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martes, 24 de diciembre de 2013

JERK, EL AYUDANTE DE RUDOLPH

El sonido de las campanillas de la puerta sobresaltó a Eberhard, aunque su aspecto no lo delató ya que no movió ni un músculo de su cuerpo. Muy al contrario, siguió con su faena de clasificación y saludó alegremente a su visita.

— ¡Buenos días Frederick! Hacía algunos días que no aparecías por aquí. ¿Mucho trabajo en el colegio?


— No, para nada, es que he estado enfermo; con gripe dice mamá y no me ha dejado levantarme de la cama. Ni siquiera pude ir a la fiesta de Navidad del colegio. Pero… dime una cosa Eberhard: ¿Cómo es posible que estando de espaldas supieses que era yo? ¿Eres mago?

— Ja,ja,ja, Que más quisiera yo amiguito. No, no soy mago. Pero son tan pocos mis clientes que es muy fácil saber quien abre la puerta.

Y Eberhard tenía razón. Aquel viejo gordiflón de larga barba blanca y pequeños ojillos azules que cubrían unas gruesas gafas, era el librero de la aldea. Una localidad tan minúscula, que la pequeña tienda siempre estaba vacía. En aquel pueblo perdido en un valle alpino de Baviera, pocos eran los aficionados a la lectura. Gentes rurales con poco tiempo desocupado al día y siempre pendiente de sus haciendas, no tenían tiempo para perder entre los libros. Algunos padres que se acercaban a por los libros de texto de sus hijos, de forma esporádica, el maestro del pueblo y el pequeño Frederick eran la clientela de su negocio.

— Tienes razón, aquí nunca te harás rico. —dijo el pequeño.

— No, pero tampoco quiero serlo, yo me conformo con poco, ¿sabes? No necesito mucho para vivir y mis libros me hacen feliz. Son como los hijos que nunca tuve, es más, estoy tan unido a ellos que cada vez que vendo uno y tengo que separarme de él, lo paso muy mal.

— Pues yo si tuviese mucho dinero te compraría todos los libros. —dijo el niño, su intensa mirada azul y sus mejillas sonrosadas le daban color a una tienda, donde el color predominante, eran el marrón de las estanterías y los grises y azules pardos de las tapas de los libros.

Las carcajadas del viejo librero hicieron retumbar las paredes. Frederick pestañeó como si saliera de un sueño.

— ¿Por qué te ríes? —preguntó con voz seria— Un día seré rico y tendré una habitación solo para guardar mis libros, y será más grande que toda tu tienda.

— Pero mientras tanto te tienes que conformar con mis historias, ¿verdad, hijo?

Eberhard sabía que los padres del niño no tenían suficiente dinero como para comprar libros, ni ellos, ni la mayoría de los habitantes de la villa. Eran gentes humildes que más o menos tiraban con lo justo para vivir. Por eso, cuando Frederick aparecía por su tienda casi todas las tardes cuando salía del colegio, el librero le esperaba y le contaba alguna historia; incluso, algunas veces, cuando era su cumpleaños o algún día especial le regalaba un libro.

Hoy te voy a contar una historia muy antigua, una historia muy propia de estas fechas; seguro que te va a gustar: «Había una vez….

— Eberhard, ¿por qué todos los cuentos comienzan con esa frase?

— No lo sé, supongo que será una fórmula para captar la atención de los oyentes pero… phsssssss escucha atentamente el cuento:

***

«Había una vez, hace mucho tiempo, tanto que es imposible ponerle una fecha; en un lugar llamado Laponia, cerca del Polo. Allí había bosques encantados y maravillosos. Unos bosques donde los pinares eran espesos y los huecos entre los pinos eran casi inexistentes. Estos bosques eran blancos, porque siempre estaban nevados. Las noches se alargaban durante las veinticuatro horas del día; y de vez en cuando la naturaleza regalaba a sus pocos habitantes con un cielo lleno de luz.

A esa luz es a lo que llamábamos aurora boreal, y ahí, en esa zona que muchos llaman también casquete polar, es en el único sitio del mundo donde se puede contemplar ese espectáculo lleno de belleza y grandiosidad. Alguien dijo alguna vez que este fenómeno se produce porque el sol, cuando entra en una de sus frecuentes tormentas, despide unas partículas tan calientes que al caer estrepitosamente en la Tierra, cuando ésta se cruza en su trayectoria, estas partículas solares se mezclan con las moléculas y átomos que flotan en la atmósfera de nuestro planeta; el choque es tan violento que las partículas solares se sobrexcitan y explotan llenando el cielo de un espectáculo de color maravilloso. Normalmente el color que predomina es el verde, como el de esos árboles que llenan el horizonte lapón; pero el estallido también puede ser rojo, violeta o blanco.

Aunque yo siempre he pensado que lo que ocurre realmente es lo que decían las antiguos. En el pasado, los inuit, habitantes de la región ártica de Groenlandia y América, creían que los espíritus de sus ancestros podían vislumbrarse bailando en estas luces parpadeantes. En la mitología nórdica, la aurora era un puente de fuego construido por los dioses y que conducía al cielo.

La ciencia está muy bien y nos explica muchas cosas, pero nunca menosprecies la sabiduría de nuestros ancestros, ellos también conocían muchas cosas que, ahora, la ciencia desconoce.

Como te decía, en esos bosques mágicos antiguamente habitaban los simpáticos renos. Sí, no me mires con esa cara de sorpresa, los renos que acompañan a Santa Claus en su viaje anual. Estos renos que ahora en Laponia tienen domesticados, hace mucho tiempo vivían en estado salvaje, y esta es la historia de uno de esos renos.

Bálder era el líder de una pequeña manada que se componía de unas dieciocho cabezas de estos simpáticos animales. Aunque los renos tienen fama de ser unos animales muy independientes y amantes de la libertad, lo cierto es que  todo rebaño necesita un líder, y normalmente suele ser el más viejo del grupo.

Este viejo animal, había luchado muchas veces en su vida, para encontrar alimento, para aparearse, para viajar y encontrar los mejores lugares para su grupo. Los años pasaban y ya se iba sintiendo cada vez más cansado. Iba siendo hora de pensar en que alguno de los machos de la manada le sustituyese, y quien mejor que su único hijo: Jerk.

Jerk era un joven reno, hermoso y lleno de vida; una maravilloso ejemplar con piel lustrosa y enorme cornamenta. Pero tenía un problema, y es que Jerk no había nacido para luchar, el joven reno podía pasarse horas y horas contemplando el hermoso cielo que coronaba sus cabezas. Soñaba volar, con elevarse por encima de los árboles y viajar, ver otras tierras, otros mundos, otras maravillas. Nunca se acercaba al resto de machos jóvenes, ni jugaba con ellos a peleas, no veía que la hora de buscar pareja y pelear con sus otros compañeros para encontrar la hembra más apropiada para perpetuar la descendencia estaba llegando. Ni mucho menos había caído en la cuenta que, su padre, iba a necesitar pronto un sustituto.



— ¡Jerk! Tienes que crecer, ya no eres un reno bebé, hace algún tiempo que ya te separaste del aurea protectora de tu madre. Tienes que demostrar que eres un macho como los demás. Yo ya estoy viejo y cansado y necesito que el liderazgo recaiga en otro y quien mejor que mi hijo para ese cargo.

— Pero padre, yo no quiero ser líder de nada ni de nadie, yo soy feliz caminando por entre los árboles, contemplando el cielo, soñando con viajar y ver cosas nuevas. No quiero que nada me ate aquí.

— Eres un idiota, no podía haber escogido mejor nombre para ti. Como sigas así Rudrik, el hijo de mi más despiadado enemigo, te tomará la delantera. Eso me rompería el corazón y las ilusiones que siempre he tenido depositadas en ti aunque, siempre sospeché que eras un pobre e iluso loco. ¡Pon las pezuñas en el suelo de una maldita vez y reclama lo que te pertenece por tu nacimiento!

— No padre, no voy a luchar con Rudrik ni con nadie nunca, quítate esa idea de la cabeza, padre.

Aquella noche, mientras Jerk volvía a deleitarse con su paisaje nocturno y estrellado, Rudrik se le acercó sigilosamente.

— Hola Jerk, esta tarde os escuché la conversación entre tu padre y tú. Y me parece muy bien que renuncies a la posición de líder. Yo soy mejor que tú, siempre fui mejor. Pero tuve que arrastrar la vergüenza de la derrota de mi padre ante el tuyo. Ese puesto me pertenece. Yo soy el mejor para  guiar y cuidar de la manada. Tú simplemente eres un tonto soñador y un cobarde. No me extraña que tu padre se avergüence de ti.

— Mi padre no se avergüenza de mí, no inventes cosas que no son Rudrik, lo único que pasa es que le cuesta comprender mi posición, pero terminará entendiendo y al final todo se arreglará.

— Bien, es tu decisión, al fin y al cabo no eres tú quien tienes que soportar las burlas de toda la manada. No eres tú quien tiene que bajar la cabeza y escuchar, sin poder rebatir a nadie, que su hijo es un cobarde. El pobre y viejo Bálder es quien tiene que soportar día tras día la comidilla de todos. Pero confío en que pronto terminará su sufrimiento, ¿no te das cuenta que tu padre cada vez está peor? ¿Qué sus fuerzas se van debilitando poco a poco? Bálder está llegando al final de sus días, y en vez de su hijo, yo seré su sustituto. —La perorata llena de inquina de Rudrik encendió el ánimo de Jerk.

— ¡Yo no soy ningún cobarde! ¡Nadie puede tener la maldad suficiente para ir con esos cuentos a mi padre! Solo tú Rudrik, tú que estás lleno de odio. La amargura del final indigno de tu padre no te ha dejado vivir.

Hacía varios años que Bálder y el padre de Rudrik, se habían enfrentado a un duelo mortal, algo muy difícil de ver entre estos animales que sólo usan sus fuerzas para alimentarse y para conseguir a sus hembras.

Pero el padre de Rudrik había cometido una indignidad. En una época mala, con un terreno devastado por la ausencia de lluvia, y con el bosque quemado por el frio del hielo, no se encontraban buenas tierras para encontrar alimento. La manada pasó los peores momentos de su vida. Bjork, el padre de Rudrik, casualmente encontró un pequeño valle resguardando, donde la hierba y las plantas tiernas eran un placer para su paladar. Pero en lugar de compartirlo y guiar al resto, solo se llevó con él a su familia. Bálder alertado por su fuga les siguió y retó a Bjork a un duelo a muerte. Bálder ganó el duelo y desde entonces se hizo cargo de Rudrik, de su madre y de sus dos hermanas. Rudrik jamás olvidó esa escena, y el cachorro resentido, se convirtió en un joven rebelde y lleno de maldad.

— Siempre has sido perverso Rudrik, jamás perdonaste a mi padre que matase al tuyo, cuando todo fue una acción de justa venganza. Vosotros siempre pensasteis solo en vosotros mismos. Mi padre solo piensa en el bien de todos.

— ¿No me digas?,  pequeño cretino impertinente. Eres igual de memo que tu padre, pero te falta algo que a él si le sobra. Valentía.

Jerk no pudo soportar más aquella provocación. Los dos jóvenes machos se enzarzaron en una titánica pelea, su cornamenta chocaba con fuerza, sus pezuñas se elevaban buscando las patas del contrario. Sus cabezas entrelazadas pugnaban por infringir la peor herida en el rival.

Durante un buen rato, los dos animales pelearon con bravura. A Jerk le sobraban fuerzas, pero le faltaba algo tan característico como la violencia. El reno no era violento, no había nacido para la lucha. Su pelea era limpia, sin triquiñuelas ni trampas. Por el contrario, su oponente empleaba los juegos y las tretas más sucias. Y su corazón se iba llenando de violencia desmedida.

La pelea terminó, un jadeante y sudoroso Rudrik contemplaba a su enemigo, tendido en el suelo y manchando la blancura de la nieve con su sangre roja.

El bramido de Rudrik fue brutal, toda la manada se acercó al lugar y al ver el espectáculo las murmuraciones fueron llenando todo el espacio vacío del bosque. Pero los rumores se callaron de inmediato y el grupo abrió paso a Bálder, que con la cabeza alta, caminó despacio hacía el cuerpo de su hijo.

— Soy el ganador Bálder, he matado a tu hijo, como tú mataste a mi padre hace años. Y ahora, soy el líder. Tú ya solo eres un viejo inservible para nada.

— No sé como ha sido la pelea, lo único que sé es que mi hijo habrá luchado limpio. Nadie que no ame la lucha puede jugar sucio. Tú sin embargo eres el fiel reflejo de Bjork. ¡Vete de aquí! No queremos a nadie como tú en el rebaño.

Rudrik intentó rebelarse, pero las miradas adustas del resto de los animales le hizo recapacitar, y huyó, huyó lejos, en algún sitio sabrían apreciar sus méritos; aquella panda de petimetres sentimentales no le merecían.

Bálder con el alma herida de muerte se giró y lentamente volvió sobre sus pasos hacía el lugar donde apacentaban seguido por el resto de los renos.

Cuanto todo se quedó tranquilo, dos figuras que habían presenciado toda la escena salieron de entre los árboles.

— ¿Qué piensas Rudolph? ¿Crees que este jovencito tiene algún porvenir?

— No lo sé jefe. Yo creo que al final se ha portado como un valiente.

— Lo mismo pienso yo. Creo que deberíamos darle una oportunidad, sería un estupendo ayudante para ti. Ahora que lo pienso, querido y viejo compañero, creo que ya vas necesitando ayuda.

— ¿Quién, yo? De eso nada jefe, yo sigo estando fuerte como un toro. No sé, no sé, veo a este jovencito un poco… como si dijéramos, ¿indolente?

— Rudolph, Rudolph, no me hagas recordarte a un jovencito llorón a quien me encontré hace tantos años lloriqueando por los rincones porque el resto de sus amigos se reían de su enorme y roja nariz.

— Esto… ejem, jefe, mejor no recordar tonterías pasadas. Carga al muchachito en el trineo y vámonos pitando que se nos echa el tiempo encima y de aquí a unos días tenemos mucho trabajo que realizar.

— Jo,jo,jo, ¡Qué bueno es tener memoria, viejo amigo! No hay nada como recordar historias pasadas.

Las dos figuras se alejaron del lugar en silencio, dejando la nieve blanca e inmaculada sin mancillarla con el rastro de sus huellas.

Al día siguiente, aprovechando el silencio de la noche, Bálder regresó al lugar de la pelea y no vio el cuerpo de su hijo. Perplejo, sin saber que pensar, agachó la cabeza intentando olisquear el ambiente. De pronto el sonido de unas campanillas y la estridencia de unas fuertes carcajadas, le sacó de sus pensamientos:

— ¡Mira, padre! Soy yo, Jerk, soy el nuevo ayudante de Rudolph. Puedo volar, viajaré por todo el mundo. Cumpliré mi sueño. Padre, no estés triste, yo soy feliz, todos los años por estas fechas podrás verme. Siempre pasaré por aquí.

Bálder levantó la cabeza y lo que vio le maravilló. Un trineo dorado surcaba el cielo. Un hombre vestido de rojo y con una larga barba blanca que le tapaba la cara reía feliz. El trineo volaba, seis magníficos renos tiraban de él. Y allí en la primera fila de dos, junto a otro reno con una enorme nariz roja estaba su hijo, Jerk.


***

— Es una preciosa historia, Eberhard. Me ha encantado.

— ¡Mira qué hora es, enano! Tu madre se va a enfadar mucho y con razón.

— ¡Ay va! Tienes razón, me voy corriendo. Mañana volveré a verte. ¿Me contarás otro cuento de estos tan bonitos?

— Por supuesto que sí, pequeño. Sabes que mi librería siempre está abierta para ti. Y recuerda lo que te he dicho, ¡ojalá sea Jerk el primer reno que pise tu tejado! —El anciano guiñó un ojo cómplice al niño.

El niño salió corriendo, en la puerta le esperaba su madre.

— ¿Has visto que hora es? Menos mal que tu padre no ha regresado aún, si no la reprimenda iba a ser enorme.

— He estado con Eberhard y me ha contado un cuento muy bonito.

— Tu haz mucho caso a ese viejo loco…  Venga ves a lavarte que en cuanto llegue tu padre que no tardará nos sentamos a cenar. El pavo se va a quedar frio, vaya Nochebuena.

— ¡Es verdad! Hoy es Nochebuena, esta noche viene Santa Claus. ¿Sabes que el cuento de hoy hablaba de él? Bueno de él y de un reno, Jerk, el ayudante de Santa Claus. Es una historia muy bonita, pero lo mejor es lo que me ha dicho Eberhard, él dice que cuando Jerk es el primero de los renos de Santa que pone la pezuña en tu tejado, en el corazón de esa familia siempre reinará la magia.

— Ummm ese viejo loco ya cho… bueno, pensándolo mejor, puede que Eberhard tenga razón, esta noche cuando nos acostemos y antes de dormir los dos cerraremos los ojos fuertemente y pediremos el mismo deseo, que sea Jerk el reno que se pose antes en nuestro tejado. Será bonito que la magia llene nuestro hogar.


FIN

jueves, 9 de febrero de 2012

MUNDO NUEVO



El viejo libro abierto reposaba en una vitrina de madera con puertas de cristal. Ambos objetos permanecían abandonados en un apartado rincón, lleno de telarañas, del desván de uno de los mejores edificios de documentación de la ciudad. El mueble, de vez en cuando, emitía algunos quejidos que salían desde la profundidad de sus grandes grietas, el único sonido que podía escucharse en aquel recóndito y olvidado lugar.

Con sus tapas de piel descoloridas, sus hojas amarillentas, con los bordes raídos y ya marrones por el efecto del tiempo; el libro suspiraba quedamente. Su aliento se filtraba entre las páginas, a la vez que sus recuerdos se extendían por los nervios de su lomo.

Echaba de menos el contacto de unos dedos acariciando la piel de su portada. Evocaba con nostalgia la última vez que un humano había posado los ojos en él dando vida a las letras que contenía en su interior. Recordaba como era capaz de sentir las emociones que despertaba en sus lectores, simplemente por la forma en que las manos de estos pasaban sus páginas.

Ahora era el último superviviente de una época antiquísima. La gente ya no leía libros de papel, de hecho, ya ni leían. Las bibliotecas ya no eran aquellas salas enormes con grandes mesas de madera y pequeñas lámparas que, iluminaban de forma suficiente, pero muy tenue el espacio de cada lector, dándoles la intimidad necesaria para adentrarse en el libro elegido. Ahora nadie recuerda ni siquiera la hermosa palabra “biblioteca”, ahora se les llaman CDD, “Centros de documentación” y no se parecen en nada a aquellos acogedores lugares.

Aquellas salas que respiraban vida, que contaban historias de amor, de guerras, de odio, de naturaleza, de venganza, de grandes gestas y viajes, de aventuras… Se habían convertido en espacios diáfanos, asépticos y fríos. Las inmensas estanterías que cubrían sus paredes habían sido sustituidas por enormes pantallas gigantes tridimensionales. Las palabras escritas en tinta habían sido desplazadas por las imágenes, y los lectores ahora había pasado a ser protagonistas y actores de las historias entrando en su misma dimensión; todo estaba hecho, todo ocupado, cerrado y hermético; la Ley del Mínimo Esfuerzo había triunfado, sin dejar ni siquiera una mínima grieta para dar paso a la imaginación.

— Vamos Julius, ¡date prisa!, sólo me queda desarmar esta antigualla y nos vamos a casa. No sabía que aún quedaban este tipo de objetos, este trasto tiene que tener cientos de años.

Un muchacho de unos diez años, de ojos oscuros y mirada inquieta e  inteligente, seguía los pasos al hombre fornido y canoso que le apremiaba para que caminase más rápido.

— ¿Y que harán con este mueble, padre?  —El chico enmudeció de repente y se quedó mirando al interior de la vitrina.

— ¡Mira padre! —exclamó el niño con un deje de asombro mientras abría las puertas acristaladas— que curioso es este objeto pequeño que está dentro. Lo de fuera es muy suave, pero es una pena, dentro está lleno de manchas negras.

— Julius, esa cosa que dices se llamaba libro y las manchas negras son las letras que formaban las palabras. Esto me lo contaba hace muchos años mi bisabuelo. Él me relataba muchas historias de la época en que los primeros colonos llegaron a este lejano territorio, procedentes de un lugar llamado Tierra. Entonces la gente sabía el significado de esas letras, podían traducirlas y simplemente mirándolas sabían su significado. A eso creo recordar que lo llamaban “leer”.

Y pensar que los más inteligentes y los grandes científicos de la antigüedad pensaban que aquí, en nuestra Luna, jamás podría desarrollarse la vida humana. No podían estar más equivocados, ya llevamos trescientos años viviendo aquí.  —El hombre rompió en sonoras carcajadas, al ver que los ojos curiosos de su hijo le escrutaban, dejó de reír y continuó hablando: 

— Te voy a contar una de las curiosidades que de niño solía relatarme mi bisabuelo antes de irme a la cama. Estos dos objetos tan diferentes entre sí procedían de un mismo elemento natural, que nuestros antepasados llamaban árboles. Ambos están fabricados de la misma materia que llamaban madera.

— El bisabuelo era muy sabio, a mí me hubiese gustado saber cómo eran esos árboles.

— No te lo podría explicar Julius, según el bisabuelo eran muy hermosos.

— Padre, estoy pensando que con el mueble hagan lo que quieran, pero el libro me lo quedo yo, es muy bonito me daría pena que lo destruyesen, estoy seguro que nadie lo echará de menos. No sé cómo pero estoy seguro de que conseguiré descifrar estas manchas y lograré saber qué es lo que contiene, algún día me revelará sus secretos y podré explorar su interior.

El viejo libro suspiró feliz, por fin, después de tanto tiempo volvía a sentir con alivio el calor del contacto humano; aquello pareció rejuvenecerlo y los bellos dibujos de su tapa de piel volvieron a cobrar lustre y vida. Los ojos brillantes  y despiertos de Julius lo contemplaban con deleite mientras cerraba sus pastas y acariciaba lentamente las letras desgastadas de color dorado que formaban un título y el nombre de su autor: De la Tierra a la Luna, Julio Verne.

FIN


NOTA: Con esta pequeña historia mi único propósito es rendir un homenaje al hombre que hizo soñar a tantas y tantas generaciones. Al hombre que nos hizo viajar a la Luna, cuando aún el cielo era una meta imposible de alcanzar; al mismo que nos internó en las profundidades de la Tierra; el que nos llevo de viaje cinco semanas en globo; quien nos hizo dar la vuelta al mundo en 80 días; el que nos hizo descender a las profundidades marinas en el Nautilus, haciéndonos sentir a todos miembros de la tripulación del intrépido capitán Nemo. Al hombre que nos amenizó tantas tardes durante nuestra juventud abriendo nuestras mentes al maravilloso mundo de la imaginación. Dedicado a Julio Verne, uno de los mejores escritores de todas las épocas.