por supuesto que espero a alguien, hay que ser muy gilipollas para pensar que estoy aquí sentado como un pasmarote por amor al arte, —contestó Cooper en un exabrupto cortante como queriendo pagar con el hombre el malestar que le estaba provocando la espera— espero a esa zorra que estaba conmigo y que se ha debido colar por la taza del wáter de su infecto lavabo.
El camarero no hizo ni un gesto, debía estar habituado a aquel tipo de clientes, millonarios que se creían el ombligo del mundo porque podían pagar todo. Con una profesionalidad a prueba de bomba y con una paciencia que hasta el mismo Job envidiaría, contestó de forma educada, aunque inconscientemente no pudo disimular una ligera sonrisa socarrona.
— Esa señorita a la que está usted esperando se marchó hace más de veinte minutos, señor.
Cooper pudo contener a duras penas la indignación, de buena gana hubiese golpeado a aquel camarero imbécil que mal disimulaba esa sonrisa de superioridad, como si le dijera sin palabras, ¡vaya imbécil de mierda que eres, te han engañado como a un pardillo novato! Pero no, era mejor pagar y salir de allí antes de que no pudiese contener la rabia y los excesos etílicos; por experiencia sabía que la policía egipcia no se andaba con chiquitas a la hora de detener a los borrachos agitadores extranjeros, ni con todo su dinero se libraría de pasar una noche en una de sus incómodas celdas, y él llevaba ya muchos años viviendo rodeado de exquisiteces y confort; su trabajo le había costado lograr todo aquello, su abultada herencia familiar se lo había facilitado todo, pero el saberse especial, y el sentirse superior a los demás menospreciando al resto de los mortales, lo había conseguido a base de su esfuerzo profesional, él era el prestigioso doctor Jeremy Eliot Cooper, numerosos y acreditados premios nacionales e internacionales conformaban su palmarés; en su brillante currículum sólo faltaba el Nobel; y tenía asumido que cualquier día caería en sus manos, era sólo cuestión de paciencia, no le cabía duda, que el prestigioso premio terminaría en su poder; él era el mejor. Siempre lo había sido.
Llegó al hotel lleno de ira, excitado, mareado y con una tremenda jaqueca. ¡Ojalá aquella puta se volviese a cruzar en su camino! Iba a pagar muy cara su insolencia. Cooper abrió el ventanal de par en par para tratar de respirar la brisa nocturna de la noche cairota. Sentía mucho calor, un calor asfixiante, que no había sentido nunca, ni siquiera la primera vez que viajó a ese país en pleno verano. Tras unos minutos en la terraza contemplando la majestuosa luna decidió darse una ducha fría, aquello templaría sus nervios y le quitaría las ganas de aquella mujer; unas ganas que, al final, se tragarían el sumidero de la bañera. Por último y tras tomarse un par de pastillas de paracetamol cayó como un fardo en la cama y consiguió, a duras penas, sucumbir en un agitado duermevela que poco a poco le fue sumiendo en un sueño profundo y pesado.
Continuará...
jueves, 9 de febrero de 2012
MUNDO NUEVO
El viejo libro
abierto reposaba en una vitrina de madera con puertas de cristal. Ambos objetos
permanecían abandonados en un apartado rincón, lleno de telarañas, del desván
de uno de los mejores edificios de documentación de la ciudad. El mueble, de
vez en cuando, emitía algunos quejidos que salían desde la profundidad de sus
grandes grietas, el único sonido que podía escucharse en aquel recóndito y
olvidado lugar.
Con sus tapas de
piel descoloridas, sus hojas amarillentas, con los bordes raídos y ya marrones
por el efecto del tiempo; el libro suspiraba quedamente. Su aliento se filtraba
entre las páginas, a la vez que sus recuerdos se extendían por los nervios de
su lomo.
Echaba de menos el
contacto de unos dedos acariciando la piel de su portada. Evocaba con nostalgia
la última vez que un humano había posado los ojos en él dando vida a las letras
que contenía en su interior. Recordaba como era capaz de sentir las emociones
que despertaba en sus lectores, simplemente por la forma en que las manos de
estos pasaban sus páginas.
Ahora era el último
superviviente de una época antiquísima. La gente ya no leía libros de papel, de
hecho, ya ni leían. Las bibliotecas ya no eran aquellas salas enormes con
grandes mesas de madera y pequeñas lámparas que, iluminaban de forma
suficiente, pero muy tenue el espacio de cada lector, dándoles la intimidad
necesaria para adentrarse en el libro elegido. Ahora nadie recuerda ni siquiera
la hermosa palabra “biblioteca”, ahora se les llaman CDD, “Centros de
documentación” y no se parecen en nada a aquellos acogedores lugares.
Aquellas salas que
respiraban vida, que contaban historias de amor, de guerras, de odio, de
naturaleza, de venganza, de grandes gestas y viajes, de aventuras… Se habían
convertido en espacios diáfanos, asépticos y fríos. Las inmensas estanterías
que cubrían sus paredes habían sido sustituidas por enormes pantallas gigantes
tridimensionales. Las palabras escritas en tinta habían sido desplazadas por
las imágenes, y los lectores ahora había pasado a ser protagonistas y actores
de las historias entrando en su misma dimensión; todo estaba hecho, todo
ocupado, cerrado y hermético; la Ley del Mínimo Esfuerzo había triunfado, sin dejar
ni siquiera una mínima grieta para dar paso a la imaginación.
— Vamos Julius,
¡date prisa!, sólo me queda desarmar esta antigualla y nos vamos a casa. No
sabía que aún quedaban este tipo de objetos, este trasto tiene que tener
cientos de años.
Un muchacho de unos
diez años, de ojos oscuros y mirada inquieta e
inteligente, seguía los pasos al hombre fornido y canoso que le
apremiaba para que caminase más rápido.
— ¿Y que harán con
este mueble, padre? —El chico enmudeció
de repente y se quedó mirando al interior de la vitrina.
— ¡Mira padre!
—exclamó el niño con un deje de asombro mientras abría las puertas
acristaladas— que curioso es este objeto pequeño que está dentro. Lo de fuera
es muy suave, pero es una pena, dentro está lleno de manchas negras.
— Julius, esa cosa
que dices se llamaba libro y las manchas negras son las letras que formaban las
palabras. Esto me lo contaba hace muchos años mi bisabuelo. Él me relataba
muchas historias de la época en que los primeros colonos llegaron a este lejano
territorio, procedentes de un lugar llamado Tierra. Entonces la gente sabía el
significado de esas letras, podían traducirlas y simplemente mirándolas sabían
su significado. A eso creo recordar que lo llamaban “leer”.
Y pensar que los más
inteligentes y los grandes científicos de la antigüedad pensaban que aquí, en
nuestra Luna, jamás podría desarrollarse la vida humana. No podían estar más
equivocados, ya llevamos trescientos años viviendo aquí. —El hombre rompió en sonoras carcajadas, al
ver que los ojos curiosos de su hijo le escrutaban, dejó de reír y continuó
hablando:
— Te voy a contar
una de las curiosidades que de niño solía relatarme mi bisabuelo antes de irme
a la cama. Estos dos objetos tan diferentes entre sí procedían de un mismo
elemento natural, que nuestros antepasados llamaban árboles. Ambos están
fabricados de la misma materia que llamaban madera.
— El bisabuelo era
muy sabio, a mí me hubiese gustado saber cómo eran esos árboles.
— No te lo podría
explicar Julius, según el bisabuelo eran muy hermosos.
— Padre, estoy
pensando que con el mueble hagan lo que quieran, pero el libro me lo quedo yo,
es muy bonito me daría pena que lo destruyesen, estoy seguro que nadie lo
echará de menos. No sé cómo pero estoy seguro de que conseguiré descifrar estas
manchas y lograré saber qué es lo que contiene, algún día me revelará sus
secretos y podré explorar su interior.
El viejo libro
suspiró feliz, por fin, después de tanto tiempo volvía a sentir con alivio el
calor del contacto humano; aquello pareció rejuvenecerlo y los bellos dibujos
de su tapa de piel volvieron a cobrar lustre y vida. Los ojos brillantes y despiertos de Julius lo contemplaban con
deleite mientras cerraba sus pastas y acariciaba lentamente las letras
desgastadas de color dorado que formaban un título y el nombre de su autor: De
la Tierra a la Luna, Julio Verne.
FIN
NOTA: Con esta pequeña historia mi único propósito es rendir un homenaje al hombre que hizo soñar a tantas y tantas generaciones. Al hombre que nos hizo viajar a la Luna, cuando aún el cielo era una meta imposible de alcanzar; al mismo que nos internó en las profundidades de la Tierra; el que nos llevo de viaje cinco semanas en globo; quien nos hizo dar la vuelta al mundo en 80 días; el que nos hizo descender a las profundidades marinas en el Nautilus, haciéndonos sentir a todos miembros de la tripulación del intrépido capitán Nemo. Al hombre que nos amenizó tantas tardes durante nuestra juventud abriendo nuestras mentes al maravilloso mundo de la imaginación. Dedicado a Julio Verne, uno de los mejores escritores de todas las épocas.
NOTA: Con esta pequeña historia mi único propósito es rendir un homenaje al hombre que hizo soñar a tantas y tantas generaciones. Al hombre que nos hizo viajar a la Luna, cuando aún el cielo era una meta imposible de alcanzar; al mismo que nos internó en las profundidades de la Tierra; el que nos llevo de viaje cinco semanas en globo; quien nos hizo dar la vuelta al mundo en 80 días; el que nos hizo descender a las profundidades marinas en el Nautilus, haciéndonos sentir a todos miembros de la tripulación del intrépido capitán Nemo. Al hombre que nos amenizó tantas tardes durante nuestra juventud abriendo nuestras mentes al maravilloso mundo de la imaginación. Dedicado a Julio Verne, uno de los mejores escritores de todas las épocas.
domingo, 5 de febrero de 2012
JUSTICIA CON DOS... CAPONES
Las Ventas de Retamosa (Toledo) 1882
Todos los amigos juerguistas, rompieron a reír mientras un estupefacto Práxedes se limpiaba la cara por la que chorreaba la grasa de aquellos jugosos capones, que yacían inocentes sobre el sucio suelo de aquel mesón.
FIN
María se paseaba nerviosa por la casa, caminaba a
grandes zancadas desde la cuadra al corral, aquello no lo podía consentir
de ninguna manera. Era cierto que su Práxedes era buen mozo, a decir de todas
la mujeres, el más guapo de todo el pueblo y
sus alrededores. De soltero ya era conocido en gran parte de la provincia por
su fama de “putero” como decía Eusebio, el
capataz de los viñedos. Todas las mozas del
pueblo suspiraban por él.
Y sí, María sabía
que su marido se había corrido grandes juergas entre los brazos de distintas
fulanas de renombre de los mesones de Madrid. Falda que veía, refajo que se le
cruzaba, era una alegría para su cuerpo. Hasta
que ella, una pobre pastora que criaba cabras
y ovejas en el monte, se había cruzado en su
camino. Tanto fue el amor que despertó en él que no dudó,
siendo uno de los más ricos del pueblo; hijo único de los propietarios de los
viñedos más extensos y de la mejor bodega de los alrededores, en enfrentarse a
sus padres y aun a riesgo de ser desheredado,
se casó con ella.
Pero tras los primeros momentos Práxedes había
vuelto a las andadas. Cada quince días se escapaba de francachela a Madrid con
sus amigotes, a jugarse el dinero con las apuestas y a perderse en los brazos
de aquellas mujerzuelas de taberna. Aquello
traía a María de cabeza, solo imaginar a su marido en brazos de otras la ponía enferma. Ella que en aquellos años se había
esforzado tanto. Aquella niña analfabeta había
aprendido a leer, a escribir e incluso era una fiera con las cuentas. Ella que
llevaba prácticamente el trabajo de la hacienda, para que su señor marido
se diese la vida padre, y no es que Práxedes
no trabajase, lo hacía y muy bien, que como
bodeguero no tenía precio, pero lo que ella arañaba por un lado, él lo
derrochaba por otro.
Aún recordaba las
palabras que pronunció Don Severiano, el cura,
antes de la boda.
— María la mujer debe obediencia y respeto a su marido, recuerda que el
Señor os creó a partir de la costilla de Adán.
¡Y una porra!, pensaba María, no era justo que
ella trabajase de sol a sol para sacar adelante a su familia, ya
compuesta por un niño de dos años y otra criatura que venía en camino. Su
marido era un manirroto y como eso siguiese
así terminaría pronto con la hacienda. No, ella no iba a consentir eso un día
más, su futuro estaba en juego. Además aquel día no contento con su escapada
Práxedes se había llevado los dos mejores capones del corral, esos que María
estaba criando con tanto mimo para celebrar la fiesta de su quinto aniversario
de boda. Tenía que hacer algo, y el señor cura que diese misa en el púlpito que
era lo que tenía que hacer, a ella la iban a venir con cuentos de la costilla
del tal Adán o
como se llamase.
— ¡Marcelina, Marcelina!, tráeme el manto
de lana y dile a Pepillo que enganche todas las mulas al carro. Me voy a
Madrid.
— Pero niña, es casi de noche y en tu estado ¡Virgen Santísima! ¿todas?
— Sí, todas
¡venga mujer que tengo prisa! Haz lo que te he dicho,
no pasará nada. Para tu tranquilidad me llevo a Pepillo.
Marcelina torció el gesto, era evidente que aquello no la tranquilizaba
mucho.
María aferraba con fuerza las riendas de las
mulas, mirando al frente sin inmutarse por el recio y gélido viento. El carro
sin carga y con seis mulas tirando de él parecía volar. Pepillo tenía que hacer
equilibrios y agarrarse fuertemente a su asiento para no caer en cada tropiezo
con baches o piedras, a la vez que rezaba de corrido las dos frases del Padrenuestro que con tanto
esfuerzo el cura había conseguido meterle en su dura mollera.
************
Las risas y el vino
corrían por aquel salón de uno de los mesones más concurrido y famoso de
Madrid.
— Práxedes, esta noche me voy a divertir
de lo lindo, creo que esta será mi última juerga, la Eufemia ya está que trina, el último día me estuvo esperando y me atizó con
el rodillo de amasar.
— Vamos Felipe tú lo que eres es un
calzonazos, tener miedo a tu mujer... bueno,
ya sabemos que la Eufemia es la hembra más brava de todo Valmojado pero
el que llevas los pantalones eres tú. A las mujeres hay que dejarlas claro
quien manda. Yo no tengo problemas, mi mujer
es mansita como un corderito, y ¡ojito! que yo a mi María la quiero con locura.
Pero ¿vamos a dejar que las mujeres nos quiten nuestros ratitos de juerga? ¡Bah, hombre, eso sería
lo último! ¡Vamos señores que estos capones se
están quedando fríos y están diciendo cómeme, los más hermosos de mi corral,
empecemos a hacer los honores.
Una sombra se plantó delante de Práxedes. María
estaba delante de él con los brazos en jarras, sus ojos echaban chispas y todo
su cuerpo mostraba una actitud amenazante.
— Sí, esos capones tienen muy buena pinta, pero esta
noche te comes tú los capones por donde yo te diga.
Y ni corta ni perezosa agarró la fuente y volcó su
contenido sobre la cabeza de su marido, con la cabeza muy alta se dirigió a la
puerta, allí se volvió y dijo:
— ¡Ah! Marido,
yo te espero en casa, pero estaré dormida como un cesto, imagino que llegarás
tarde. Tú verás como te apañas para volver, el
caballo me lo llevo yo. Vamos, Pepillo, como premio para volver a Ventas montarás el
caballo del señor, pero chiquillo deja ya de temblar, que ahora iremos más
despacio.
María salió del mesón seguida por un feliz
Pepillo, que se prometía un regreso mucho menos ajetreado; montar el caballo
del señor era algo con lo que no se atrevía a soñar.
Todos los amigos juerguistas, rompieron a reír mientras un estupefacto Práxedes se limpiaba la cara por la que chorreaba la grasa de aquellos jugosos capones, que yacían inocentes sobre el sucio suelo de aquel mesón.
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