El sonido de las
campanillas de la puerta sobresaltó a Eberhard, aunque su aspecto no lo delató
ya que no movió ni un músculo de su cuerpo. Muy al contrario, siguió con su
faena de clasificación y saludó alegremente a su visita.
— ¡Buenos días
Frederick! Hacía algunos días que no aparecías por aquí. ¿Mucho trabajo en el
colegio?
— No, para nada, es
que he estado enfermo; con gripe dice mamá y no me ha dejado levantarme de la
cama. Ni siquiera pude ir a la fiesta de Navidad del colegio. Pero… dime una
cosa Eberhard: ¿Cómo es posible que estando de espaldas supieses que era yo?
¿Eres mago?
— Ja,ja,ja, Que más
quisiera yo amiguito. No, no soy mago. Pero son tan pocos mis clientes que es
muy fácil saber quien abre la puerta.
Y Eberhard tenía
razón. Aquel viejo gordiflón de larga barba blanca y pequeños ojillos azules
que cubrían unas gruesas gafas, era el librero de la aldea. Una localidad tan
minúscula, que la pequeña tienda siempre estaba vacía. En aquel pueblo perdido
en un valle alpino de Baviera, pocos eran los aficionados a la lectura. Gentes
rurales con poco tiempo desocupado al día y siempre pendiente de sus haciendas,
no tenían tiempo para perder entre los libros. Algunos padres que se acercaban
a por los libros de texto de sus hijos, de forma esporádica, el maestro del
pueblo y el pequeño Frederick eran la clientela de su negocio.
— Tienes razón, aquí
nunca te harás rico. —dijo el pequeño.
— No, pero tampoco
quiero serlo, yo me conformo con poco, ¿sabes? No necesito mucho para vivir y
mis libros me hacen feliz. Son como los hijos que nunca tuve, es más, estoy tan
unido a ellos que cada vez que vendo uno y tengo que separarme de él, lo paso
muy mal.
— Pues yo si tuviese
mucho dinero te compraría todos los libros. —dijo el niño, su intensa mirada
azul y sus mejillas sonrosadas le daban color a una tienda, donde el color
predominante, eran el marrón de las estanterías y los grises y azules pardos de
las tapas de los libros.
Las carcajadas del
viejo librero hicieron retumbar las paredes. Frederick pestañeó como si saliera
de un sueño.
— ¿Por qué te ríes?
—preguntó con voz seria— Un día seré rico y tendré una habitación solo para
guardar mis libros, y será más grande que toda tu tienda.
— Pero mientras
tanto te tienes que conformar con mis historias, ¿verdad, hijo?
Eberhard sabía que
los padres del niño no tenían suficiente dinero como para comprar libros, ni
ellos, ni la mayoría de los habitantes de la villa. Eran gentes humildes que
más o menos tiraban con lo justo para vivir. Por eso, cuando Frederick aparecía
por su tienda casi todas las tardes cuando salía del colegio, el librero le
esperaba y le contaba alguna historia; incluso, algunas veces, cuando era su
cumpleaños o algún día especial le regalaba un libro.
Hoy te voy a contar
una historia muy antigua, una historia muy propia de estas fechas; seguro que
te va a gustar: «Había una vez….
— Eberhard, ¿por qué
todos los cuentos comienzan con esa frase?
— No lo sé, supongo
que será una fórmula para captar la atención de los oyentes pero… phsssssss
escucha atentamente el cuento:
***
«Había una vez, hace mucho tiempo, tanto que es
imposible ponerle una fecha; en un lugar llamado Laponia, cerca del Polo. Allí
había bosques encantados y maravillosos. Unos bosques donde los pinares eran
espesos y los huecos entre los pinos eran casi inexistentes. Estos bosques eran
blancos, porque siempre estaban nevados. Las noches se alargaban durante las
veinticuatro horas del día; y de vez en cuando la naturaleza regalaba a sus
pocos habitantes con un cielo lleno de luz.
A esa luz es a lo que llamábamos aurora boreal, y ahí,
en esa zona que muchos llaman también casquete polar, es en el único sitio del
mundo donde se puede contemplar ese espectáculo lleno de belleza y
grandiosidad. Alguien dijo alguna vez que este fenómeno se produce porque el
sol, cuando entra en una de sus frecuentes tormentas, despide unas partículas
tan calientes que al caer estrepitosamente en la Tierra, cuando ésta se cruza
en su trayectoria, estas partículas solares se mezclan con las moléculas y
átomos que flotan en la atmósfera de nuestro planeta; el choque es tan violento
que las partículas solares se sobrexcitan y explotan llenando el cielo de un
espectáculo de color maravilloso. Normalmente el color que predomina es el
verde, como el de esos árboles que llenan el horizonte lapón; pero el estallido
también puede ser rojo, violeta o blanco.
Aunque yo siempre he pensado que lo que ocurre realmente
es lo que decían las antiguos. En el pasado, los inuit, habitantes de la región
ártica de Groenlandia y América, creían que los espíritus de sus ancestros
podían vislumbrarse bailando en estas luces parpadeantes. En la mitología
nórdica, la aurora era un puente de fuego construido por los dioses y que
conducía al cielo.
La ciencia está muy bien y nos explica muchas cosas,
pero nunca menosprecies la sabiduría de nuestros ancestros, ellos también
conocían muchas cosas que, ahora, la ciencia desconoce.
Como te decía, en esos bosques mágicos antiguamente
habitaban los simpáticos renos. Sí, no me mires con esa cara de sorpresa, los
renos que acompañan a Santa Claus en su viaje anual. Estos renos que ahora en
Laponia tienen domesticados, hace mucho tiempo vivían en estado salvaje, y esta
es la historia de uno de esos renos.
Bálder era el líder de una pequeña manada que se
componía de unas dieciocho cabezas de estos simpáticos animales. Aunque los
renos tienen fama de ser unos animales muy independientes y amantes de la
libertad, lo cierto es que todo rebaño
necesita un líder, y normalmente suele ser el más viejo del grupo.
Este viejo animal, había luchado muchas veces en su
vida, para encontrar alimento, para aparearse, para viajar y encontrar los
mejores lugares para su grupo. Los años pasaban y ya se iba sintiendo cada vez
más cansado. Iba siendo hora de pensar en que alguno de los machos de la manada
le sustituyese, y quien mejor que su único hijo: Jerk.
Jerk era un joven reno, hermoso y lleno de vida; una maravilloso
ejemplar con piel lustrosa y enorme cornamenta. Pero tenía un problema, y es
que Jerk no había nacido para luchar, el joven reno podía pasarse horas y horas
contemplando el hermoso cielo que coronaba sus cabezas. Soñaba volar, con
elevarse por encima de los árboles y viajar, ver otras tierras, otros mundos,
otras maravillas. Nunca se acercaba al resto de machos jóvenes, ni jugaba con
ellos a peleas, no veía que la hora de buscar pareja y pelear con sus otros
compañeros para encontrar la hembra más apropiada para perpetuar la
descendencia estaba llegando. Ni mucho menos había caído en la cuenta que, su
padre, iba a necesitar pronto un sustituto.
— ¡Jerk! Tienes que crecer, ya no eres un reno bebé,
hace algún tiempo que ya te separaste del aurea protectora de tu madre. Tienes
que demostrar que eres un macho como los demás. Yo ya estoy viejo y cansado y
necesito que el liderazgo recaiga en otro y quien mejor que mi hijo para ese
cargo.
— Pero padre, yo no quiero ser líder de nada ni de
nadie, yo soy feliz caminando por entre los árboles, contemplando el cielo,
soñando con viajar y ver cosas nuevas. No quiero que nada me ate aquí.
— Eres un idiota, no podía haber escogido mejor nombre
para ti. Como sigas así Rudrik, el hijo de mi más despiadado enemigo, te tomará
la delantera. Eso me rompería el corazón y las ilusiones que siempre he tenido
depositadas en ti aunque, siempre sospeché que eras un pobre e iluso loco. ¡Pon
las pezuñas en el suelo de una maldita vez y reclama lo que te pertenece por tu
nacimiento!
— No padre, no voy a luchar con Rudrik ni con nadie
nunca, quítate esa idea de la cabeza, padre.
Aquella noche, mientras Jerk volvía a deleitarse con su
paisaje nocturno y estrellado, Rudrik se le acercó sigilosamente.
— Hola Jerk, esta tarde os escuché la conversación entre
tu padre y tú. Y me parece muy bien que renuncies a la posición de líder. Yo
soy mejor que tú, siempre fui mejor. Pero tuve que arrastrar la vergüenza de la
derrota de mi padre ante el tuyo. Ese puesto me pertenece. Yo soy el mejor para guiar y cuidar de la manada. Tú simplemente
eres un tonto soñador y un cobarde. No me extraña que tu padre se avergüence de
ti.
— Mi padre no se avergüenza de mí, no inventes cosas que
no son Rudrik, lo único que pasa es que le cuesta comprender mi posición, pero
terminará entendiendo y al final todo se arreglará.
— Bien, es tu decisión, al fin y al cabo no eres tú
quien tienes que soportar las burlas de toda la manada. No eres tú quien tiene
que bajar la cabeza y escuchar, sin poder rebatir a nadie, que su hijo es un
cobarde. El pobre y viejo Bálder es quien tiene que soportar día tras día la
comidilla de todos. Pero confío en que pronto terminará su sufrimiento, ¿no te
das cuenta que tu padre cada vez está peor? ¿Qué sus fuerzas se van debilitando
poco a poco? Bálder está llegando al final de sus días, y en vez de su hijo, yo
seré su sustituto. —La perorata llena de inquina de Rudrik encendió el ánimo de
Jerk.
— ¡Yo no soy ningún cobarde! ¡Nadie puede tener la
maldad suficiente para ir con esos cuentos a mi padre! Solo tú Rudrik, tú que
estás lleno de odio. La amargura del final indigno de tu padre no te ha dejado
vivir.
Hacía varios años que Bálder y el padre de Rudrik, se
habían enfrentado a un duelo mortal, algo muy difícil de ver entre estos animales
que sólo usan sus fuerzas para alimentarse y para conseguir a sus hembras.
Pero el padre de Rudrik había cometido una indignidad.
En una época mala, con un terreno devastado por la ausencia de lluvia, y con el
bosque quemado por el frio del hielo, no se encontraban buenas tierras para
encontrar alimento. La manada pasó los peores momentos de su vida. Bjork, el
padre de Rudrik, casualmente encontró un pequeño valle resguardando, donde la
hierba y las plantas tiernas eran un placer para su paladar. Pero en lugar de
compartirlo y guiar al resto, solo se llevó con él a su familia. Bálder
alertado por su fuga les siguió y retó a Bjork a un duelo a muerte. Bálder ganó
el duelo y desde entonces se hizo cargo de Rudrik, de su madre y de sus dos
hermanas. Rudrik jamás olvidó esa escena, y el cachorro resentido, se convirtió
en un joven rebelde y lleno de maldad.
— Siempre has sido perverso Rudrik, jamás perdonaste a
mi padre que matase al tuyo, cuando todo fue una acción de justa venganza.
Vosotros siempre pensasteis solo en vosotros mismos. Mi padre solo piensa en el
bien de todos.
— ¿No me digas?,
pequeño cretino impertinente. Eres igual de memo que tu padre, pero te
falta algo que a él si le sobra. Valentía.
Jerk no pudo soportar más aquella provocación. Los dos
jóvenes machos se enzarzaron en una titánica pelea, su cornamenta chocaba con
fuerza, sus pezuñas se elevaban buscando las patas del contrario. Sus cabezas
entrelazadas pugnaban por infringir la peor herida en el rival.
Durante un buen rato, los dos animales pelearon con
bravura. A Jerk le sobraban fuerzas, pero le faltaba algo tan característico
como la violencia. El reno no era violento, no había nacido para la lucha. Su
pelea era limpia, sin triquiñuelas ni trampas. Por el contrario, su oponente
empleaba los juegos y las tretas más sucias. Y su corazón se iba llenando de
violencia desmedida.
La pelea terminó, un jadeante y sudoroso Rudrik
contemplaba a su enemigo, tendido en el suelo y manchando la blancura de la
nieve con su sangre roja.
El bramido de Rudrik fue brutal, toda la manada se
acercó al lugar y al ver el espectáculo las murmuraciones fueron llenando todo
el espacio vacío del bosque. Pero los rumores se callaron de inmediato y el
grupo abrió paso a Bálder, que con la cabeza alta, caminó despacio hacía el
cuerpo de su hijo.
— Soy el ganador Bálder, he matado a tu hijo, como tú
mataste a mi padre hace años. Y ahora, soy el líder. Tú ya solo eres un viejo
inservible para nada.
— No sé como ha sido la pelea, lo único que sé es que mi
hijo habrá luchado limpio. Nadie que no ame la lucha puede jugar sucio. Tú sin
embargo eres el fiel reflejo de Bjork. ¡Vete de aquí! No queremos a nadie como
tú en el rebaño.
Rudrik intentó rebelarse, pero las miradas adustas del
resto de los animales le hizo recapacitar, y huyó, huyó lejos, en algún sitio
sabrían apreciar sus méritos; aquella panda de petimetres sentimentales no le
merecían.
Bálder con el alma herida de muerte se giró y lentamente
volvió sobre sus pasos hacía el lugar donde apacentaban seguido por el resto de
los renos.
Cuanto todo se quedó tranquilo, dos figuras que habían
presenciado toda la escena salieron de entre los árboles.
— ¿Qué piensas Rudolph? ¿Crees que este jovencito tiene
algún porvenir?
— No lo sé jefe. Yo creo que al final se ha portado como
un valiente.
— Lo mismo pienso yo. Creo que deberíamos darle una
oportunidad, sería un estupendo ayudante para ti. Ahora que lo pienso, querido
y viejo compañero, creo que ya vas necesitando ayuda.
— ¿Quién, yo? De eso nada jefe, yo sigo estando fuerte
como un toro. No sé, no sé, veo a este jovencito un poco… como si dijéramos,
¿indolente?
— Rudolph, Rudolph, no me hagas recordarte a un jovencito
llorón a quien me encontré hace tantos años lloriqueando por los rincones
porque el resto de sus amigos se reían de su enorme y roja nariz.
— Esto… ejem, jefe, mejor no recordar tonterías pasadas.
Carga al muchachito en el trineo y vámonos pitando que se nos echa el tiempo
encima y de aquí a unos días tenemos mucho trabajo que realizar.
— Jo,jo,jo, ¡Qué bueno es tener memoria, viejo amigo! No
hay nada como recordar historias pasadas.
Las dos figuras se alejaron del lugar en silencio,
dejando la nieve blanca e inmaculada sin mancillarla con el rastro de sus
huellas.
Al día siguiente, aprovechando el silencio de la noche,
Bálder regresó al lugar de la pelea y no vio el cuerpo de su hijo. Perplejo,
sin saber que pensar, agachó la cabeza intentando olisquear el ambiente. De
pronto el sonido de unas campanillas y la estridencia de unas fuertes
carcajadas, le sacó de sus pensamientos:
— ¡Mira, padre! Soy yo, Jerk, soy el nuevo ayudante de
Rudolph. Puedo volar, viajaré por todo el mundo. Cumpliré mi sueño. Padre, no
estés triste, yo soy feliz, todos los años por estas fechas podrás verme.
Siempre pasaré por aquí.
Bálder levantó la cabeza y lo que vio le maravilló. Un
trineo dorado surcaba el cielo. Un hombre vestido de rojo y con una larga barba
blanca que le tapaba la cara reía feliz. El trineo volaba, seis magníficos
renos tiraban de él. Y allí en la primera fila de dos, junto a otro reno con
una enorme nariz roja estaba su hijo, Jerk.
***
— Es una preciosa historia, Eberhard. Me ha
encantado.
— ¡Mira qué hora es, enano! Tu madre se va a
enfadar mucho y con razón.
— ¡Ay va! Tienes razón, me voy corriendo.
Mañana volveré a verte. ¿Me contarás otro cuento de estos tan bonitos?
— Por supuesto que sí, pequeño. Sabes que mi
librería siempre está abierta para ti. Y recuerda lo que te he dicho, ¡ojalá
sea Jerk el primer reno que pise tu tejado! —El anciano guiñó un ojo cómplice al
niño.
El niño salió corriendo, en la puerta le
esperaba su madre.
— ¿Has visto que hora es? Menos mal que tu
padre no ha regresado aún, si no la reprimenda iba a ser enorme.
— He estado con Eberhard y me ha contado un
cuento muy bonito.
— Tu haz mucho caso
a ese viejo loco… Venga ves a lavarte
que en cuanto llegue tu padre que no tardará nos sentamos a cenar. El pavo se
va a quedar frio, vaya Nochebuena.
— ¡Es verdad! Hoy es
Nochebuena, esta noche viene Santa Claus. ¿Sabes que el cuento de hoy hablaba
de él? Bueno de él y de un reno, Jerk, el ayudante de Santa Claus. Es una
historia muy bonita, pero lo mejor es lo que me ha dicho Eberhard, él dice que
cuando Jerk es el primero de los renos de Santa que pone la pezuña en tu tejado, en
el corazón de esa familia siempre reinará la magia.
— Ummm ese viejo
loco ya cho… bueno, pensándolo mejor, puede que Eberhard tenga razón, esta
noche cuando nos acostemos y antes de dormir los dos cerraremos los ojos
fuertemente y pediremos el mismo deseo, que sea Jerk el reno que se pose antes
en nuestro tejado. Será bonito que la magia llene nuestro hogar.
FIN