Rogelio llegó a casa como cada tarde después de una jornada agotadora. Micaela, como siempre, le esperaba con las zapatillas en la mano. Sabía que su esposo antes que nada necesitaba relajar los pies, eran muchas horas seguidas soportando su peso corporal. Luego vendría la ducha y el ponerse su ropa cómoda de andar por casa… pero lo primero, era lo primero, sus zapatillas y unos minutos de relax comentando con ella los acontecimientos diarios.
Mientras Micaela trasteaba en la cocina partiendo unos taquitos de queso y sacando unas cervecitas frías, Rogelio sintió un dolor agudo que le subía por su brazo izquierdo hasta llegar al pecho donde sentía el mismo dolor, pero acompañado de una fuerte opresión que apenas le dejaba respirar.
Al verle en ese estado y sin poder hablar y con la respiración jadeante, Micaela se asustó y fue corriendo a la habitación de Luis, su hijo pequeño, que estaba allí estudiando. El muchacho no hizo caso, tranquilizó a su madre diciendo que seguramente sería un ataque de gases. Ella repetía incesantemente que no, que aquello parecía más serio, que lo mejor sería coger el coche y llevarlo al hospital, ella no sabía conducir, pero él sí, de hecho se había sacado el carnet hacía pocos meses.
Luis seguía tranquilo aduciendo que todo aquello no era nada, que seguro que en un rato se pasaba, sería fatiga o algo así. El no podía dejar de estudiar, en el examen del día siguiente se jugaba el curso.
La única opción que le quedaba a la pobre mujer era llamar a una ambulancia, pero los minutos pasaban y ésta no llegaba. Por fin sintió el ruido de una llave en la cerradura, era su hijo mayor, Pedro, que volvía del trabajo. Micaela no tuvo que explicar nada. El chico, cuando vio a su padre en aquel estado, rápidamente le tomó en sus brazos bajándole inmediatamente al coche, mientras su madre les seguía tratando de controlar su silencioso llanto. En pocos minutos llegaron a urgencias del hospital más cercano. Mientras, Rogelio, el protagonista, se había convertido en testigo mudo de toda la escena, sin poder pronunciar ni una palabra, plenamente consciente de la situación -en ningún momento perdió el sentido- sólo podía reflejar todo lo que sentía a través de su mirada.
- Siempre me sentí orgulloso de mis dos chicos, sin embargo tengo que reconocer que Pedro siempre ha sido especial. Ya desde pequeño era un niño responsable, siempre pendiente de su hermano menor y de nosotros. Cuando cumplió dieciséis años decidió dejar de estudiar, no porque no le gustase, ni porque quisiera hacer el vago. Él, decidió ponerse a trabajar para ayudar a la familia. Se sacrificó para que su hermano pudiese estudiar una costosa carrera, que sabía que sólo con mi sueldo no podríamos afrontar. Pero señores, aquel día que sufrí fue el infarto de miocardio, del que según los médicos me salvé por los pelos -si hubiésemos tardado unos minutos más no estaría ahora contando esta historia- Aquel día supe de veras lo que era el amor filial de la mano de mi hijo, un hijo que no llevaba ni una gota de mi sangre en su cuerpo, cuando conocí a su madre era una joven viuda con un niño de dos años a su cargo.
Los amigos del Hogar del Jubilado, donde Rogelio pasaba las mañanas jugando su partida de dominó o de cartas, le escuchaban atentamente. Una pequeña corriente de aire inundó el salón. La puerta se había abierto y un hombre joven llevando de la mano a una niña de no más de tres años penetró en la estancia.
- Buenos días señores, papá, mamá dice que la comida estará lista en breve, así que nos da tiempo a dar un pequeño paseo hasta casa.
- ¡Pedro, hijo! Habéis llegado muy pronto, no os esperaba hasta por lo menos las tres.
- La carretera estaba muy bien pese a ser fin de semana, así que no hemos tardado más de media hora. Luis acaba de llamar y ya le ha dicho a mamá que le será imposible venir.
- Ya me lo imaginaba hijo ¿Cuántos años hace que tu hermano no pasa un día del padre conmigo? Dos… tres… cuatro años.
- No lo sé papá, ni tú deberías tenerlo en cuenta ya sabes que Luis es un hombre muy ocupado, con un montón de trabajo y de agobios -musitó Pedro bajando los ojos, las excusas de su hermano, eran sólo eso, excusas, pero no quería disgustar más a su padre y siempre trataba de quitar hierro al asunto.
Un velo de tristeza cubrió los ojos de Rogelio, velo que se difuminó inmediatamente cuando sintió la pequeña mano de su nieta en la suya: “Menos mal que siempre os tengo a vosotros” -pensó. Y dirigiéndose a la pequeña con su más radiante sonrisa la dijo: “Vamos mi pequeña princesa que tu abuela y tu madre se pondrán de los nervios si tardamos y dejamos que se pase el arroz”.
FIN
N. de la A.: Dedicado con mucho cariño a todos los padres. ¡FELIZ DÍA DEL PADRE!
N. de la A.: Dedicado con mucho cariño a todos los padres. ¡FELIZ DÍA DEL PADRE!
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