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martes, 29 de octubre de 2013

CUENTOS INACABADOS

Era mi lugar favorito, mi viejo muelle. Desde que tenía uso de razón me gustaba acudir cada día. Era mi refugio, unos niños tienen una cabaña en un árbol, otros una habitación de juegos o un parque favorito donde recrearse y sentirse felices, pero yo tenía un muelle; una hilera de tablones carcomidos que amenazaban con romperse de un momento a otro. Quizá era ese el motivo por el que siempre estaba abandonado. El resto de los chicos y adultos del pueblo utilizaban el pequeño embarcadero, que era la joya del pueblo. Nosotros no, ahí estaba nuestra pequeña barca y allí me sentía el amo del mundo.

Me gustaba la soledad, en ella encontraba refugio y consuelo. Que nadie se equivoque, era un niño feliz; al menos, lo era en aquel momento. Tenía un progenitor generoso que lo había dado todo por mí, que había sacrificado su vida y su futuro. Era un padre óptimo y el mejor de los amigos.

Hablando de amigos, nunca los tuve. Desde siempre recuerdo que me costaba mucho trabajo relacionarme con el resto de los chicos. En una población pequeña todos nos conocemos, y desde el principio, el resto de mis compañeros me ignoraban. Los primeros meses papá decia que era lógico, éramos forasteros allí; pensaba que con el tiempo todo se solucionaría. Pero papá se equivocaba, las cosas continuaron igual. Tampoco nos importó demasiado, el lugar nos gustaba, estaba apartado, era tranquilo y a papá —que es una excelente persona— le respetaron desde el principio. Consiguió un buen trabajo en una pequeña fábrica de madera, y a eso uníamos un dinero extra los veranos; ya que utilizábamos nuestro pequeño bote para hacer excursiones por el lago con turistas que visitaban el lugar; así que nuestra situación económica no era mala.

Recuerdo el primer día que llegamos. Yo tenía ocho años, habíamos estado dos vagando por todo el país de un lugar a otro; cuando nos acoplábamos en algún sitio sólo podíamos estar unos pocos días. Ni siquiera deshacíamos las maletas, teníamos que salir de estampida. Sobre todo los primeros quince meses. Por eso cuando me dijo que habíamos llegado a nuestra casa, y que nos quedaríamos allí definitivamente, apenas pude creerlo.

Estábamos ambos sentados en el muelle. Revivo el momento como si fuese hoy; incluso recuerdo el crujido que hacían las maderas al balanceo de las piernas de papá, y aún siento el fresco reconfortante del agua en mis pies. Llevábamos muchas horas de viaje y el calor en la lata de sardinas —que era nuestro coche— era asfixiante.

— Alex, nos vamos a quedar aquí. Ya es hora de que empieces el colegio, tienes derecho a tener una vida estable. Sólo recuerda una cosa: a partir de hoy no te llamas Alexander, a partir de hoy te llamarás Bryan. No lo olvides nunca. Es fundamental para evitar un gran disgusto a tu padre. ¿Lo recordarás?

Yo no entendía nada, pero pensar que por un simple nombre podía ocasionar un perjuicio a papá me angustió.

Cada noche antes de dormir me repetía constantemente como una cantinela.

— No me llamo Alex, no me llamo Alex; soy Bryan, soy Bryan.

Tanta fue mi preocupación, que ni una sola vez se me escapó mi antiguo nombre. Hasta el punto de que a los pocos días ya casi lo olvidé.

Mis recuerdos anteriores a la llegada a Lake Silver eran muy vagos. Pero poco a poco y aprovechando mis largos momentos de sosiego fui recordando.

No siempre había vivido con papá. Las evocaciones se fueron haciendo más presentes durante el sueño, primero de forma desdibujada; luego a medida que iba creciendo se hicieron más nítidas. Los niños tenemos memoria, aunque nuestra capacidad de olvido sea alta, los recuerdos de los primeros años de existencia están latentes dentro de nosotros y se nos pueden manifestar en cualquier momento.

En mis apariciones veía a una mujer muy hermosa. Rubia, de enormes ojos azules; y yo, vivía con ella. Habitábamos solos en un pequeño apartamento, durante el día la mujer se portaba medianamente bien conmigo; pero las cosas cambiaban al caer la tarde.

Por la noche, la bella señora, a la que fui identificando como mi madre, me mandaba a la cama. Yo, la mayoría de las veces no quería, pero ella me decía que tenía que trabajar y que no podía estar correteando por la casa. Para resarcirme del disgusto yo le pedía un cuento antes de dormir.

Y ella comenzaba el cuento, cuentos muy bonitos, cuentos que desde que empezaba a escuchar las primeras palabras me dejaban absorto. Pero invariablemente, noche tras noche, un toc-toc inoportuno en la puerta hacía que el cuento se interrumpiese de forma brusca y, como cada día iniciaba uno nuevo, jamás conocí el desenlace de ninguno.

Ella se levantaba del borde de mi cama, apagaba la luz, salía precipitadamente de mi habitación y cerraba la puerta con llave; no sin amenazarme con darme una buena azotaina si no permanecía callado.

La oscuridad me aterraba, sentía miedo, abandono e impotencia. Mi única opción era hacerme un ovillo y arroparme con la manta hasta la cabeza.

A pesar de todo había muchas noches que no conseguía dormirme, ya he dicho que el piso era muy pequeño y todo se oía: susurros, jadeos, gritos e incluso ruidos de golpes. De hecho muchas veces la veía con moratones en distintas partes del cuerpo.

Una noche sonó la puerta antes de la hora convenida, yo aún estaba cenando; ella rezongó:
— Que pronto vienen hoy, no he dado cita hasta dentro de una hora.

Al abrir la puerta soltó un grito y yo corrí a su lado. El hombre apareció en el umbral, no era ningún monstruo —como yo había imaginado que serían esos hombres que la visitaban— era bastante agradable de aspecto y al verme me miró fijamente. Su mirada era amable, protectora y algo en mi interior me hizo pensar que aquel señor no nos haría daño.

Pasó y cerró la puerta. Ella, con voz llena de sorpresa, le preguntó que qué hacía ahí. Hasta yo que era tan pequeño, presentí que no era la primera vez que se veían.  Estaba tan nerviosa que no se dio ni cuenta de que yo seguía ahí, siendo el espectador mudo de un encuentro inesperado. En esos momentos, con voces entrecortadas y que cada vez subían más el tono, ambos me contaron un cuento. La historia de mi llegada a la vida. Un relato que yo no asimilé del todo hasta ahora mismo.

Mi madre le llamó Daniel. Este hombre había sido un novio suyo, su primer novio, y quizá el único. Los dos eran del mismo pueblo, un pueblecito pequeño de Baltimore; habían estudiado juntos y al llegar a la adolescencia habían mantenido una relación. Una relación en la que él puso mucho más que ella.

Las ambiciones de la chica iban más allá de casarse con el mecánico de un pueblo. Ella quería más, quería triunfar en Broadway y en Hollywood. Un día hizo la maleta y se fue a correr mundo, New York sería su destino. No dudaba que algún día sería una gran actriz y haría sombra a las figuras más renombradas del cine y del teatro.

Los primeros cuatro meses fue todo sobre ruedas, su cara bonita triunfó y le dieron los primeros papeles, de figurante, pero por algo se empieza; además algún director se fijó en ella. De lo que ganaba gastaba muy poco en su manutención y el resto le servía para pagar una academia de interpretación. Los días transcurrían apacibles hasta que se dio cuenta de que estaba embarazada.

El terror se apoderó de ella, jamás habría pensado que de aquella relación esporádica con su compañero de clase, surgiría una vida. Intentó abortar pero ya era tarde, ninguna clínica se hacía responsable, a esas alturas del embarazo podría tener consecuencias muy graves para ella.

Aun así siguió trabajando algún tiempo más, al ser primeriza y tan joven apenas se le notaba la barriga. Cuando ésta se hizo incipiente dejaron de darla trabajo y poco a poco su nombre se fue borrando de la agenda de los productores. Y nací yo, y la situación empeoró. Ella dejó de luchar por su sueño y empezó a llenar la casa de clientes, clientes muy especiales; esos hombres que interrumpían mis cuentos.

Los reproches que escucharon mis pequeños oídos con apenas seis años fueron terribles. Papá no supo de mi existencia hasta hacía poco tiempo, un conocido la vio paseando por Central Park conmigo de la mano y la reconoció. Papá sólo tuvo que echar cuentas y supuso, adecuadamente, que ese niño había sido fruto de su relación.

Lo dejó todo, su pueblo, su trabajo estable y logró enterarse de nuestra dirección. Espió durante semanas la vida de mi madre y llegó a la conclusión de yo no me merecía una vida así. Y no, no me la merecía, y eso que papá no sabía de esas noches mías sumidas en la tristeza y el miedo. Papá quería mi felicidad y venía a reclamarme y llevarme con él.

De los gritos pasaron a la acción; juro, porque lo vieron mis ojos, que en el forcejeo papá sólo la empujó levemente pero ella tropezó y cayó al suelo. No supimos si sólo había perdido el sentido o le había ocurrido algo peor. Mientras papá me tomó en brazos y salíamos precipitadamente del apartamento, mi mirada se quedó fija contemplando el cuerpo inerte de la mujer con la que había compartido los primeros años de mi existencia.

***
El lago era mi hogar desde hacía ocho años años, su superficie plateada no me dejaba ver el fondo, pero yo lo imaginaba. Ahí estaban mis sueños y los finales de mis cuentos. Esos finales que nunca conseguí conocer. Papá dice que yo soy un chico especial, no lo sé, sólo sé que ya no podría vivir en ningún otro lugar, sé que lo que tengo de característico se lo debo a este paraje mágico.

Hace una semana vino una pareja, los dos muy elegantes; se notaba que no les faltaba el dinero. La señora era muy guapa, el hombre era mucho mayor que ella,  pero tenía buen porte, era de esos señorones que se aprecia que tienen clase. Me sorprendió que a pesar de no ser jovenzuelos comentasen que estaban en viaje de novios. No eran como el resto de parejitas de recién casados que tanto venían a contratar nuestros servicios.

Querían conocer los lugares más espectaculares del lago. El resto de embarcaciones estaban ya alquiladas y en el pueblo les comentaron que nosotros también hacíamos excursiones. Papá estaba trabajando y les dije que volvieran en unas tres horas, además la luz de la tarde es mucho mejor para hacer fotos. Por la mañana los reflejos del sol en el agua no dejan disfrutar de toda su belleza.

Cuando se iban la mujer se volvió y me miró fijamente:

— ¿Alex? ¿Alexander?

— No señora se ha confundido, mi nombre es Bryan —contesté rápidamente con un ligero temblor en la voz.

— Perdona, pero por un momento me recordaste a una persona a la que perdí hace unos años pero, es imposible, algunas veces creo que veo visiones. Volveremos esta tarde cuando esté tu padre.

La pareja siguió su camino despacio, corrí desesperadamente tras ellos. Yo era el mejor guía que podían tener, mejor que mi padre; y no era la primera vez que ejercía de cicerone, estaba perfectamente capacitado. Traté de convencerlos de que se quedasen, no iban a nadie mejor. Yo conocía cada palmo del lugar y les enseñaría lo mejor de lo mejor.

Les logré persuadir, al final hice un excelente trabajo. Estoy convencido que el lugar donde les llevé, les encantó.

***
Llevo unos días un tanto confundido, no sé que hago aquí en esta habitación oscura. Estoy solo y me tienen encerrado, no sé desde cuando; creo que he perdido la noción del tiempo.

Me dicen que no puedo salir porque he hecho algo muy malo, pero yo no lo entiendo; simplemente le llevé a un lugar bonito, le hice un favor, como prometí la enseñé lo mejor del lago, su fondo, allí podría encontrar los sueños que me hizo perder a mí durante la infancia. Allí podría vivir con los dragones, los caballeros, las hadas y las princesas. Ahora ella estaba en el mundo de Fantasía, y no estaba sola. Con ella también estaba ese tío que la acompañaba, y que sería igual que aquellos fulanos cuyas voces escuchaba de niño a través de las paredes de mi alcoba.

A papá sólo le dejan visitarme un rato al día, le veo triste y más envejecido. Llora y me dice que hará todo lo posible por sacarme de aquí. También me pregunta porque hice aquello, pero creo que me entiende, sabe que lo hice por él. No podía dejar que me separasen de su lado, estoy convencido que ella habría querido llevarme de allí, arrancarme de su lado y de mi mundo prodigioso.



Espero que papá tenga razón y me saquen pronto de esta maldita cueva. Quiero volver cuanto antes a mi muelle, quiero sentir el agua fría en mis pies y sobre todo quiero estar cerca de mamá y pedirle que me cuente un cuento, porque ahora sé que ya ha encontrado el final.

FIN

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