A pesar de llevar cuatro años casada, Carmen aún seguía viviendo en casa de sus padres sita en La Ribera de Curtidores, en pleno corazón de Madrid. El inmueble era lo suficientemente grande para que en él pudieran vivir holgadamente tres matrimonios, sus padres, su hermano y su esposa, y su marido y ella, junto a los dos pequeños con los que ambos matrimonios habían sido bendecidos. Incluso tendrían suficiente espacio para el nuevo miembro familiar que esperaban, ya que Carmen estaba en su séptimo mes de embarazo.
Esa mañana de un tórrido día de finales de julio, la familia estaba reunida en la mesa del comedor desayunando —a excepción de los hombres más jóvenes de la casa que lo hacían mucho antes, ya que tenían que ir a trabajar— el resto las mujeres y don Antonio —que ya hacía un par de años que había dejado el negocio en manos de su hijo— lo hacían algo más tarde para dar tiempo a que las dos jóvenes atendiesen a sus respectivos retoños. Carmen, como siempre, nada más sentarse en la mesa y ante el disgusto de su madre, cogió el ABC —desde que en 1905 ese diario que empezó siendo una revista tuvo tirada diaria, nunca había faltado de su casa— doña Amparo no pudo resistirse y recriminó a su hija.
— ¡Carmen por Dios, suelta ya el diario y ponte a desayunar ya de una vez que el café se te va a quedar frío!
— Lo dudo mucho madre, con este calor no creo que nada se quede frío.
— Hoy más de lo mismo, alguna notita de sociedad, las necrológicas que cuanto más viejo me hago me deprimen más y las noticias taurinas. Nada de cómo van las cosas en Europa, y mira que eso de matar al heredero de una de las potencias más europea más fuerte ha sido “moco de pavo”, aunque eso lo hayan hecho en esa ciudad... Sarajevo y en ese país que casi nadie conoce —comentó don Antonio.
— Serbia, padre, el país es Serbia y o se extrañe, aquí somos como somos y parece que lo que pase fuera de nuestras fronteras no tiene ninguna importancia, y el asunto es demasiado grave para pasarlo por alto, las cosas están muy tensas. Pero que nos van a contar, nos lo dirán tarde y mal. Eso sí la faena del Gallo es sagrada y hay que enterarse de todos los pormenores.
— ¡Os tengo dicho que en la mesa no se habla de política! ¡Antonio por Dios, no des alas a la niña que ya sabes lo que le gusta meter baza en estas cosas! ¡Yo no sé esta chica a quien habrá salido, no hay forma de que entienda que estos asuntos son cosas de hombres! ¡Hija, por Dios, criticar un periódico tan serio! La culpa de todo la tienen esos panfletos izquierdistas que trae tu marido —dijo doña Amparo mirando a su hija severamente.
— Agustín dice que al final habrá guerra —siguió Carmen haciendo caso omiso a su madre.
— ¡Acabáramos! ¡Lo que nos faltaba! Mira hija, no tengo nada en contra de tu marido, de hecho, fuimos nosotros mismos quienes propiciamos tu matrimonio. Agustín es un hombre justo, cabal, trabajador y honrado. Pero no sé yo si esas amistades suyas socialistas o como se llamen le harán bien, estoy de ese Pablo Iglesias hasta la coronilla, han matado a un heredero sí y qué, ¡será por herederos! La política no trae nada bueno, mira Antoñito y Sofía lo tranquilos que está sin esas zarandajas ¿verdad hija?
— ¡Y que usted lo diga madre! A nosotros no nos hace falta liarnos en esas cosas, bastante tiene ya el pobre Antonio con la empresa y yo con cuidar a Fermín ya tengo bastante —comentó la nuera, mirando con retintín a su cuñada.
— Hija, será mejor que desayunemos en paz, que si no a tu madre se la van a atragantar los churros —dijo don Antonio lanzando un guiño de complicidad a su hija.
Carmen dejó el periódico y se dispuso a desayunar, una súbita molestia en los riñones a la vez que una sensación de como si algo se hubiese rasgado en su interior y una repentina sensación de humedad entre las piernas, le hizo soltar la taza de golpe.
— ¡Ay, madre, que me parece que he roto aguas!
— No puede ser, ¿no será el sudor? Hoy hace un calor bochornoso, ¡Jesús! Y no son aún ni las nueve de la mañana, hoy a las tres de la tarde no va a haber nadie que lo aguante. Este verano está siendo criminal. Hija, ¡¿como vas a romper aguas si aún te faltan dos meses para dar a luz?!
— ¡Que no, madre, que no es el sudor! ¡Si lo sabré yo! Que estas punzadas que me dan en la espalda no tienen nada que ver con sofocos ni con calores estivales, vamos, que hace tan sólo dos años que me vi en la misma situación, y no se me ha olvidado todavía.
— Bueno, pues yo me llevo a los niños a casa de mi hermana ¿vale? Así será todo más sencillo, un parto, y con dos niños pequeños trasteando por aquí, va a ser muy engorroso —dijo Sofía, y sin perder un minuto, se fue a recoger a los niños y a arreglarse para irse.
— Ésta siempre escurriendo el bulto cuando más se la necesita —dijo Carmen ahogando un quejido.
— No hija, es que la pobre lo pasó tan mal con el parto de Fermín que se ha puesto nerviosa. Pero… ¡válgame Dios!, ¡Virgen de los Desamparados! —doña Amparo era valenciana, y a pesar de llevar en Madrid desde que se casó, hacía ya más de treinta años, y la devoción era la devoción, y su virgen, su virgen.
— Voy a llamar al médico —dijo don Antonio mientras cogía su sombrero del perchero de la entrada.
— Mejor una comadrona Antonio, que de esto las mujeres sabemos más —dijo su mujer presa de un ataque de nervios.
— Mujer, que es un parto prematuro, digo yo que en estos casos el médico nunca estará de más.
— Bueno, como quieras, trae también a un médico, pero que sea don Eusebio, que a ése al menos le conocemos, y tienes razón, no estará de más, pero que venga también la comadrona, que no me fío. ¡Virgencita de los Desamparados!, ¡Qué todo salga bien! ¡Una criatura prematura!
— Bueno madre, déjese de nervios ahora. Padre, cuando dé el aviso al médico y a la comadrona ya de paso vaya a avisar a Agustín de que va a ser padre de nuevo ¡ayyyyy! ¡puf, puf, puf!
El primero en llegar fue don Eusebio, el médico, que rápidamente se puso manos a la obra, bueno, más bien a mantener ocupada a doña Amparo haciéndola hervir agua, y sacar trapos limpios, ya que de momento no podía hacer otra cosa. El parto tendría que seguir su curso, así que el buen hombre se sentó junto a la parturienta periódico en mano. El ABC de la mañana que había visto sobre la mesa del desayuno aún puesta. Con los nervios del momento nadie se había dado cuenta de que los churros se habían puesto duros como si estuviesen hechos de cemento.
— ¡Vaya, vaya! Ni una sola novedad sobre el asesinato del archiduque Franciso Fernando, no sé, no sé no creo que las cosas en Europa estén tan tranquilas cómo para que no haya alguna noticia, seguro que las altas esferas traman algo, no creo que este hecho pase como si nada —comentó don Eusebio.
— Y tanto, sí señor, yo creo que al final esto va a estallar por algún lado, las potencias europeas están divididas, han firmado algunos tratados entre ellos y las cosas están muy repartidas, yo creo que entre Alemania y Francia aún o se han saldado las rencillas de las última guerra Franco-Prusiana. ¡Ayyyy! ¡puf, puf, puf!
El doctor miró a Carmen extrañado, no era nada usual que una mujer, tan joven, y además pariendo tuviese esos conocimientos histórico-políticos.
— A ver jovencita, yo creo que ahora una guerra sería impensable. No creo que matar al heredero de una nación sea tan importante como para generar un conflicto armado. ¡Será por herederos! Serbia es un país pequeño, no creo que la todopoderosa Austria se rebaje a un enfrentamiento con ellos.
— ¡Puf, puf, puf! ¡Menos mal, esta contracción ha sido más floja! Pues yo no lo veo así. Mire doctor, precisamente la todopoderosa Austria dará ese paso. Hay varios factores, primero esa potencia está en plena caída libre. El Imperio Austriaco ya no es lo que era, ha perdido muchos territorios, así que de alguna forma tendrá que reafirmar su poder; y segundo y más importante, Francisco José ya no es el dictador que fue hace unos años, y si hay algo más peligroso que un tirano es un viejo chocho que, a parte de perder su imperio poco a poco, ha sufrido en poco tiempo la pérdida de su mujer a manos de un anarquista, y de su hijo, también en extrañas circunstancias. Ahora, lo que le faltaba, un revolucionario, se supone que serbio, atenta y asesina a su sobrino. Esto tiene muy mala pinta.
— Nada que la diplomacia no pueda solucionar, mi querida joven.
— La diplomacia en esto no tiene nada que hacer, porque a parte de lo del asesinato del heredero, hay algo más importante; los Balcanes, esa zona es muy golosa, además que necesaria para Rusia, ya que es su paso comercial al Mediterráneo. Austria tiene dominio sobre esa zona, Rusia sin embargo sólo tiene el apoyo que le brinda Serbia, así que la guerra sería una buena baza para los rusos que verían la forma de incrementar su dominio en esa zona. Y le recuerdo que Rusia, hoy por hoy, cuenta con el mayor ejército de Europa y quizá del mundo. Luego están los aliados, Francia y Rusia están a partir un piñón; al igual que austriacos y alemanes que son casi primos hermanos. Si Rusia declara la guerra a Austria, lógicamente los franceses les apoyarán con la excusa de detener a los alemanes, a quienes se la tienen jurada aún. ¡Ayyyy! ¡puf, puf, puf! Ésta si que ha sido fuerte.
Doña Amparo y la comadrona miraban la escena consternadas, la primera no hacía más que persignarse y comentar por lo bajo, aunque eso no era impedimento para que la comadrona no la escuchase: “Si ya decía yo que leer tanto no podía ser bueno, ¡Dios mío! Que rara me ha salido la niña, y no será porque no se ha llevado capones cada vez que la veía leer libros a escondidas”
— Hombre visto así, tiene su lógica. A ver Carmen, que ya es hora de empujar de veras, ya empiezo a ver la cabeza. Señora Asunción, vigíleme a la parturienta un segundo voy a lavarme las manos.
— Y queda por ver que hace Inglaterra, ya se sabe que esos son un poco extraños, con eso de vivir en una isla; además andan revueltos con las revueltas en Irlanda, pero entrarán, será una forma de distraer y tratar de encubrir su propia situación y sin duda se pondrán del lado de los franceses y de los rusos, menos mal que nosotros no tenemos nada firmado con nadie ¡Uhmmmmmmmm! —contestó aún Carmen antes de empujar.
— ¡Dios mío, hija! ¡Deja ya la política que estás pariendo!
— ¡Ya viene, ya viene! —gritó la señora Asunción.
— Bien, ya tiene la cabeza y parte de los hombros fuera. Ahora un pequeño giro, y ya le tengo. ¡Carmen, enhorabuena, has sido madre de otro chico! —dijo don Eusebio— mientras el pequeño rompía a llorar con fuerza.
Mientras el doctor terminaba de atender a la madre, la comadrona aseaba al niño, que después, pasó una pequeña revisión por parte del médico. Finalizado todo el proceso, le entregó el niño a Carmen, que ya estaba bastante repuesta dentro de lo que cabe, al fin y al cabo, el parto no había sido demasiado malo.
— Aquí lo tienes, completo y totalmente sano. Es un niño muy hermoso, algo que no es corriente entre los niños prematuros.
Doña Amparo no cabía de satisfacción.
— Otro chico, lo malo es que yo tenía la lista de nombres de niña, tenía la ilusión que esta vez iba a ser una pequeñina, que ya va haciendo falta en esta casa. Ahora, ¿cómo le vamos a llamar?
— Quiero que se llame Alfonso —dijo Carmen.
— Que bonito hija, como nuestro venerado monarca.
— Quite madre, que en lo que menos pienso ahora es en nuestro monarca, es que ese nombre me gusta simplemente.
— Hija, ya estás con tus rarezas, si es que entre tu marido y tú me vais a matar a disgustos.
— Bueno ya he terminado aquí, si hubiese cualquier contratiempo no duden en avisarme a cualquier hora. Ha sido un placer atender a una joven tan inteligente y tan instruida.
— ¡Gracias por todo don Eusebio! Y recuerde la clave está en los Balcanes, y seguro que este no será ni el primer ni el último sobresalto que nos da esa zona —dijo Carmen.
— Lo tendré en cuenta Carmen, buenas noches a todos —dijo don Eusebio guiñando un ojo a su paciente.
— Desde luego hija, este niño es una ricura, una preciosidad, para comérsele, ahora que lo pienso menos mal que ya llevas cuatro años casada y es el segundo que tienes, si esto te llega a pasar con Agustinito no quiero ni pensar la comidilla que hubiesen tenido las vecinas.
Carmen sonrió contemplando a su hijo, aquel 22 de julio de 1914 había sido especial para ella, no importaba lo que pasase, ni siquiera importó que pocos días más tarde estallase la guerra más sangrienta que había conocido la humanidad hasta el momento, y que los periódicos —ahora si— diesen información. Tan sólo sabía que en esos momentos a su madre sólo se le ocurría pensar en algo tan trivial como en los comentarios de las vecinas si el nacimiento de su hijo hubiese ocurrido bajo otras circunstancias; pero ante todo pensaba en su hijo que dormía plácidamente en sus brazos. Carmen se convenció que sucediese lo que sucediese, había una ley que no fallaría nunca. En la guerra o en la paz, con frío o calor; bajo cualquier circunstancia, la vida siempre se abriría paso con su fuerza arrolladora.
FIN